La batalla se tornaba más feroz con cada segundo. El cielo estaba rasgado por relámpagos de energía caótica, la tierra temblaba como si el mundo entero palpitara al ritmo del combate entre Biel y Domia.
Biel, cubierto de sangre y sombras, respiraba con intensidad. Había aceptado por completo la herencia oscura de Monsfil. Su mirada era fuego contenido, y su aura se extendía como un océano en tormenta. En su interior, el demonio que siempre había dormido... ahora rugía despierto.
Frente a él, Domia jadeaba con el rostro desencajado por la rabia. Su brazo derecho, cercenado por la hoja negra de Biel, yacía hecho polvo sobre el suelo, aunque ya lo había reconstruido, seguía doliendo. La sangre que brotaba de su herida chispeaba como lava incandescente, pero su orgullo herido dolía mucho más.
—Tú... —gru?ó, su voz temblando con una furia tan densa que podría cortar monta?as—. Eres un demonio aterrador…
Biel, con su silueta envuelta en sombras que danzaban como llamas negras, sonrió con calma.
—La verdad… soy humano. —Su voz resonaba como un trueno lejano en una catedral vacía—. Pero en mí… duerme un demonio que está dispuesto a destruirlo todo. Y eso te incluye a ti.
La mirada de Domia se volvió homicida. El espacio alrededor de ella se quebró como cristal bajo un martillo.
—?CáLLATE DE UNA VEZ! —gritó, y su voz rompió el tejido del mundo.
El cielo se partió como un espejo que no podía sostener su reflejo. Fragmentos de realidad flotaron en el aire, destellando como esquirlas de estrellas rotas.
Acalia, Raizel y los demás quedaron congelados, con los ojos abiertos de par en par.
—?Q-que es esto...? —susurró Raizel, sujetándose el pecho—. Nunca... había sentido un poder que desgarrara la realidad misma...
Pero Biel seguía inmóvil. Su expresión no cambió. Era un faro de serenidad en medio del caos.
—??IDIOTA, ??QUé TE PASA!! —bramó Domia, con los cabellos ondeando como látigos de furia pura—. ??ACASO TODO ESTO NO TE HACE TEMBLAR!?
Biel cerró los ojos un momento. El viento a su alrededor giraba como un huracán de cuchillas, pero él era un remanso.
—He vivido cosas peores que esto —dijo al fin, abriendo los ojos, ahora te?idos de carmesí absoluto—. Ya nada me sorprende. Pero... admito que eres demasiado poderosa. Y así como voy… no podré derrotarte.
Biel en su mente pensaba que debía hacer un plan para atraerlo pues de todos ellos, él también era sumamente fuerte, con él y la fuerza de Acalia y los demás debían tener una oportunidad de llevar a Domia a ese lugar.
Domia frunció el ce?o. Por primera vez, una chispa de duda brilló en sus ojos.
—?Qué estás tramando...? —susurró.
Biel dio un paso adelante. La tierra se agrietó bajo sus pies. Luego otro. Y otro. Hasta que se detuvo en el centro de la distorsión creada por Domia. Elevó el rostro al cielo destrozado... y gritó.
Un grito. Pero no uno común. Fue un rugido primigenio, una vibración cósmica que atravesó monta?as, océanos y dimensiones. El sonido sacudió los cimientos del mundo físico... y traspasó al espiritual.
En lo alto del plano espiritual, el eco llegó como un canto antiguo.
Yael "Enit", la Diosa de los Espíritus, abrió los ojos con sorpresa. Su trono, tallado en cristal celestial, vibró bajo su forma etérea.
—Imposible… —murmuró, y un suspiro encantado se escapó de sus labios—. La energía de Biel ha atravesado el velo de la vida y la muerte…
A su lado, Rizeler, de pie como una estatua protectora, frunció los labios.
—Ha cambiado mucho desde que vino aquí por primera vez… —dijo con tono reflexivo—. Antes, su poder apenas despertaba. Ahora… su presencia parece la de un dios naciente.
