Alan se levantó mucho antes del amanecer. Jennel, preocupada al verlo tan alterado, se sentó en el borde de la cama.
—Alan, casi no duermes estos días… —dijo con voz suave.
Alan, con una mano apoyada en el borde de la mesa, suspiró antes de volverse hacia ella.
—Estoy pensando en todo: la Base, los Supervivientes, los próximos pasos. Y además… —hizo una pausa, buscando las palabras—. Y además, tengo miedo de no estar a la altura.
Jennel se levantó y se acercó a él. Puso una mano sobre su brazo.
—Alan, si hay alguien capaz de liderar todo esto, eres tú. No olvides que no estás solo. Estoy aquí. Y ellos también, aunque a veces no sepan cómo ayudarte.
él hundió su mirada en la de ella, dibujando una leve sonrisa en su rostro cansado.
—Gracias, Jennel. A veces, solo tu mirada me recuerda por qué hago todo esto.
Ella le apretó suavemente el brazo antes de susurrar:
—Entonces déjame cuidarte, al menos un poco.
Se sirvió un chocolate caliente: se sentía orgulloso de sí mismo porque había hecho analizar por Léa una barra de chocolate medio derretida en su bolsillo. Y ella había programado el sintetizador para obtener una bebida chocolatada. Resultado satisfactorio. Ahora toda la ciudad tenía acceso a ella.
Pasó por la ducha sin agua, cuyo principio aún desconocía: aparentemente era eficaz, aunque lamentaba la sensación del agua sobre su piel.
Se puso una prenda gris, sobria y práctica, pero que reflejaba una autoridad natural. El tejido, finamente texturizado, se ajustaba con precisión, destacando una silueta segura sin ostentación. Delgadas franjas plateadas, discretas pero distintivas, recorrían los hombros y las mangas, sugiriendo que solo faltaban los distintivos de mando para completar esa apariencia imponente. Jennel, al crearla en el sintetizador, había insistido en la elegancia y la practicidad, dándole a Alan una presencia digna de un líder.
Luego se dirigió a la sala principal. Estaba medio iluminada por los innumerables habitáculos, cada uno proyectando un resplandor suave que se reflejaba en las paredes como metalizadas de la Base. Las sombras de las estructuras y pasarelas se entrelazaban en el suelo, formando patrones efímeros, mientras que algunos puntos más intensos, provenientes de apartamentos aún iluminados, a?adían profundidad al espacio. Era un espectáculo hipnótico, que recordaba a Alan la inmensidad y complejidad de la Base que dirigía.
Se sentó frente al complejo de haces luminosos y comenzó a interactuar con Léa. Hologramas complejos e interactivos se desplegaron a su alrededor: esquemas, diagramas, planos, histogramas y otras figuras que manipulaba con concentración. Sus gestos eran precisos, pero estaba tan absorto que no notó que Jennel se acercaba en silencio.
Ella se quedó quieta unos instantes, fascinada por las formas brillantes y móviles, antes de extender una mano y modificar una de las figuras. Alan se sobresaltó levemente y se volvió para verla. Jennel sonreía, intrigada.
—Es extra?o, entiendo perfectamente lo que estoy haciendo. Son las producciones de las celdas hidropónicas, y estás haciendo una simulación, ?verdad? —dijo segura de sí.
Alan esbozó una sonrisa divertida:
—Bravo, pronto serás mejor que yo.
—De eso no hay duda —respondió ella con tono provocador.
Alan se giró completamente hacia ella y se quedó un momento contemplándola. Jennel vestía una chaqueta negra ligeramente escotada y un pantalón a juego, de gran sencillez, pero que acentuaban su elegancia natural. Le dedicó una sonrisa amplia y aprobadora.
—Léa, quiero un mapa del mundo con la ubicación de todas las Bases —pidió de repente Jennel.
El mapa apareció instantáneamente frente a ellos, proyectado en tres dimensiones. Jennel frunció el ce?o.
—Pero solo muestras cuatro. ?Dónde están las otras tres? —preguntó.
—Lo ignoro. Solo Alan lo sabe —respondió Léa con total neutralidad.
Jennel lanzó una mirada interrogativa a Alan, buscando una explicación.
