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Capítulo 59: El Rugido de la Esperanza

  Los veinte minutos habían transcurrido.

  Biel, con el rostro endurecido por la responsabilidad y la furia contenida, dio un paso hacia el centro del coliseo. El viento le azotó el rostro como si la misma naturaleza intentara detenerlo, pero sus ojos, cargados de determinación, no titubearon ni un instante.

  —Bueno, se?or… me marcho —anunció con voz firme, mirando al frente, sin dignarse a esperar respuesta del rey Hans.

  El rey entreabrió los labios, pero no llegó a pronunciar palabra. Biel ya no estaba allí.

  Con un estallido sónico, sus alas demoníacas envueltas con energía radiante. Eran como fragmentos de la noche misma, te?idas de un violáceo resplandor que ondulaba con furia sobrenatural. Biel alzó el vuelo con una violencia tal que las baldosas se resquebrajaron bajo sus pies. Una estela púrpura quedó marcada en el cielo, como si el firmamento hubiese sido rasgado por una espada viviente.

  El destino lo aguardaba en Lunarys, a cuarenta minutos de vuelo.

  En el campo de batalla, la sinfonía de la guerra estaba alcanzando su clímax. Magias crepitaban como relámpagos desencadenados, espadas chocaban con el rugido de truenos, y el aire olía a sangre, a tierra quemada, a desesperación.

  La batalla más intensa era, sin duda, la que enfrentaba a Iridelle y Darian contra el quinteto de la esperanza: Yumi, Gaudel, Charlotte, Vaer y Berty.

  Yumi jadeaba, con su ropa hecha trizas y la sangre ti?éndole el hombro izquierdo. Sus ojos, sin embargo, ardían con la llama inextinguible de quien no se rendirá jamás.

  Charlotte, por su parte, sostenía su báculo con ambas manos, las venas marcadas por el esfuerzo. Su magia sanadora había mantenido al grupo en pie, pero su rostro pálido delataba el precio que estaba pagando.

  —Amigos… —dijo Charlotte con voz entrecortada— tenemos que acabar con esto ya… mi energía está por caer… y no puedo… sostenernos por más tiempo…

  Yumi se irguió, tambaleante, y sonrió con dolor.

  —Es verdad… siento los músculos como si hubieran sido exprimidos por un gigante… y no uno amable precisamente…

  —Entonces no hay tiempo que perder —dijo Gaudel, ajustándose sus guantes—. Tengo un plan.

  —?Uno de los que destruyen media ciudad o de los que casi nos matan? —bromeó Berty entre jadeos.

  —?Por qué no ambos?

  Una carcajada nerviosa se escapó de Yumi, mientras un peque?o relámpago de magia chispeaba en sus manos. Pero Darian no les permitió disfrutar del momento.

  —?Se están despidiendo o qué? ?Vamos, ataquen de una vez si les queda algo de valor! —bramó con sorna, escupiendo sangre mientras su cuerpo temblaba de agotamiento.

  Iridelle lo miró de reojo. Tenía la ropa desgarrada, el rostro cubierto de moretones y sangre seca, pero su sonrisa no se había desvanecido.

  —Lo admito… son fuertes. Aun con el poder que nos otorgó nuestra se?ora Domia… no pudimos derrotarlos. Son buenos. Pero…

  Se detuvo. Sus ojos brillaron con una tristeza perversa.

  —Domia es mil veces más poderosa que ustedes juntos. Y aunque nos derroten… ella los destruirá en un pesta?eo. Tal como lo está haciendo ahora mismo con esa vampira de cabello rosado…

  Una cuchillada de hielo atravesó los corazones del grupo. Charlotte ahogó un grito.

  —?Sarah…? ??Qué…?!

  —?Eso no puede ser! —exclamó Yumi—. ?Ella no debía enfrentarse a Domia aún! ?El plan era ganar tiempo!

  —Selene la envió —dijo Iridelle con una sonrisa que escupía veneno—. Mi se?ora quería divertirse. Así que… la empujó hacia la perdición.