Yael se llevó una mano al rostro, ruborizada como una doncella enamorada.
—Además… es tan guapo —susurró, y peque?os corazones etéreos flotaron a su alrededor.
Rizeler ladeó la cabeza, con una expresión incómoda.
—Por favor, mi se?ora, el solo es un humano… —murmuró.
Yael soltó una risita y se incorporó con elegancia.
—Rizeler… prepárate. El grito de Biel no es solo una llamada. Es un rugido de guerra. Y creo… que está pidiendo ayuda.
El viento espiritual comenzó a agitarse, como si respondiera al llamado. Las puertas del santuario empezaron a brillar con una luz que no se había visto en siglos.
Y así, mientras en el mundo material los escombros del cielo seguían cayendo, y la figura de Biel brillaba como una lámpara encendida en la oscuridad del universo, una nueva fuerza comenzaba a despertar...
Una que podría inclinar el destino mismo.
El eco del grito de Biel viajó más allá del plano espiritual, más allá de los reinos conocidos por los mortales. Atravesó la cortina de dimensiones hasta alcanzar el Umbral de los Dioses, una región tan alejada del plano terrestre que incluso las estrellas parecían susurrar su distancia. Aquel grito era como una lanza de luz y caos que había perforado la eternidad.
Los dioses, antiguos y vastos, reunidos en su Círculo Celestial, detuvieron su eterno debate. Un silencio impenetrable cayó sobre la sala como un velo de obsidiana. El eco resonaba todavía en los pilares de éter, en los corredores del tiempo y la esencia.
Nyxaris, la Diosa de las Sombras, se adelantó primero. Su silueta ondulaba como humo bajo la luz de lunas invisibles.
—Ese humano ha trascendido su poder... —murmuró, con la voz tan suave como un susurro en la oscuridad—. Su grito ha llegado hasta este lugar, tan distante del planeta Tierra. Es verdaderamente impresionante.
Solaryon, el Dios de la Luz, brillaba con una presencia que cegaba incluso a otros dioses. Asintió con seriedad, sus ojos como soles en miniatura.
—Es cierto. Ese humano se ha vuelto tan fuerte que ahora... el equilibrio del universo está en un punto de igualdad. Por fin... la luz y la oscuridad se miran de frente.
Thalgron, el estruendoso Dios de la Guerra, soltó una carcajada que retumbó como truenos de acero.
—?Jajajaja! Esto... ?esto es la esencia de la guerra! El caos, la incertidumbre... ?es emocionante! Es como el fragor de mil espadas cruzándose en un solo latido.
Elaris, la Diosa de la Vida, frunció el ce?o, su cabello flotando como algas en un mar etéreo.
—Thalgron... ?Eres lo peor! Incluso diría que tienes parentesco con esa mujer llamada Domia. ?No me digas que fuiste tú quien le dio ese poder!
El dios de la guerra se encogió de hombros.
—?Qué dices! ?Yo? ?Involucrarme con ella? ?Por favor! Yo soy un dios, y de la guerra. Cada conflicto es un festín para mí, pero no manipulo las piezas.
Elaris bufó con desdén.
—Patético... ?eso es lo que eres!
Veyrith, el Dios del Caos, se rascó la barba hecha de humo interdimensional. Su sonrisa era un remolino de posibilidades imposibles.
—Ese humano... es divino como el caos. Seguro podría darme pelea. Me gusta. Me agrada. Tiene el espíritu del desorden.
Arselturin, el Dios de la Muerte, con su semblante impasible, alzó una ceja leve.
—La muerte ya lo abrazó una vez... y él la venció. Eso lo hace un ser excepcional. Tiene todos mis respetos, ese humano llamado Biel.
Un susurro intelectual atravesó la sala cuando Orivax, el Dios de la Sabiduría, levantó la voz con tono pausado, como quien abre un libro prohibido.
—Su poder actual... es comparable, si no superior, al del primer héroe que llegó a este mundo. Aquel que selló a los cinco reyes demonio. Pero hay algo más: Biel no solo combate con ese poder... ?lo usa! Y no cualquier poder: Monsfil, el Rey Demonio de la Destrucción Eterna.