La ma?ana se dedicó a familiarizarse con la Base. Jennel formó cuatro equipos motivados que debían recorrer la Base para explicar y tranquilizar sobre su funcionamiento. Tenían como misión principal convencer a los habitantes de usar el casco de hipnoaprendizaje presente en cada módulo, dise?ado para ense?ar la estructura de la ciudad y sacar el máximo provecho de los sintetizadores.
Los intercambios no siempre fueron sencillos.
En una de las secciones, un hombre desconfiado negó con la cabeza frente al casco.
—?No quiero que me laven el cerebro! —protestó.
Una de las integrantes del equipo, paciente, respondió:
—No es manipulación. Solo le ayudará a entender cómo usar los recursos aquí, como los sintetizadores. Podrá verificar todo después.
El hombre finalmente cedió, no sin refunfu?ar.
En otro sector, una mujer dudaba:
—?Y si cambia algo en mi forma de pensar?
Jennel, que pasaba por allí, intervino directamente:
—Yo también tuve ese miedo. Pero lo probé primero, y lo único que hace es ense?arte conocimientos prácticos. No altera nada más. Pruébalo, verás.
La mujer, aún dudosa, terminó por dejarse convencer al ver la determinación de Jennel.
Por la tarde, se celebró una reunión oficial con los representantes de la comunidad y los allegados de Alan en una gran sala del primer piso de la torre. La sala, bien iluminada, estaba equipada con asientos simples y una mesa central donde Alan tomó asiento.
Alan se levantó para dirigirse a la asamblea. Con voz clara, presentó una versión suavizada pero real de la situación:
—Les prometí un a?o de refugio seguro, y esa promesa sigue en pie. Pero podremos extender esta seguridad si hacemos algunos esfuerzos. Piénsenlo como un contrato de arrendamiento renovable por un a?o, pero con un propietario al que le gusta poner desafíos.
Algunas risas suaves recorrieron la sala.
Continuó, más serio:
—Los Gulls, por abominables que sean, son jugadores. Esperan que cada Base controle a las demás. Sin embargo, tenemos una ventaja considerable: las otras solo conocen la ubicación de cuatro Bases ocupadas, mientras que nosotros las conocemos todas.
Es un excelente punto de partida para nosotros.
Hizo una pausa para que sus palabras calaran, luego continuó:
—?El premio de este concurso? El acceso a la nave espacial Gull en órbita. Sé que puede parecer desmesurado, pero debemos jugar su juego. El campo que nos protege de las nanitas se reduce poco a poco. No es una amenaza inmediata, ya que tenemos las lanzaderas para suplir cualquier problema de abastecimiento. Pero debemos comprender su objetivo. Y para eso, debemos actuar.
Jennel permaneció impasible ante esta presentación casi optimista de una situación dramática.
Después de un largo silencio, Imre tomó la palabra con voz tranquila pero incisiva:
—?Cómo se supone que vamos a controlar esas Bases?
Alan, anticipando esta pregunta, respondió con calma:
—Para tres de ellas, basta con ir en lanzaderas. Para las demás, deberemos actuar caso por caso.
Imre alzó una ceja.
—?Y qué haremos con la nave Gull si logramos acceder?
Alan cruzó los brazos, su expresión se endureció ligeramente.
—Imposible saberlo antes de estar allí.
Una voz se alzó en la asamblea:
—?Qué pasará si las nanitas llegan hasta aquí?
Alan desvió su mirada hacia quien preguntaba.
—Significará menos alimento cultivado localmente y la destrucción de nuestros jardines vegetales. Pero nuevamente, tenemos las lanzaderas para compensar esas pérdidas.
Maria-Luisa no parecía convencida.
—Las otras Bases harán lo mismo que nosotros, ?no?
Alan asintió.
—Sí, seguirán el mismo objetivo, con los medios de que dispongan.
Ella continuó, con los ojos brillantes de preocupación:
—?Pueden atacarnos?
Alan respondió con voz firme:
—Conocen la potencia de nuestro campo de repulsión, ya que tienen uno similar. Por ahora, ninguna Base tiene medios militares para iniciar una guerra.
Un murmullo recorrió la sala antes de que Rose insistiera:
—?Por qué este juego estúpido, después de todo lo que han hecho?
Alan hizo una pausa, dejando un pesado silencio. Finalmente respondió, en voz baja:
—Justamente eso es lo que debemos descubrir.