  La sangre de Charlotte hervía. Su rostro, normalmente pacífico, se convirtió en un fuego latente.

  —?No los perdonaré por esto!

  —?Y qué harán? —preguntó Iridelle—. ?Nos derrotarán y luego correrán hacia su muerte?

  —Tal vez. Pero no sin hacerlos caer primero —espetó Gaudel con los ojos fulgurantes.

  Fue entonces cuando una voz cruzó sus mentes como una flecha luminosa que partía la oscuridad.

  —No se preocupen… ya voy en camino. Por favor, resistan 20 minutos más.

  Todos se quedaron en silencio. Como si el tiempo se hubiera detenido para saborear esa voz.

  Charlotte parpadeó, lágrimas brotando en sus ojos.

  —Esa voz… es Biel…

  —Siempre tarde, ?eh? —dijo Yumi, sonriendo con melancolía y furia contenida.

  Vaer cruzó los brazos con una sonrisa renovada.

  —Así que ya vienes, compa?ero…

  Berty soltó una risa ronca.

  —Justo cuando la fiesta se iba a acabar… llega el invitado estrella.

  Darian frunció el ce?o.

  —?Qué les pasa? ??Por qué sonríen!? ??Acaso se resignaron a morir!?

  —No. Es todo lo contrario —dijo Yumi—. Biel ya viene.

  El rostro de Iridelle se deformó de incredulidad.

  —?Imposible! Está en Claiflor. ?Esa distancia toma días!

  —Entonces prepárense —gru?ó Gaudel—. Porque vamos a terminar esto.

  Yumi alzó ambas manos. En una, una esfera de luz pura. En la otra, una oscuridad densa como el vacío del abismo. Las juntó. El resultado fue un orbe oscilante de poder primigenio, que latía como un corazón de energía cósmica.

  Vaer y Berty se posicionaron. Vaer abrió un espacio de vacío que tragaba los sonidos, como si el mundo respirara con miedo. Berty hizo surgir estructuras de piedra que danzaban en el aire, formando una cúpula para canalizar el ataque.

  Charlotte retrocedió, lista para sanarlos si fallaban.

  Gaudel cerró su ojo derecho. El izquierdo ardía con un fulgor mágico indescriptible.

  —?Unión Mística! —gritó, y las magias de todos se entrelazaron como los dedos de gigantes.

  Iridelle y Darian comprendieron que si no hacían algo… morirían. Liberaron todo el poder de Domia. Sus cuerpos fueron envueltos en energía corrupta, negra como el alma de la misma emperatriz. Sus rostros se desdibujaron. Ya no eran personas. Eran monstruos envueltos en carne.

  —?AHORA! —gritó Iridelle con una voz que no era suya.

  —?MALDICIóN, MUERAN! —rugió Darian, lanzando su magia de modificación, que desgarraba la realidad misma.

  Ambos ataques chocaron en el cielo con un estruendo que hizo temblar el mundo.

  El aire se partió. El suelo se quebró. Las nubes huyeron. El sonido fue tan agudo que los pájaros cayeron muertos en pleno vuelo.

  Era como si dos mundos se enfrentaran por un instante.

  Yumi, con el rostro desencajado, gritó:

  —?No había alternativa! ?Ya no eran ellos! ?Se perdieron en el poder de Domia!

  —?Entonces démosles una despedida digna! —exclamó Gaudel—. ?No fueron monstruos por elección! ?Solo peones!

  Charlotte apretó el báculo contra su pecho. Lágrimas corrieron por sus mejillas.

  —No quería esto…

  —Charlotte —dijo Berty, su voz grave como una monta?a en duelo—. En la guerra… la muerte no es opcional. Pero sí lo es el remordimiento. Honra su memoria, no su caída.

  Charlotte asintió. El corazón dolía, pero la decisión estaba tomada.

  Entonces…

  Una chispa.

  Un rugido.

  Una catástrofe.

  La energía combinada explotó antes de lo previsto. Un estallido de luz, sombra, vacío, tierra y distorsión se elevó como un nuevo sol apocalíptico. La explosión devoró todo a su paso.