Xaltheron, el Dios del Vacío, cuya presencia era un abismo en sí mismo, asintió con lentitud.
—Nunca imaginé... que ese humano llegaría a esto. Su existencia es un agujero negro en las reglas. Absorbe, transforma... y renace.
Sylvaran, el Dios de la Naturaleza, se frotó las manos de corteza y follaje.
—A este paso, la naturaleza será destruida. Pero también puede volver a nacer. No me importa perder los bosques si con ello derrotan a Domia. La naturaleza se reconstruye. Las vidas humanas, no.
Entonces Chronasis, el Dios del Tiempo, habló. Su voz era un carrusel de edades, como si cada palabra contuviera siglos.
—He observado las líneas temporales. Y esta... es la única que no sigue un canon igual a las demás. Eso solo puede significar una cosa: el destino de Biel es suyo. Ni siquiera yo, el Dios del Tiempo, puedo verlo.
Un escalofrío recorrió el Círculo Celestial. Los dioses se miraron unos a otros.
—??Qué?! —exclamó Elaris—. ?Ningún humano puede escribir su propio destino!
Chronasis cerró los ojos.
—Lo digo porque en todas las otras líneas... Biel muere en los sucesos de la Tierra Oscura, asesinado por Lip. Pero esta línea... sigue. Está vivo. Es como si alguien... hubiese intervenido desde fuera.
Thalgron cruzó los brazos, receloso.
—No serás tú quien está manipulando su destino, ?verdad?
—No. —Chronasis negó con firmeza—. No puedo. Eso destruiría las demás líneas. No... esto viene de alguien más alto.
Nyxaris entrecerró los ojos, pensativa.
—?Entonces quién...? ?Ningún dios tiene ese poder!
Orivax respondió con voz solemne.
—Están equivocados. Solo hay un dios capaz de alterar el destino de un humano. Ni siquiera el dios del destino puede hacerlo. Solo él...
Xaltheron, con su tono grave, preguntó:
—No me digas... ?Te refieres a.?
Orivax asintió lentamente.
—Aetherion. El Dios Creador.
Un silencio mayor que el vacío mismo cayó sobre el Círculo.
Chronasis, con una chispa de comprensión, habló de nuevo:
—Ahora que lo dices... Aetherion me pidió, antes de desaparecer, que le contara todo sobre las líneas temporales. Quería saber más sobre el héroe que llegaría al mundo. Fue él. ?él creó esta desviación!
Nyxaris murmuró:
—Entonces Biel... es especial para este mundo. Si el Dios Creador lo protege, es porque vio algo. Algo que pondría en jaque a todo el universo...
Mientras tanto, en el mundo original de Biel, en aquella misteriosa tienda de antigüedades, un anciano estornudó con fuerza.
—?Agh! Vaya... esos charlatanes celestiales deben estar hablando mal de mí...
Rubí, sentada en el mostrador, lo miró con curiosidad.
—?De qué hablas, viejo?
El anciano sacudió la mano con desdén.
—Nada, ni?a. Solo cosas de gente aburrida que cree que puede manipular el destino ajeno...
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En la pared, una pantalla etérea flotaba, mostrando a Biel de pie, rodeado de un aura tan densa como un eclipse, enfrentando a Domia.
Los demás observaban con asombro.
—?Wow... él es... impresionante! —susurró uno de los clientes.
—Parece un dios... —dijo otro.
El anciano sonrió para sí mismo, sus ojos brillando con un conocimiento milenario.
—No, ni?os... no es un dios.
Tomó una taza de té humeante, la alzó hacia la pantalla y murmuró con voz emocionada:
—él es Biel. Y está escribiendo su propia historia. No como un elegido... sino como el autor de su propio destino.
Y el eco del rugido de Biel aún vibraba en lo más profundo del cosmos.