Al final de la reunión, todos se dispersaron entre la confianza y la perplejidad. Alan detuvo a Imre aparte.
—Imre, necesito que hagas algo importante. Te nombro Jefe de Operaciones Exteriores. También pasas al nivel 1 de seguridad de la Base.
Imre parpadeó, sorprendido, pero permaneció en silencio. Alan continuó:
—Tendrás que nombrar a un jefe de Seguridad para las operaciones internas de policía. Pero sobre todo, hay que formar y entrenar peque?os grupos militarizados. Tendrán que intervenir fuera de la Base, especialmente para tomar el control de las tres bases que los demás aún desconocen.
Imre cruzó los brazos, visiblemente tomado por sorpresa.
—Es mucha información de golpe. Pero supongo que es un paso inevitable.
Alan asintió.
—Exactamente. No podemos quedarnos pasivos. ?Entiendes la importancia de esta misión?
Imre asintió lentamente antes de preguntar:
—Pero dime una cosa: ?tu presentación de hace un momento fue realmente fiel a la realidad?
Alan esbozó una sonrisa tranquilizadora.
—Totalmente. Solo fue cuestión de tono.
Imre lo miró fijamente durante unos segundos y luego suspiró.
—Está bien. Empezaré a organizar todo esto.
Alan le puso una mano sobre el hombro.
—Gracias, Imre. Sabía que podía contar contigo.
JENNEL
?Qué día! ?Qué actuación la de Alan!
Si he entendido bien lo que dijo: estamos en una especie de campamento de verano en la monta?a por un a?o, más si ganamos el concurso televisivo llamado “Gull Academy”.
El primer premio es un crucero espacial. No hay detalles sobre los otros premios, si es que los hay.
Ganas tantos puntos como bases conquistas, pero hacen falta 7 puntos para la victoria. Y todo está permitido. Esto va a ser muy intenso.
Descubro cosas nuevas sobre mi marido cada día, pero esta vez, como diría Johnny, “se ha lucido”.
Aparte de eso, me necesita tanto como yo a él. Tengo que ayudarlo más. Como esta ma?ana, cuando al fin pudo respirar un poco.
Sala de control de operaciones.
Alan esperaba a Imre, que llegó poco después con gesto serio. No venía solo. Lo acompa?aban seis reclutas, alineados detrás de él.
Jennel, Maria-Luisa, Bob, Yael y Arman —quien ahora era el jefe de Seguridad— observaban discretamente desde un rincón de la sala, sin intervenir.
Imre presentó a su equipo con tono formal:
—Alan, aquí tienes a los primeros reclutas destinados a las tareas que prevemos.
Los se?aló uno a uno:
—Esta es Laila y esta es Alina. Ambas recibieron formación militar antes de la Ola.
Laila, una mujer de origen árabe, estaba erguida, con ojos penetrantes que reflejaban determinación. Alina, rumana, mostraba una postura igual de firme.
—Aquí están Samuel y Boris, antiguos militares. Samuel, originario de Etiopía, y Boris, de Rusia. Tienen experiencia en combate que nos será muy útil.
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Samuel asintió sobriamente, mientras Boris mantenía una mirada fría y concentrada.
—Por último, Mehmet y Khaled, dos de mis mejores guardias. Mehmet es turco y Khaled, de origen egipcio, se han distinguido por su disciplina y fiabilidad.
Todos vestían el mismo uniforme, dise?ado para la ocasión. Una prenda sobria pero funcional, gris con ribetes negros, que reforzaba su cohesión como equipo. Sus rostros eran serios, y aunque una tensión discreta flotaba en el ambiente, todos parecían centrados en su función.
Imre a?adió:
—Para garantizar la disciplina militar, he introducido rangos. Por ahora, todos son sargentos. Yo tomaré el rango de capitán. Tú sigues siendo, naturalmente, el comandante.
Alan esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Perfecto, Imre. ?Habéis seleccionado las mejores armas?
Imre asintió.
—Sí, elegimos las más fiables y eficaces entre las que recuperamos.
En una parte de la sala, Léa proyectó un planisferio en forma de holograma. Las cuatro bases conocidas estaban marcadas con rojo intenso. Alan se acercó y observó los puntos con atención. Los demás siguieron su mirada, en silencio pero visiblemente curiosos.