  El mundo se sacudió.

  El cielo lloró.

  El campo quedó sepultado bajo un hongo de polvo y destrucción.

  Cuando la nube se disipó…

  Todos los presentes estaban tendidos en el suelo. Inconscientes. Silenciosos. Algunos con lágrimas secas aún en las mejillas.

  Una calma espeluznante se instaló. El eco de la batalla aún flotaba en el aire como un susurro de fuego.

  Y a lo lejos… una ráfaga violácea cruzaba el firmamento.

  En los demás campos de batalla, un estruendo tan violento como el rugido de un dios enfurecido sacudió el aire. La explosión fue tan fuerte que la tierra tembló y una nube de polvo dorado se alzó en el cielo como una corona de fuego. Acalia y Keshia fueron las primeras en girar sus rostros hacia el origen del estallido. Sus corazones se aceleraron al unísono.

  —Esa fue la voz de Biel… —murmuró Acalia, sus ojos reflejando la luz de la explosión.

  —Y ese ruido… viene de la puerta principal —agregó Keshia, entrecerrando los ojos con una sonrisa. —Entonces Yumi y los demás terminaron con sus enemigos. él está cerca, lo sé.

  Acalia, sin saber que los demás yacían inconscientes, apretó con fuerza la empu?adura de su espada.

  —Entonces no podemos perder más tiempo. Debemos acabar con Shalok ahora —dijo, con la determinación afilada como una daga.

  Keshia asintió, reluciente en su energía eléctrica, con una chispa juguetona en su voz.

  —?Vamos! Terminemos con esto. Después podré abrazar a mi querido Biel.

  —Sí… como digas… —respondió Acalia, ocultando con dificultad un brote de celos que ardía como una brasa bajo su piel.

  Pero antes de que pudieran avanzar, una carcajada grave y familiar rasgó el ambiente como una cuchilla entre telones de humo.

  —?Acaso ya se están despidiendo? Qué conmovedor —dijo Shalok, apareciendo entre las sombras como un espectro entre brasas.

  No había perdido el conocimiento. A diferencia de Darian e Iridelle, su cuerpo no se había quebrado bajo el peso del poder de Domia. Se había adaptado. Su humanidad, aunque herida, aún ardía como un faro moribundo.

  —Esos dos… fueron unos idiotas. Por eso cayeron. Domia los consumió porque nunca supieron cómo dominar su poder —espetó con desprecio. —Esta batalla se ha alargado demasiado. Hagamos algo.

  Acalia lo miró con recelo, aunque su curiosidad brillaba en su interior.

  —Te escucho.

  Shalok dejó escapar un suspiro nostálgico, como quien se despide de un viejo amigo.

  —Qué comprensibles son ustedes. Por eso me caen bien. Bien… terminemos esto con un último ataque.

  —Justo lo que pensaba —replicó Acalia con seriedad.

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  —Qué bueno —dijo Shalok con una expresión extra?amente apacible—. Aunque debo admitir que la idea de que mueran me resulta... triste. Son guerreras dignas.

  Acalia frunció el ce?o.

  —?Qué estás diciendo? ?No se supone que eres un villano?

  Shalok alzó la mirada al cielo, como si buscara una respuesta en las constelaciones.

  —La verdad… a mí no me importa esta guerra. Solo me gusta luchar.

  —?Entonces por qué te uniste a Domia? —preguntó Acalia, la duda mordiendo su voz.

  Las palabras penetraron en Shalok como una lanza de hielo. Se quedó inmóvil. Luego, como si algo dentro de él se quebrara, se llevó ambas manos a la cabeza.

  —?No lo sé! —gritó con desesperación—. ??Por qué soy esta cosa?! ??Quién soy realmente?!

  El rostro de Shalok se deformó por la angustia. Sus ojos antes feroces, ahora suplicaban redención. Su poder se desató como una marea oscura, estremeciendo el campo de batalla.