Las pantallas seguían flotando como espejos de realidades paralelas dentro de la tienda de antigüedades, proyectando cada instante del combate entre Biel y Domia. Los rostros de todos reflejaban una mezcla de asombro, admiración y nerviosismo.
—?Mi amigo es todo un héroe! —exclamó Noah Mitchell, levantando los brazos con orgullo—. Y además tiene su propio harem, como todo protagonista de anime, manga, novela ligera o web novela que se respete.
Mía Morgan soltó una carcajada y lo miró de reojo.
—Eres un otaku de clase A, ?lo sabías?
—?Y me enorgullezco de ello! —dijo Noah, sacando pecho—. He visto miles de animes, y en todos los protagonistas termina con un harem, bueno no en todos. ?Así que, sí, soy otaku de clase A y con medalla de oro!
Ethan Carter se rascó la cabeza y comentó:
—La verdad, Biel ahora parece un semidios. Su presencia es abrumadora, como si cargara un universo en cada paso.
Grace Collins, con los ojos brillantes, suspiró largamente.
—Aunque... en esa forma, es muy bello.
Ava White, Charlotte Anderson, Rose Carter y Hannah Sullivan respondieron al unísono:
—?Es verdad, es guapo y hermoso!
Liam Johnson se llevó una mano a la frente, exasperado.
—Estas chicas y sus amores... ?De verdad creen que ahora tienen una oportunidad con Biel?
Las chicas lo miraron con ojos afilados como cuchillas.
—?Tú qué sabes?
Liam retrocedió un paso.
—Mejor me callo, me callo... —murmuró, alzando las manos en se?al de rendición.
Chloe Brooks cruzó los brazos, pensativa.
—Siendo sincera, chicas, la tienen difícil. Biel está en otro plano... como ya lo dijeron, es como un dios. Una categoría muy elevada para nosotras.
Las chicas asintieron, aunque ninguna bajó la mirada.
—Es verdad, pero eso no significa que nos rendiremos. —dijeron al unísono con determinación.
Mason Scott se rascó la nuca y dijo con una risa:
—Biel, te queremos... pero aquí hay unas loquitas que mueren por ti.
Las chicas se giraron hacia él con expresiones fulminantes.
—??Quiénes están loquitas, ?eh?!
—No, no, no... no dije nada. Es que... me acordé de alguien, je...
—Más te vale, Mason... —gru?ó Charlotte, sin dejar de mirar la pantalla.
Las carcajadas llenaron la habitación. Todos observaban el combate como si fuera el desenlace de una saga que los había acompa?ado toda la vida. Y entonces...
—Y ese último grito... ?qué fue? —preguntó Liam, con los ojos abiertos de par en par—. Sonó como un trueno que partiera los cimientos del cosmos.
El anciano, sin apartar la mirada de la pantalla, respondió con tono grave:
—Es un llamado.
Rubí ladeó la cabeza.
—?Llamado? ?A quién está llamando?
El anciano sonrió de forma enigmática.
—No se preocupen... ya lo verán. Es un gran aliado de Biel.
Todos se inclinaron hacia la pantalla con atención renovada.
En el campo de batalla, Domia contemplaba a Biel con una mueca entre desconcierto y desdén. La grieta que había abierto con su grito aún palpitaba en el cielo, como una herida fresca en la piel del mundo.
—??Qué fue todo ese escándalo?! —exclamó, su voz vibrando con ira latente.
Biel, con la mirada fija en el firmamento rasgado, sonrió con serenidad.
—Una sorpresa...
Se volvió hacia ella, sus ojos encendidos con el fuego de una determinación inquebrantable.
—La verdad es que no puedo derrotarte solo. Así que decidí llamar a alguien muy especial...
Domia frunció el ce?o.
—??Qué estás diciendo...?!
Y entonces ocurrió.
Un silbido desgarró el aire. Una lanza oscura, envuelta en energía oscura como la noche primordial, surcó el horizonte a una velocidad imposible. Su trayectoria era recta como una flecha divina, y su poder, tan abrumador, que dejó una estela de fuego negro en su camino. Domia apenas tuvo tiempo de esquivarla, y la lanza se incrustó en el suelo a sus espaldas, provocando una explosión de sombras que sacudió el terreno.