Alan se concentró y comenzó:
—Para ubicar nuestra propia Base, estamos aquí, en los montes Ka?kar, en Turquía. Una ubicación estratégica, aislada y protegida por la dificultad de acceso.
Hizo una pausa, dejando que todos observaran la ubicación en el planisferio.
Luego se?aló otro lugar:
—Aquí, en la región semiárida del Karoo, en Sudáfrica, se encuentra otra Base. Es una zona hostil pero hermosa, ideal para disuadir a los curiosos.
Alan deslizó su dedo por el mapa y se?aló una nueva posición:
—La base sudafricana ha tomado el control de la situada en el Parque Nacional de la Comoé, en Costa de Marfil. Una región rica en biodiversidad antes de la Ola, ahora sofocada por el avance de las nanitas.
Por último, se detuvo en un punto del norte del continente americano.
—Y aquí, en las Monta?as Rocosas canadienses, se encuentra la base del parque de Banff. Rodeada de monta?as imponentes y lagos helados, es una fortaleza natural de acceso extremadamente difícil.
Alan se giró hacia los presentes.
—En cuanto a las otras tres Bases, aún son desconocidas para los demás... pero no para mí. Sus ubicaciones me fueron reveladas durante mi viaje en Turkmenistán por un aliado desconocido.
A medida que hablaba, Léa marcaba las nuevas ubicaciones en azul brillante en el mapa.
—La primera está en el outback australiano, cerca de Kata Tjuta, también conocido como los Montes Olga. Una región árida, con formaciones rocosas impresionantes y aisladas.
—La segunda se encuentra en las Monta?as de Altái, en la frontera entre Mongolia y China. Cumbres majestuosas y salvajes, de difícil acceso, pero con un valor estratégico excepcional.
—Por último, la tercera está en los Andes peruanos, en pleno valle sagrado. Una zona misteriosa, rodeada de monta?as escarpadas y ruinas antiguas que parecen fuera del tiempo.
Alan dio un paso atrás, observando las ubicaciones marcadas en rojo y azul.
—Esta información es nuestro principal recurso. Hay que usarla con prudencia.
Se volvió hacia sus compa?eros.
—Las tres bases azules son accesibles. Tendremos que explorarlas y tomar el control rápidamente. Será una de las primeras misiones de este equipo.
Hizo una pausa y a?adió:
—Imre, asegúrate de que su entrenamiento sea riguroso. Deben estar preparados para todo.
Imre asintió, lanzando una mirada severa a sus reclutas.
—Lo estarán, Comandante. Puede contar con nosotros.
Jennel observaba en silencio, con los brazos cruzados, pero sus ojos mostraban una inquietud contenida. Tomó la palabra:
—Alan, ?qué pasará si otra Base descubre nuestros movimientos?
Alan respondió con calma:
—Tendremos que actuar con discreción. Nuestras lanzaderas están equipadas para evitar ser detectadas. Y si se vuelve inevitable una confrontación, estaremos preparados. Pero espero que no lleguemos a eso.
El silencio se apoderó brevemente de la sala, mientras cada uno medía la magnitud de los desafíos por venir.
Alan, Imre y su equipo habían seguido una ruta de baja altitud, bordeando las aguas tranquilas y brillantes del Mar Rojo, antes de sobrevolar las dunas infinitas de la península arábiga. La lanzadera cruzó luego el océano índico, ofreciendo una vista espectacular de la inmensidad azul salpicada por unas pocas islas aisladas.
Al llegar a la costa australiana, el paisaje cambió radicalmente: una extensión árida salpicada de imponentes formaciones rocosas y tierras rojas se desplegaba hasta donde alcanzaba la vista. Desde allí, la lanzadera trazó una línea recta hacia Kata Tjuta.
Las siluetas majestuosas de los montes Olga comenzaron a perfilarse en el horizonte. Domos masivos se alzaban imponentes, como vestigios de un pasado olvidado. Alrededor, arbustos dispersos, amarillentos y frágiles, salpicaban la inmensidad árida. Los lechos de ríos secos serpenteaban a través del desierto, testigos de un tiempo pasado en que el agua fluía libremente.
Como la posición exacta de la Base no estaba determinada, la lanzadera trazó círculos concéntricos sobre el sector.