  —Se?orita Acalia… por favor. Termina con mi vida. ?No quiero hacer da?o a nadie más! —rogó, cayendo de rodillas—. Se los suplico… Se?orita Keshia…

  Acalia dio un paso hacia él, confundida. Keshia colocó suavemente una mano en su hombro.

  —Acalia… él está sufriendo. Acabemos con su sufrimiento.

  —No tenemos otra alternativa —dijo Acalia con pesar—. Así que cumplamos con su última voluntad. Esto nunca se lo perdonaré a Domia… Sus aliados solo son peones en su juego. Los usa y los desecha como si fueran basura.

  El aire se cargó con una tensión que cortaba la respiración. Acalia canalizó la magia heredada de Raizel, invocando sus legendarias Espadas de Luz: una lluvia de filo celeste que vibraba con la energía de las estrellas. Keshia, envuelta en relámpagos como una diosa de la tormenta, concentró su poder hasta formar un gigantesco rayo de luz pura. Juntas, combinaron sus fuerzas: la luz de las espadas se fusionó con el relámpago, formando una colosal Espada de Explosión de Rayos de Luz, brillante como un sol naciente.

  Shalok, flotando en el aire, alzó su mano con solemnidad. Canalizó todo el veneno de su alma, toda la oscuridad que lo atormentaba, y creó una esfera negra como la noche sin luna, pulsante y agónica.

  —Gracias… por esta última pelea —susurró con una sonrisa melancólica, lanzando la esfera hacia ellas.

  —Gracias a ti, Shalok —respondió Acalia, con voz serena.

  Los ataques colisionaron. La luz y la oscuridad se abrazaron y lucharon, como dos titanes que se despedían en medio de la eternidad. El cielo rugió. La tierra lloró. El choque de energías era tan abrumador que los árboles se doblaron y el aire mismo gritó.

  La Espada de Luz dominó. Penetró la oscuridad y alcanzó a Shalok, que la recibió con los brazos abiertos, como si abrazara su propio destino.

  "Mi vida fue dura…" pensó mientras su cuerpo era envuelto en la explosión, "pero aun así… quise hacer las cosas bien. El destino me jugó una mala pasada. Pero gracias a Acalia… comprendí lo que es luchar por los demás. Si renazco… quiero hacerlo bien."

  Su silueta se desintegró en partículas de luz. Como polvo de estrella siendo devuelto al cosmos. La energía se disipó lentamente, dejando un silencio respetuoso.

  —No está… —susurró Acalia, mirando al cielo vacío.

  Keshia se acercó, con la voz quebrada.

  —Su alma… se desvaneció. Su cuerpo se desintegró por completo.

  Acalia, vencida por el cansancio, cayó de rodillas. Keshia corrió a sostenerla.

  —Es una pena… —susurró Acalia, con lágrimas ardiendo en los bordes de sus ojos—. Que alguien como él haya muerto… todo por culpa de Domia.

  —Sí… esa mujer es lo peor —murmuró Keshia con rabia—. Pero ya falta poco. Biel llegará pronto.

  —Sí… menos de diez minutos —repitió Acalia, cerrando los ojos un momento—. Esperaremos… para terminar lo que empezó.

  Y mientras el viento barría las cenizas del pasado, dos guerreras aguardaban la llegada del héroe que aún tenía que enfrentar a la oscuridad final.

  Mientras dos guerreras habían terminado su respectiva batalla, dos hermanos estaban cargando sus mejores ataques para terminar de una vez con esto. Xantle y Easton, cubiertos de heridas y polvo, respiraban con dificultad mientras mantenían la mirada fija en sus enemigos. Delante de ellos, como dos sombras malditas salidas del abismo, Selene y Cliver flotaban en el aire, con los ojos vacíos, consumidos por la oscuridad de Domia.

  La humanidad en ellos se había extinguido. Lo que antes fueron personas con alma y propósito ahora eran simples recipientes de odio y destrucción. Ambos canalizaban energía negativa a una escala abrumadora, formando una esfera de sombras que crecía como un sol oscuro, absorbiendo la luz del campo de batalla.