—??QUé FUE ESO?! —gritó Domia, con los ojos como platos.
Una voz profunda, elegante y afilada como la hoja de una espada celestial resonó desde el cielo.
—Al parecer fallé, mi se?or. Mis disculpas.
Todos se giraron hacia el origen de la voz.
Y allí, en lo alto del cielo quebrado, una silueta descendía lentamente, como si los mismos hilos del universo lo estuvieran bajando con reverencia.
Un guerrero de armadura negra y roja, con una capa que se agitaba como la llama de una vela en una catedral abandonada. Su cabello largo y plateado brillaba como la luna entre nubes tormentosas. Sus ojos, uno azul como el hielo eterno y otro dorado como el crepúsculo, centelleaban con poder contenido.
Ylfur había llegado.
Biel alzó la mirada y sonrió, el alma vibrando con alivio.
—Llegaste tarde, amigo...
Ylfur aterrizó con elegancia felina, el impacto de sus botas sobre la tierra creando un cráter menor. Su presencia distorsionaba el aire, como si la misma gravedad se inclinara ante él.
—Ya sabes que me gusta hacer una entrada. —dijo con una sonrisa torcida.
Acalia, Raizel y los demás lo miraban con asombro.
—?Es Ylfur...! —murmuró Raizel—. El Caballero Oscuro.
Domia entrecerró los ojos.
—??Y quién demonios eres tú?!
Ylfur dio un paso al frente. Las sombras alrededor de él se alzaron como dragones dormidos.
—Mi nombre es Ylfur. El Caballero Oscuro. Y ahora... la espada de mi amo Biel.
Domia río con desprecio.
—?No importa cuántos vengan! ?Yo soy invencible!
Biel y Ylfur se miraron. No necesitaban palabras. Sus auras se sincronizaron al instante, como dos notas en una sinfonía olvidada.
Ylfur alzó su lanza y apuntó a Domia.
—Venimos a romper tu eternidad. Con oscuridad y fuego, vamos a darte el final que mereces.
El viento rugió con fuerza. La tierra tembló. Y la batalla entraba en su segundo acto.
Uno que pondría en juego el destino del mundo.
Doce días antes de los eventos actuales
Mientras Biel y sus amigos se adentraban en la dimensión abierta por Aine, un guerrero decidió tomar otro camino. Ylfur, leal a su causa y a su amo, se separó del grupo con una determinación inquebrantable. Su destino: el Inframundo, el dominio de los demonios, el corazón ardiente del poder oscuro.
El cielo del Inframundo no era cielo, sino una cúpula de sombras que goteaban fuego líquido. Las monta?as eran colmillos de obsidiana, y el suelo, una mezcla de ceniza y huesos molidos. Allí, en medio de ruinas negras que parecían haber presenciado mil guerras, Ylfur caminaba con paso firme, cada pisada resonando como un eco de guerra.
Un viento helado sopló, trayendo consigo una presencia. De entre las ruinas emergió una figura alta, esbelta, casi etérea. Sus ojos escarlatas brillaban con una malicia antigua y una sonrisa cruel dibujaba sus labios como cuchillas curvas. Su armadura negra, como un pozo de noche sin fondo, exudaba energía demoníaca.
—Calupsu... —gru?ó Ylfur, sus ojos entrecerrados como hojas de acero.
El demonio se cruzó de brazos, su voz impregnada de sarcasmo venenoso.
—?Qué haces en este lugar, Ylfur? —inclinó levemente la cabeza—. ?Oh! Ya veo... ?Has venido a fortalecer tus habilidades para ayudar al portador del Rey Demonio! —se echó a reír, una risa hueca y amarga—. Patético... Aun no entiendo por qué sigues llamando "amo" a un simple humano.
El aire se tensó. Ylfur apretó los pu?os, y su aura oscura comenzó a emanar con una fuerza descomunal, envolviéndolo como un tornado de tinieblas.