Si bien el viaje había durado dos horas a la altitud prudente que eligieron, transcurrió otra hora antes de que descubrieran la ciudad. La espera pesaba dentro de la lanzadera. Algunos se preguntaban si la Base existía realmente o si la información recibida era errónea. Miradas inquietas se cruzaron, y un murmullo comenzó a propagarse entre el equipo: —?Nos habrán enviado aquí para nada?— Imre lanzaba miradas nerviosas a los indicadores holográficos. Alan, aunque concentrado, no pudo evitar preguntarse si había sobrestimado su información; una breve sombra de duda cruzó su mente.
La lanzadera detectó el campo de repulsión, pero la presencia de Alan seguía siendo necesaria para cruzarlo. Ni siquiera eso habría bastado si la Base hubiera sido activada por otro Elegido. La ciudad que apareció ante ellos era una copia exacta de la suya.
Pasaron varias veces a baja altura, pero Alan no detectaba ningún Espectro.
No había plataforma de aterrizaje libre en la Base, las tres estaban ya ocupadas. La lanzadera no tuvo más opción que posarse sobre una explanada fuera de la estructura. Los militares de Imre descendieron primero, desplegando un perímetro de seguridad a pesar de la aparente ausencia de peligro, como Alan había se?alado. Su proceder metódico evidenciaba su riguroso entrenamiento.
Alan observó brevemente los preparativos antes de unirse al grupo. Una vez asegurado el perímetro, avanzaron hacia la entrada principal, completamente abierta, como si los estuviera esperando.
Alan subió de inmediato la escalera que conducía a la sala de control, donde el domo brillaba suavemente en el centro de la sala, irradiando una luz casi hipnótica. Se detuvo un momento, luego extendió la mano con cierta aprensión. Cuando su palma tocó la superficie del domo, un calor difuso se extendió por sus dedos. Su mano penetró el domo, y su anillo apareció en su dedo. Tomó el anillo material de la Base y el suyo propio se dividió en dos alrededor de su dedo medio. El domo ya solo contenía un anillo inmaterial.
Y en un instante, la Base cobró vida.
Las paredes se desvanecieron, revelando el entorno panorámico de la Base. Alan pronunció estas palabras:
—IA local, conéctate con Léa y subordínate a sus protocolos.
Siguió un momento de silencio, luego la voz neutra de la IA respondió:
—Conexión establecida. Prioridad reasignada a Léa.
—Desactiva el campo de invisibilidad y de repulsión. Deja activo únicamente el campo de protección contra nanitas.
—Campos ajustados. La Base está ahora accesible como punto de acogida.
Alan suspiró, sintiendo la tensión abandonar sus hombros. Se dio la vuelta y regresó con Imre y el equipo, que esperaban con impaciencia.
—Está hecho. Podemos regresar.
Leila, Alina y Mehmet habían aprendido a pilotar las lanzaderas, así que tomaron posesión de las tres naves de la Base y se unieron a la de Alan para el regreso.
Los cuatro aparatos volvieron sin contratiempos por el mismo camino.
Cuando llegaron, Jennel los esperaba, visiblemente tensa. Corrió hacia Alan en cuanto puso un pie en tierra, una chispa de urgencia en la mirada.
—?Ven rápido, tienes que ver esto! —le dijo, tomándolo de la mano para arrastrarlo casi sin preámbulo hacia la sala principal. Alan, intrigado, se dejó guiar.
Al llegar frente al domo, Jennel se?aló la estructura luminosa, su emoción mezclada con un alivio palpable:
—?Mira! Desde hace unas horas, hay dos anillos inmateriales.
—Eso confirma que la transferencia de control fue exitosa —murmuró él, con una expresión de satisfacción contenida.
Jennel, aún excitada, a?adió:
—?Dos anillos! Eso significa que tenemos un control centralizado, ?no es así?
Alan asintió con una sonrisa:
—Exactamente. Todo funciona como estaba previsto.
Jennel, reconfortada, exhaló largo y apoyó la espalda contra la pared, mientras la tensión finalmente abandonaba sus hombros.
Para el viaje hacia los Andes peruanos, Alan decidió partir con dos naves. Imre pilotaba la primera, con Alan y cuatro soldados a bordo, mientras que Alina estaba al mando de la segunda, acompa?ada por Mehmet y tres nuevos pilotos. Las naves, sincronizadas con precisión, siguieron una trayectoria cuidadosamente planificada.