  —Easton, esto acaba ahora —exclamó Xantle, su voz llena de firmeza a pesar del dolor que le atravesaba el pecho. Sus manos se alzaron hacia el cielo, y de su núcleo mágico brotó un cometa reluciente, envuelto en una estela de plata. Lo llamó "Cometa Estelar", y al pronunciar su nombre, el firmamento pareció abrirse brevemente.

  Easton, con la frente empapada en sangre y sudor, gritó con determinación:

  —?Magia Glaciar! ?Tú y yo, hermana, juntos como siempre! —Invocó un glaciar de proporciones colosales que se extendía como si fuera a devorar el mismísimo horizonte. Con un movimiento de brazos, lo arrojó hacia la esfera oscura que se aproximaba con velocidad implacable.

  Ambos ataques avanzaron, dejando tras de sí estelas de magia pura. El cometa atravesó el aire con un zumbido estridente, y el glaciar rugía como una bestia ancestral. La colisión fue como si dos mundos chocaran. La esfera de energía negativa tembló al contacto, resistiendo el avance, pero los hermanos no cedieron.

  —?Hermana, no te rindas! ?Vamos, sí podemos! —gritó Easton, mientras sus manos temblaban, drenando su energía vital para potenciar su ataque.

  —?Por Lunarys y por todos los que han caído! —rugió Xantle, aumentando el brillo del cometa hasta que su luz pareció rivalizar con el sol.

  La energía comenzó a retroceder. La esfera se contrajo lentamente, como si la misma voluntad de los hermanos la empujara hacia atrás. Metro a metro, fue devuelta hasta impactar directamente en Selene y Cliver. Una explosión colosal sacudió la tierra, y una cortina de humo oscura cubrió el cielo. El silencio posterior era denso, casi sagrado.

  Xantle, tambaleante, cayó de rodillas.

  —Por fin... los derrotamos, hermano... —susurró.

  —Sí, hermana... lo logramos... —respondió Easton, cayendo junto a ella, sonriendo.

  Pero la victoria les duró un suspiro.

  Un rayo incandescente de fuego rasgó el humo y atravesó el estómago de Xantle. Su cuerpo tembló y sus ojos se abrieron desmesuradamente. Easton, paralizado por el terror, gritó con todas sus fuerzas:

  —?Hermanaaaaaaa!

  Xantle cayó al suelo, y del humo emergió la figura tambaleante de Selene, envuelta en llamas.

  —No me iré de este mundo... sin llevarme a alguien conmigo... —susurró con una sonrisa macabra, antes de desplomarse y morir.

  Easton corrió hacia Xantle, abrazándola mientras la sangre te?ía el suelo.

  —?No, no, no! ?Aguanta, por favor! ?No te vayas! —su voz se quebró como cristal. Sus lágrimas caían sobre el rostro de su hermana.

  No sabía qué hacer. No poseía magia de sanación, y Charlotte estaba demasiado lejos. Tal vez Acalia podría ayudar, pero tras su enfrentamiento con Shalok probablemente estaría inconsciente. La desesperación lo consumía.

  Entonces, como un trueno desgarrando la esperanza, una nueva explosión retumbó.

  Un viento oscuro envolvió el campo y una figura descendió del cielo envuelta en un aura imponente. Alas demoníacas se desplegaban a su espalda, y sus ojos resplandecían como carbones encendidos. Era Biel.

  —??Biel!? —dijo Easton, atónito, como si hubiera visto a un dios.

  Biel aterrizó suavemente, y su mera presencia disipó la tensión en el aire. Su voz fue como un bálsamo de autoridad:

  —Tranquilo, Easton. Yo salvaré a Xantle.

  —?Pero... tú no tienes magia curativa... verdad? —preguntó con desesperación.

  —Ahora que he alcanzado la forma semi-perfecta del Rey Demonio, sí puedo. Mi energía oscura puede sanar si la canalizo correctamente —dijo con un tono firme pero calmado.