—?Cierra la boca, Calupsu! ?No permitiré que hables así de mi amo!
Calupsu entrecerró los ojos, deleitándose con la reacción.
—?Tu amo, eh? —su voz era un cuchillo afilado cortando la moral—. Llamar "amo" a un humano... ?Hasta dónde has caído, Ylfur! No entiendo por qué Monsfil eligió a ese insignificante humano como portador de su poder y no a uno de nosotros, verdaderos demonios.
—?No te atrevas a cuestionar las decisiones de Monsfil! —La voz de Ylfur resonó como un trueno subterráneo, y el aire se sacudió como si la propia dimensión temblara.
Calupsu se encogió de hombros, despreocupado.
—Je... Aunque no lo acepte, hay demonios que ya lo han hecho. —Le lanzó una mirada ladeada—. Pero yo... yo no aceptaré a ese humano como mi Rey Demonio hasta que venga aquí y me lo demuestre personalmente.
Ylfur sonrió. Una sonrisa lívida, cargada de confianza.
—Vendrá... Puedes estar seguro de eso. Y cuando lo haga, ?te arrodillarás ante él!
—Hmph... Ya veremos. —Calupsu se dio la vuelta, su capa oscura ondeando como una sombra viva—. Por ahora, no tengo interés en un humano débil que ni siquiera puede usar todo el poder del Rey Demonio.
Justo cuando Ylfur iba a replicar, otra presencia se manifestó, tan densa que el aire se volvió plomo. Una voz gutural, fría como el hielo de los mundos muertos, cortó la tensión.
—Siempre es lo mismo cuando un demonio llega aquí... Peleas sin sentido.
De las sombras de un castillo en ruinas emergió una figura imponente. Sus ojos amarillos brillaban con malicia contenida, y su aura era tan pesada que parecía aplastar la luz a su alrededor. Cada paso suyo dejaba una mancha negra en el suelo.
—?Palser! —exclamó Ylfur con una sonrisa que, por primera vez en ese lugar, era genuina.
Palser se acercó sin prisa, como flotando entre brumas oscuras.
—Lo mismo digo, Ylfur. —Su voz era la calma que precede a una tormenta sangrienta—. Me he enterado de lo ocurrido... Así que, Monsfil eligió a un humano y tú decidiste servirle.
—Así es. —Ylfur lo dijo con firmeza, sin vacilar.
Palser soltó una carcajada baja, como un rugido contenido.
—No me importa si es humano o demonio. Para mí, lo que importa es su poder... También supe que fuiste derrotado por un dragón. Pienso que no hubiese pasado si tu poder no estuviera sellado. Dime, ?ese humano es capaz de romper tu sello?
Los ojos de Ylfur brillaron un instante con un fuego melancólico. Bajó la mirada.
—No lo sé... Pero si alguien puede hacerlo, es él.
—?Así que aún tienes esperanza? —Palser sonrió, mostrando sus colmillos afilados como dagas—. Me intriga. Quiero verlo con mis propios ojos. De todas formas... me alegra que hayas regresado. La próxima vez que nos crucemos... quiero ver si ese humano merece tu lealtad.
Ylfur alzó la vista, fuego negro ardiendo en su pecho.
—Lo demostraré. él demostrará su poder. Estoy seguro de eso.
Calupsu soltó un suspiro fingido, aburrido.
—Patético... Perder el tiempo con sue?os vacíos. Me largo de aquí. Entrena todo lo que quieras, Ylfur. Quizás los demás te ayuden... Yo no pienso mancharme las manos con un sirviente de humano.
—Haz lo que quieras, Calupsu. —Ylfur ni lo miró—. Será suficiente con la ayuda de mis demás hermanos.
Calupsu desapareció entre las sombras, su risa sarcástica resonando como ecos de una burla infinita.
Palser se acercó un paso más. Su mirada, antes hostil, ahora era algo más... Casi fraternal.
—Si necesitas ayuda... búscame. Aún hay cosas que quiero saber sobre ese humano que porta el poder del Rey Demonio.