El viaje comenzó con una travesía hacia Islandia, donde el cielo despejado ofrecía una vista espectacular de los campos de lava negra y los glaciares resplandecientes. Los fiordos profundos y las monta?as escarpadas dibujaban un paisaje tan majestuoso como desolado. Las naves redujeron brevemente su velocidad para ajustar sus sensores, y luego continuaron su ruta hacia el oeste.
Al llegar sobre Terranova, el paisaje cambió radicalmente. Las costas rocosas bordeadas de bosques moribundos estaban ba?adas por una luz suave, y los vestigios de una humanidad desaparecida aparecían aquí y allá: pueblos desiertos, puertos silenciosos. Alan, fascinado, observaba cada detalle a través de las paredes transparentes, en silencio.
—Es extra?o ver tanta belleza y tanta soledad a la vez —murmuró.
Imre asintió, su mirada fija en el horizonte, donde el mar parecía extenderse hasta el infinito.
Las naves luego bordearon la costa atlántica de Brasil, ofreciendo una vista impresionante de playas interminables y selvas tropicales que, aunque en decadencia, aún conservaban un verdor en algunos lugares. El contraste entre la vitalidad aparente y la ausencia de vida humana intensificaba la rareza de este mundo agonizante. Mehmet, en la segunda nave, hizo algunos comentarios humorísticos sobre el calor y la humedad, provocando risas en las comunicaciones entre las dos tripulaciones.
Finalmente, los Andes aparecieron en el horizonte, sus imponentes picos alzándose como una barrera natural. Las naves iniciaron su aproximación al Valle Sagrado. Las laderas monta?osas estaban marcadas por terrazas agrícolas antiguas, vestigios de civilizaciones pasadas. Abajo, un río serpenteaba lentamente, reflejando los rayos del sol.
Las naves redujeron velocidad para realizar círculos concéntricos sobre el valle. Imre vigilaba los sensores, en busca de se?ales que confirmaran la presencia de la Base.
—Es aquí —murmuró finalmente, con los ojos fijos en un punto particular del valle donde la luz parecía vacilar.
Las naves iniciaron el descenso hacia una zona llana rodeada de monta?as, listas para descubrir lo que esta nueva Base tenía para revelar.
—?Activen inmediatamente los campos de invisibilidad! —gritó Alan a los pilotos.
Acababa de detectar una fuerte concentración de Espectros muy cerca de la Base. Las naves se acercaron lentamente. Grupos se formaban a unos cientos de metros del campo de repulsión, y columnas llegaban por los senderos que bajaban o subían de las laderas. Imre buscó a Alan con la mirada.
Alan activó su comunicador temporal que lo conectaba directamente con Léa y le preguntó si esa Base estaba activada. La respuesta fue negativa. ?Qué estaba ocurriendo?
Alan reflexionó unos segundos, localizando a los Espectros cercanos, y tomó una decisión. Ordenó a Mehmet mantenerse fuera del campo. A Imre le pidió ingresar al campo y alcanzar una posición estacionaria en el centro de la plaza. Imre suspiró largamente.
El descenso fue una verdadera prueba de destreza. Imre, concentrado, guiaba la nave esquivando pasarelas suspendidas y bloques habitacionales que parecían surgir de la nada en la densa estructura de la Base. A veces tenía que abortar una maniobra y ganar altura para ajustar el ángulo, buscando un paso más seguro. A pesar de la antigravedad, la nave temblaba ante los bruscos cambios de dirección, y los rayos luminosos de la consola se encendían frenéticamente ante cada proximidad peligrosa. Finalmente, tras una última curva cerrada, la nave alcanzó una posición estable en el centro de la plaza, rodeada por las imponentes estructuras de la Base.
Un hombre se encontraba de pie en el atrio frente a la entrada de la torre central, mirando hacia arriba, alertado por el ruido. Imre reconoció que había rozado algunas estructuras con la nave.
Entonces se sorprendió de que su llegada hubiera sido tan in extremis. Pensó que esa coincidencia no era natural. Boris propuso eliminar al hombre antes de que entrara en la torre. Alan intuía que había un elemento que se le escapaba y que probablemente no era una coincidencia.
—Voy a salir —dijo. El hombre no llevaba armas a la vista.
—Comandante... —comenzó Imre. Alan lo detuvo con un gesto, le pidió desactivar el campo de invisibilidad y abrir la nave, ordenando a los demás quedarse fuera de vista.