  Extendió su mano y una neblina de energía negra, brillante y danzante, como si cada partícula llevara una voluntad propia, comenzó a envolver la herida de Xantle. Al contacto con su cuerpo, la energía se transformó en luz cálida y comenzó a cerrar la herida con un brillo divino.

  Easton observaba maravillado.

  —Esto es... increíble...

  —Su vida está fuera de peligro. Estará inconsciente un rato, pero pronto despertará —dijo Biel, retirando su mano lentamente.

  —Gracias, Biel. Gracias por salvarla. Yo me quedaré con ella —dijo Easton, con los ojos vidriosos, sujetando la mano de su hermana.

  —Confío en ti —respondió Biel, dándose la vuelta.

  —?Qué vas a hacer ahora? —preguntó Easton.

  Biel miró al horizonte, donde las energías aún colisionaban y la batalla final esperaba.

  —Primero iré por el sujeto que están enfrentando Ryder y Raizel... luego, iré por Domia. Esta guerra debe acabar.

  —?Algo pasó, ?verdad? ?El plan cambió? —preguntó Easton.

  —Sí, pero no te preocupes. Me encargaré de todo. No dejaré que nadie más muera a causa de esta oscuridad.

  Biel alzó el vuelo con un impulso que hizo vibrar la tierra. Su figura se elevó, envuelta en una estela oscura como el eclipse. El cielo pareció abrirse para él.

  Easton miró al cielo, con Xantle entre sus brazos.

  —Ve, Biel... Termina lo que empezamos...

  El silencio que quedó tras su partida fue profundo, como el preludio del final.

  Y en el fondo del campo de batalla, los ecos de los héroes aún resonaban, como tambores en una guerra donde los corazones ardían más que el fuego, y la esperanza resplandecía incluso en la noche más oscura.

  Minutos antes de la llegada de Biel, el campo de batalla temblaba con la intensidad de una tormenta divina. Ryder y Raizel jadeaban, empapados en sudor, sus ropas desgarradas por los constantes ataques de Lirpe, el poseedor del pensamiento. Las cicatrices de los enfrentamientos recientes surcaban sus cuerpos, pero sus espíritus, aunque tambaleantes, se mantenían firmes.

  Lirpe flotaba con serenidad sobre el campo arrasado, su silueta envuelta en un aura púrpura que parecía devorar la luz a su alrededor. Su sonrisa era delgada, como la de alguien que disfruta de un espectáculo macabro. Cada paso que daba parecía retumbar en la mente de Raizel y Ryder, como si la realidad misma se distorsionara a su voluntad.

  —Es divertido ver cómo se esfuerzan —comentó Lirpe con tono burlón—. Aun con toda su fuerza, apenas si logran tocarme. ?Dónde quedó esa esperanza heroica que tanto predican?

  Raizel, temblorosa pero desafiante, se sostuvo firme con su espada envuelta en luz celestial. —?No subestimes... nuestra determinación!

  Ryder tosió sangre, arrodillado con la lanza partida en dos. Su cuerpo era un lienzo de heridas, pero sus ojos brillaban con rabia contenida. —?No hemos terminado contigo... maldito demonio parlante!

  Lirpe alzó una ceja, divertido. —?Demonio? Qué palabra tan peque?a para alguien como yo. Yo soy el portador del Pensamiento, el guardián de una verdad tan antigua que susurra en los sue?os de los dioses.

  Ambos guerreros quedaron en silencio. Aquel ser... no solo era fuerte, sino también perturbadoramente consciente de secretos más allá de su comprensión. Entonces, Lirpe rio, una risa hueca que resonó como un eco dentro de una caverna.

  —Verán —dijo mientras giraba sobre sí mismo como si danzara con el viento—, soy uno de los más débiles de la Orden de los Ocho Males. ?Pueden imaginarlo? Si yo, el más insignificante entre ellos, les estoy dando este espectáculo... ?Qué harán cuando enfrenten a los demás?

  El rostro de Ryder palideció. —?El más débil...? Imposible...

  Lirpe alzó un dedo, como si se?alara una verdad absoluta en el firmamento.