—Lo haré. Gracias, Palser.
El demonio asintió y se desvaneció en la oscuridad como humo disuelto por el viento.
Ylfur quedó solo. El horizonte carmesí se extendía ante él como un mar de sangre detenida en el tiempo.
—Amo Biel... —murmuró, apretando el mango de su espada, que brilló con un fulgor siniestro—. Juro que me haré más fuerte. No permitiré que nadie dude de usted. ?Jamás!
Su aura oscura se elevó, expandiéndose como una tormenta negra que devoraba el horizonte. Era el inicio de su entrenamiento, el fuego purificador de su convicción.
Y en la soledad del Inframundo, donde los ecos de los caídos susurraban eternamente, Ylfur dio su primer paso hacia el poder que necesitaría para cambiar el destino junto a su amo.
Cinco días habían transcurrido desde que Ylfur inició su entrenamiento en el Inframundo junto a sus hermanos Fuhrich y Nübel. La dimensión ardiente resonaba con los choques de armas, gritos guturales y explosiones de energía oscura. Cada día, Ylfur empujaba su cuerpo y alma al límite, decidido a romper el sello que lo mantenía incompleto.
Nübel, la mayor de los tres, observaba a su hermano con una mirada de hielo. Era una demonio de cabellos plateados y ojos violáceos, con una armadura que irradiaba autoridad. Su poder era indiscutible, y su carácter, implacable.
—Si sigues así, no podrás ni proteger a tu amo ni tu propia vida —dijo, lanzando su lanza con fuerza sobrenatural hacia Ylfur, obligándolo a esquivarla por escasos milímetros.
—?Lo intento! Pero este maldito sello no cede... —gru?ó Ylfur, jadeando.
Fuhrich, más tranquilo, pero no menos poderoso, habló con voz serena mientras creaba ondas de energía con un solo movimiento de su palma.
—En primer lugar, ?por qué fue sellado tu poder, Ylfur?
Ylfur bajó la mirada, atrapado por el recuerdo.
Había sido hace tiempo... En las profundidades de unas ruinas, frente al símbolo sellado del Rey Demonio Monsfil. Ylfur, atraído por la presencia dormida, lo tocó. En ese instante, mi poder fue encerrado, pero no antes de escuchar unas palabras que jamás olvidaría:
"Llegará un día... aquel día él romperá ese sello, y tú le servirás por toda la vida, porque él es especial para este mundo. Si quieres, ódiame, pero es la única elección que tengo para que aquellos sucesos pasen."
—No lo odio, mi se?or... —murmuró para sí—. Su historia es una de las mejores que he conocido.
Regresando al presente, Ylfur les explicó:
—Eso fue todo lo que me dijo Monsfil.
Nübel entrecerró los ojos.
—?Y cuándo será que ese humano de verdad despertará el poder de Monsfil?
—No lo sé... —confesó Ylfur—. Aún pelea como humano y olvida que también lleva dentro el alma de un Rey Demonio.
Fuhrich cruzó los brazos, contemplativo.
—Entonces tendrás que esperar... hasta que él lo despierte y rompa tu sello.
Pasaron los días como hojas arrastradas por un torbellino de oscuridad. El cielo rojo sangre del Inframundo seguía inmóvil, ajeno al paso del tiempo. Ylfur entrenaba día y noche, su sudor cayendo como lluvia negra sobre el suelo marchito.
Hasta que llegó el duodécimo día.
En las lejanías, Palser y Calupsu observaban el entrenamiento desde una elevación.
—?De verdad crees que ese humano podrá romper el sello de Ylfur? —preguntó Palser, su voz cortante.
Calupsu mantuvo silencio por un instante, y luego dijo:
—No lo sé... pero Ylfur cree ciegamente que él puede. Y su fe... es molesta y admirable al mismo tiempo.
En ese instante, un estruendo partiendo el universo resonó por todos los planos. Fue como si un dios hubiese gritado con la furia de mil soles.