Descendió.
El hombre parecía petrificado ante la aparición de la nave y observaba cómo Alan se acercaba. Alan analizaba su Espectro. El hombre buscó un arma que ya no tenía. Alan se detuvo.
Y comenzó a hablar: le dio la bienvenida a su Base, dijo que se alegraba de su presencia, pero que la espera había sido larga. Se presentó y preguntó el nombre del hombre, que respondió con voz vacilante:
—Inti.
Alan continuó con calma:
—?Desde hace cuánto tiempo esperas aquí? Los tuyos se están agrupando afuera. ?Por qué estás aquí?
Las preguntas se acumularon. El hombre dudó, lanzando miradas furtivas a su alrededor. Finalmente, habló con voz temblorosa pero clara…
Inti contó una historia extra?a.
Explicó que no era él a quien los dioses esperaban y que pedía su perdón.
Inti tenía un amigo, Carlos, que lo había llevado hacia “Inti Llaqta” (La Luz, en quechua) en el templo de Sacsayhuamán, en el Valle Sagrado. Allí, el dios Viracocha le había hablado a Carlos desde el altar del templo y le había indicado un camino. Su amigo, Carlos, quería llevar a todos, pero un grupo de hombres blancos lo obligó a mostrarles la ruta.
Los blancos regresaron sin él y bajaron a Cusco a buscar explosivos.
Inti había seguido el camino que su amigo le había confiado.
Cuando llegó al pie de un sendero escarpado… Inti dudó antes de hablar, como si intentara recomponer los acontecimientos en su cabeza. Explicó que encontró a Carlos herido, gimiendo de dolor. Intentó ayudarlo, lo arrastró hasta un lugar más seguro y trató de extraerle la bala que lo había alcanzado. Tartamudeó al contar cómo, en el pánico, cometió un error fatal. Carlos se debatía, hubo sangre, demasiada sangre. Inti tragó saliva, su voz se quebró y desvió la mirada.
—él... no sobrevivió —murmuró, evitando cuidadosamente admitir que había sido él quien lo mató.
Continuó solo y, finalmente, la Ciudad de los Dioses apareció ante él. Al ver sus altas estructuras y sus imponentes contornos, Inti sintió una mezcla profunda de asombro y temor. La arquitectura, que asumía divina, superaba todo lo que había imaginado. Cada detalle parecía impregnado de misterio y poder.
—Mientes —lo interrumpió Alan—. No podías entrar solo en la Base.
Balbuceando otra vez, explicó que había encontrado a Carlos herido, incapaz de moverse. Lo había arrastrado hasta la Base, como Carlos le había pedido. Fue allí donde intentó sacarle la bala.
Pero estaba invadido por una angustia sorda, la de haber cometido un sacrilegio al seguir un camino que no se sentía digno de recorrer. Se había postrado varias veces murmurando oraciones, pidiendo a los dioses que le perdonaran su atrevimiento.
—?Por qué me permitieron llegar hasta aquí si no soy digno de cruzar sus puertas? —se preguntaba con el corazón encogido.
Cada paso que daba estaba impregnado tanto de veneración como de un miedo visceral a ser juzgado.
Llevaba días esperando su llegada, pero sus provisiones estaban casi agotadas. Con cada día que pasaba, la esperanza de ser recibido se erosionaba un poco más. Inti era consumido por la duda, convencido de que los dioses lo habían abandonado por haber osado pisar aquel santuario. Vagaba por el Gran Jardín, inspeccionando las puertas cerradas, orando en voz baja, sus murmullos perdidos en el silencio. El viento seco arrastraba sus palabras hacia el vacío, y el eco de sus pasos sobre la piedra lo perseguía. El hambre y la sed le quitaban fuerzas, pero era la soledad la que más lo devoraba.
—?Por qué sigo aquí? —pensaba, con lágrimas en sus ojos cansados—. ?Por qué me hacen sufrir si no soy digno? ?Por qué no puedo irme?
—?Han venido por mí? ?O para castigarme por mi sacrilegio? —preguntó Inti, los ojos llenos de dudas y de un atisbo de esperanza.
Alan se preguntaba qué hacer con Inti.
—?Quieres que las personas que están afuera entren en esta ciudad? Te prometo que encontrarán comida.
—No los blancos asesinos. Los otros sí.