  —Y ahora, como regalo por entretenerme, les compartiré un secreto... una profecía, quizás. Muy pronto, una guerra a escala universal se avecina. Y será orquestada por un ser aún más poderoso que mi amo... un ente que vive en el vacío entre los universos.

  Raizel retrocedió un paso. Su pulso se aceleró, la espada temblaba en su mano. —?Más fuerte... que Domia?

  —Mucho más, Domia es una miserable cucaracha al lado de él—afirmó Lirpe con solemnidad repentina—. Pero su regreso solo será posible cuando el dios creador de este universo vuelva. ?Dónde está ese dios? Nadie lo sabe. Quizás se oculta. Tal vez... teme lo que provocaría su presencia.

  La mente de Raizel se nubló, como si una nube negra de incertidumbre la envolviera. Ryder miraba al suelo, sin saber cómo procesar tanta información.

  Lirpe se giró, dándoles la espalda con desdén. —El plan de mi se?or ha fallado en parte, así que me retiro. Vivan, si pueden. Entrénense. Prepárense. Porque cuando él despierte, incluso sus almas serán polvo en el viento.

  Y sin más, desapareció. La distorsión en el aire que dejaba a su paso era como el vacío mismo riéndose de su insignificancia.

  Fue en ese instante que un estruendo partió el cielo. Un aura abrumadora descendió con la violencia de un cometa. Biel apareció entre las ruinas, con sus alas demoníacas desplegadas como estandartes del juicio final. Su presencia iluminaba el campo con una oscuridad elegante, envolvente, cargada de autoridad.

  —?Dónde está ese bastardo? —rugió Biel, su voz resonando como el eco de un trueno en la monta?a.

  Raizel lo miró con lágrimas en los ojos, aunque su rabia fue lo primero que habló.

  —??Solo eso puedes decir?! ??Dónde está el enemigo?! ?Y nosotros qué, Biel? ?Acaso no te importamos?

  Biel retrocedió un paso, atónito ante la reacción. —Raizel, yo... lo siento, no quise...

  Pero no terminó. Raizel se acercó y lo abrazó con fuerza, apretando el rostro contra su pecho.

  —Idiota... maldito idiota... —sollozó—. Me tenías preocupada... pensé que nunca más volvería a verte...

  Biel, sorprendido, le acarició el cabello con suavidad.

  —Lo siento... Ya estoy aquí. Y no me iré hasta que esto termine. Te lo prometo.

  Ryder sonrió, aún con el rostro ensangrentado. —Bienvenido de nuevo, viejo amigo. Pero no hay tiempo que perder. Sarah está sola enfrentando a Domia...

  Biel asintió. Sus ojos se tornaron como brasas encendidas. —Lo sé. Puedo sentir su poder... y el de Domia también. Esta vez... no permitiré que nadie más caiga.

  Raizel levantó el rostro, aún con lágrimas. —Prométeme que volverás. Que no harás ninguna locura...

  Biel le dedicó una sonrisa calmada pero firme. —Volveré. Y con victoria en las manos.

  Se giró y extendió sus alas. Con un impulso feroz, se elevó, dejando tras de sí una estela de sombras y luz que se entrelazaban como un cometa de oscuridad majestuosa.

  —?Buena suerte, hermano! —gritó Ryder, alzando un pu?o débil.

  Raizel lo observó partir con el corazón oprimido, pero también lleno de esperanza. —Biel... ve y tráenos la luz...

  El cielo tembló con su partida. Y así, el escenario final comenzaba a prepararse para el enfrentamiento más grande que ese mundo jamás había presenciado.

  La batalla entre Domia y Sarah había llegado a un punto crítico. El campo de guerra, una llanura agrietada por la energía residual de incontables hechizos, temblaba ante cada paso de la bestia conocida como Domia. Sarah, jadeando, con sangre corriendo por su frente, apenas podía mantenerse en pie. Sus colmillos estaban manchados, su ropa rasgada, sus alas apenas extendidas como si el viento mismo se negara a seguir llevándolas.