Ylfur detuvo su entrenamiento. Todos los demonios alzaron la cabeza.
—?E-ese grito...! —jadeó Nübel.
—?Vino de la superficie! —exclamó Fuhrich.
Palser y Calupsu lo escucharon también. Un silencio sagrado los invadió. Calupsu sintió un escalofrío subirle por la espalda. Su rostro, antes apático, se llenó de asombro y orgullo.
—Imposible...
Palser lo miró de reojo.
—?Qué te sucede? Estás sonriendo.
—Es porque él ha vuelto... ?Su esencia ha vuelto! Ahora está en ese humano llamado Biel. Definitivamente ha despertado como Rey Demonio.
Palser frunció el ce?o.
—?Estás seguro de eso?
—Totalmente. Esa fue la misma vibración que sentí la noche en que Monsfil destruyó el cielo...
Entonces, algo ocurrió.
Ylfur comenzó a brillar. Su cuerpo emitió un fulgor oscuro, como si toda la penumbra del Inframundo se hubiese concentrado en él. El sello que lo ataba comenzó a desintegrarse, capa por capa, hasta que una ola de energía demoníaca explotó a su alrededor.
—?El sello...! —murmuró Nübel, retrocediendo un paso.
Calupsu se teletransportó instantáneamente frente a él.
—?Se rompió! —exclamó, sus ojos brillando con admiración genuina.
Ylfur jadeó, pero sonrió.
—Es verdad... El sello se rompió. Y todo... gracias a él.
Calupsu asintió, con una chispa de respeto en su mirada.
—Ya no hay dudas. ?él es el heredero de Monsfil!
Ylfur cruzó sus brazos.
—Veo que ahora reconoces a mi amo.
—Siendo sincero, lo desprecié por ser humano... pero ahora entiendo. Ese fue el momento que Monsfil predijo.
Ylfur asintió.
—Ese es mi amo. Y si liberó su poder de Rey Demonio... entonces Domia está atacando.
Nübel apretó su látigo de espinas.
—Entonces debemos ir.
Fuhrich se adelantó.
—Vamos todos. El momento ha llegado.
Palser miró al cielo rojo.
—Yo también quiero verlo con mis propios ojos.
Calupsu preparó su lanza. La cubrió con energía oscura y la conectó con el aura renovada de Ylfur.
—Esto te llevará directamente hasta él. Nosotros llegaremos después.
Ylfur asintió.
—Gracias, hermanos.
Y lanzó la lanza.
Surcó los cielos como una estrella negra. La velocidad que alcanzó quebró la atmósfera del Inframundo. Ylfur se aferró a ella, viajando como un cometa de oscuridad.
En el campo de batalla, Biel alzó la mirada justo cuando una lanza oscura cruzaba el cielo.
—Llegaste tarde, amigo...
Ylfur aterrizó con elegancia, un cráter naciendo a sus pies. Su aura hacía vibrar la tierra, el aire, los corazones.
—Ya sabes que me gusta hacer una entrada. —Sonrió.
Acalia, Raizel y los demás lo miraban con asombro.
—?Es Ylfur...! —murmuró Raizel—. El Caballero Oscuro.
Domia chasqueó la lengua.
—??Y quién demonios eres tú?!
—Soy Ylfur. El Caballero Oscuro. Y ahora... la espada de mi amo Biel.
—?No importa cuántos vengan! ?Soy invencible!
Pero Biel y Ylfur ya se miraban, sincronizados.
Ylfur alzó su lanza.
—Venimos a romper tu eternidad. Con oscuridad y fuego, vamos a darte el final que mereces.
El cielo rugió. La tierra se estremeció. Y entonces, Ylfur apuntó al cielo.
Cuatro rayos descendieron como ca?ones celestiales. Cuando el humo se disipó, se revelaron cuatro figuras.
Calupsu, Palser, Fuhrich y Nübel.
Los ojos de Biel se encendieron.
—Gracias... a todos ustedes.
Y la segunda fase de la batalla por el destino del mundo comenzó con toda su furia.