Alan asintió, comprensivo. A?adió:
—Hombres, no dioses, están en esa nave. Son mis guardianes, no tienes nada que temer de ellos.
Alan hizo una se?al a Imre y a los demás para que salieran de la nave. Inti, paralizado, retrocedió ligeramente al ver a los hombres descender uno por uno. Alan se acercó lentamente a él, levantando las manos en un gesto apaciguador.
—No tengas miedo —dijo con voz suave—. Ellos están aquí para ayudarme... y para ayudarte. Mira, no tienen nada contra ti.
Imre y los demás adoptaron una actitud no amenazante, sus gestos deliberadamente lentos. Alan sacó unas barritas nutritivas de su bolsillo y se las tendió a Inti.
—Toma esto. Come un poco, debes de estar agotado —a?adió, ofreciéndole una sonrisa reconfortante.
Inti dudó, pero terminó aceptando la comida, con las manos temblorosas.
Alan observó al hombre devorar las barritas con una gratitud evidente en los ojos, y luego se enderezó bruscamente.
—Quedaos aquí un momento. Tengo que hacer aquello para lo que vinimos.
Corriendo hacia la sala del domo, Alan encontró la puerta abierta. Procedió como la vez anterior: los dos anillos se transformaron en tres alrededor de su dedo.
La IA de la Base se activó de inmediato, y Alan ordenó:
—Subordínate a Léa.
—Conexión establecida. Léa es ahora la comandante principal —respondió la voz artificial.
Alan se quedó inmóvil un instante, absorto en sus pensamientos. Llamó a Mehmet por su comunicador.
—Mehmet, descríbeme la actividad exterior.
Tras una breve pausa, Mehmet respondió:
—Un grupo de una decena de hombres armados está al borde del campo. Mantienen a los demás alejados.
—?Qué hacen esos otros?
—Parece que están siendo vigilados, Comandante. Están cavando a lo largo de la frontera del campo de repulsión, pero sus movimientos indican claramente que están trabajando bajo amenaza de armas.
El rostro de Alan se endureció.
—Sigue vigilándolos.
Alan no estaba preocupado por sus intentos. Ellos ignoraban que el campo de repulsión no era una cúpula, sino una esfera que se extendía bajo tierra. Estimaba que un grupo de saqueadores dominaba el exterior, pero que, dado el número creciente de recién llegados, su posición se debilitaba con cada hora. Debían de estar desesperados por entrar.
—Mejor —pensó con una sonrisa feroz.
—Todos a la nave, incluido Inti —ordenó.
Alan la alcanzó con paso firme mientras contactaba a la IA:
—Desactiva los campos de repulsión e invisibilidad.
A?adió:
—Mehmet, posiciona la nave frente a la gran puerta de entrada de la Base.
Alan subió a su nave y le dijo a Imre:
—Sácanos de aquí y reúne la nave con la de Mehmet.
La salida fue tan épica como la entrada, el equipo evitando que Inti se lanzara al vacío, afortunadamente virtual, que lo rodeaba.
Alan tenía razón. Pasado el momento de sorpresa, la decena de saqueadores se precipitó hacia la Base, arrastrando consigo a otros para que no los siguieran. Algunas personas cayeron y la multitud se detuvo.
Habían recorrido la mitad de la distancia hasta la Base cuando las naves aparecieron y el infierno se desató. Las naves estaban poco armadas, solo contaban con un ca?ón térmico en la parte delantera.
Los ca?ones térmicos de las dos naves abrieron fuego. Un calor insoportable envolvió el aire alrededor de los saqueadores, y las llamas brotaron, carbonizando todo a su paso. Los hombres gritaron, pero sus voces fueron rápidamente ahogadas por la violencia del calor. En pocos instantes, no quedó de ellos más que un montón informe de cenizas y restos calcinados, esparcidos por el suelo.
Alan, impasible, ordenó:
—Reactivación del campo de repulsión.
Eso permitió a la tripulación desembarcar a Inti y a los pilotos, y recuperar así otras tres naves.
Alan se tomó el tiempo de mostrarle a Inti lo esencial de la Base, e intentó sin éxito explicarle el funcionamiento de los sintetizadores. Como último recurso, pidió a la IA que preparara alimentos completos en cada slot, en espera de que personas más curiosas o valientes se encargaran de la situación.