  Domia la miraba con burla, con esa sonrisa cruel que parecía grabada a fuego en su rostro inhumano. —Patética eres —dijo con una voz tan pesada como una lápida—. ?En serio creíste que podías derrotarme siendo una simple vampira? Eres igual a tu padre... un fracasado.

  Los ojos de Sarah se encendieron como carbones al rojo vivo. —?Cómo te atreves a nombrarlo? ?Después de lo que le hiciste! ?Nunca te perdonaré!

  —?Perdonarme? —Domia soltó una carcajada que hizo temblar el suelo—. Cada raza en este mundo me debe obediencia. Tu padre quiso jugar al héroe y acabó como una nota al pie en la historia. Además, ?de verdad crees que ese tal Biel vendrá a salvarte? No seas ridícula. él es fuerte, sí, pero no vendrá a rescatar a una vampira patética como tú.

  Sarah apretó los pu?os con furia. —Te equivocas. Biel no es como tú. él vendría por mí incluso si estuviera atrapada en el vacío... porque él nunca abandona a los suyos.

  Domia se acercó lentamente, sus pasos resonando como martillazos en una cripta. En un abrir y cerrar de ojos, su mano estaba en el cuello de Sarah, levantándola con facilidad. —Veamos si llega a tiempo para salvarte —susurró con una crueldad gélida—. Sé que se encuentra en otro reino. Ni siquiera con magia de teletransportación podría estar aquí a tiempo.

  Sarah se debatía en su agarre, ahogándose, sus piernas colgando sin fuerza. Lágrimas empezaron a brotar de sus ojos mientras el aire escapaba de sus pulmones. En su mente, solo un nombre resonaba: "Biel... por favor... sálvame..."

  —?Patética ni?a! —se burló Domia—. ?Ahora lloras? ?Qué decepción!

  Y cuando su mano comenzó a girar, dispuesta a quebrar el cuello de Sarah, un estruendo se oyó como un trueno cortando el cielo despejado. Un pu?etazo cubierto en fuego oscuro y energía demoníaca impactó de lleno en el rostro de Domia, arrojándola como una bala a través de varias formaciones rocosas, dejando una nube de polvo a su paso.

  Sarah cayó al suelo, tosiendo y jadeando. Frente a ella, de pie como una figura sacada de una leyenda olvidada, estaba Biel.

  —Qué bueno que sigues viva, querida Sarah —dijo Biel con suavidad, sin quitar la vista del lugar donde Domia se había estrellado—. Desde ahora, yo me encargo.

  Sarah, entre toses, levantó la vista. Su mirada se encontró con la silueta de Biel, su cuerpo cubierto por una energía demoníaca palpitante, sus alas extendidas como un eclipse viviente. Era como un dios guerrero envuelto en sombras y fuego.

  —Por fin... estás aquí... —susurró antes de perder el conocimiento.

  En ese momento, Ryder y Raizel llegaron corriendo. Al ver a Sarah en el suelo, Raizel gritó: —?Sarah!

  Biel levantó una mano. —Tranquilos. Está viva, solo esta inconsciente. Les pido que cuiden de ella. Ahora es mi turno.

  —Eso haremos —respondió Ryder con firmeza—. Ten cuidado. Ella es muy peligrosa.

  —Lo sé —dijo Biel con una expresión seria—. Pero esto... esto termina hoy.

  Domia emergió de entre las rocas, fiera y herida. Su mirada se clavó en Biel con rabia y arrogancia. —Así que finalmente has llegado... Qué lástima que también sea el día de tu muerte.

  —No, Domia —respondió Biel dando un paso al frente, su voz como el rugido de una tormenta—. Hoy no es el día que yo muero. Hoy es el día en que se acaba tu reinado de terror.

  Domia rio como una hiena salvaje. —?Tú crees que puedes derrotarme? ?No tienes el poder para hacerlo!

  —Eso... está por verse —dijo Biel mientras se colocaba en posición de combate.

  Y la batalla final estaba a punto de empezar. La batalla por el destino y el honor.

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