Cinco horas antes de separarse para entrenar en cada dominio, Acalia y Gaudel fueron guiados por Sylas hacia su territorio. Al llegar, la gran ciudad se desplegó ante ellos como un laberinto de estructuras majestuosas y bulliciosas calles. El aire estaba impregnado del aroma de comidas exóticas, el murmullo de comerciantes y el eco de conversaciones entre viajeros de todas partes.
—Pueden recorrer la ciudad —dijo Sylas con una sonrisa despreocupada—. Son libres de hacer lo que quieran aquí. Encontrarán comida, dormitorios, vestimenta y todo lo que necesiten. Pero ahora… es hora de entrenar y descubrir de qué son capaces.
Acalia, con el fuego de la determinación brillando en su mirada, asintió sin vacilación.
—Está bien. Enfrentaré cualquier obstáculo para mejorar.
Sylas arqueó una ceja, evaluándola con interés.
—Perfecto. Entonces, los llevaré a unas ruinas de este dominio. No se asusten si las almas de los fragmentos inferiores aparecen. Se dice que aquellas civilizaciones desaparecieron con el tiempo, pero sus restos aún guardan rastros de quienes fueron.
Gaudel frunció el ce?o, intrigado por las palabras de Sylas. Acalia, sin embargo, respondió con firmeza.
—Puedo lidiar con eso. Tengo la protección de la diosa de la vida, Elaris.
Sylas soltó una breve risa, como si aquella revelación le divirtiera.
—?Elaris, ?eh? Interesante… Entonces veamos si esa bendición puede sostenerse en este lugar.
El viaje hasta las ruinas se hizo en un mutismo inquietante. A medida que avanzaban, la ciudad olvidada se alzaba ante ellos como un esqueleto colosal devorado por el tiempo. Edificios con paredes carcomidas se inclinaban como ancianos cansados, mientras las grietas en el suelo parecían las cicatrices de un pasado turbulento. La brisa traía murmullos, lamentos atrapados en un ciclo interminable.
Gaudel pasó la vista por los restos de lo que alguna vez fue una civilización vibrante.
—Este sitio se siente… roto —murmuró.
—Es porque lo está —respondió Sylas sin volverse—. Aquí, los fragmentos inferiores se deshicieron de su humanidad… y sus almas quedaron atrapadas.
Acalia se estremeció levemente, pero no por miedo. Podía sentir las presencias en el aire, entidades invisibles que se aferraban a los restos de su existencia pasada.
—Si están atrapadas, quizás busquen algo —dijo en voz baja, más para sí misma que para los demás.
—O alguien —corrigió Sylas con una sonrisa afilada.
Las ruinas se extendían ante ellos como un vasto cementerio de piedra y memoria. La atmósfera se volvía más densa con cada paso. Sylas se detuvo frente a una antigua estructura cuyo arco de entrada se mantenía apenas en pie.
—Aquí comienza su entrenamiento. Encuentren sus límites… y rómpanlos —dijo, se?alando el interior de las ruinas.
Acalia y Gaudel intercambiaron una mirada. No había marcha atrás.
Con un último respiro, cruzaron el umbral.
El aire en las ruinas estaba impregnado de historia y energía latente. La brisa arrastraba consigo ecos de tiempos olvidados, revolviendo el polvo entre las grietas de las piedras erosionadas. Sylas se giró lentamente hacia Acalia y Gaudel, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y expectación.
—Bueno —dijo con un tono que parecía resonar en las ruinas mismas—, ahora cada uno me dirá sus habilidades únicas. De acuerdo con eso, dise?aremos su entrenamiento a medida.
Gaudel fue el primero en hablar. Su mirada era firme, sus palabras precisas.
—Poseo la habilidad de Ojo Mágico. Puedo ver todo a mi alrededor con claridad absoluta, incluso entidades ocultas y presencias que normalmente serían invisibles para los demás.
Sylas alzó una ceja, impresionado.
—Interesante… —dijo, cruzándose de brazos—. Esa habilidad es genial. Con un poder así, nada puede esconderse de ti. Bien, eso abre muchas posibilidades para tu entrenamiento.
Entonces, su atención se desvió hacia Acalia. Sus ojos la escrutaron con intensidad, esperando su respuesta.
—Y tú, se?orita Acalia, ?Qué habilidad única posees?
Acalia inhaló profundamente antes de responder, sintiendo la presión de las palabras que estaba a punto de decir.
—Mi habilidad única es Herencia Divina —susurró, pero su voz se fue fortaleciendo con cada palabra—. Gracias a ella, puedo usar algunas de las habilidades de la diosa de la vida, Elaris. Entre ellas, resurrección y curación, aunque bajo ciertas condiciones…
Sylas entrecerró los ojos, intrigado.
—?Condiciones?
Acalia asintió, apretando los pu?os.
—Solo puedo usarlas si tengo mi magia intacta, sin haber gastado una sola gota de energía. Si pierdo parte de mi poder, mi capacidad de revivir a alguien se desvanece. Eso fue lo que ocurrió cuando Biel… cuando él murió. No pude traerlo de vuelta. —Su voz tembló un poco, pero rápidamente recuperó la compostura—. Sin embargo, él volvió por su cuenta… y estoy feliz de que haya regresado.
Un destello de picardía cruzó la expresión de Sylas, quien inclinó la cabeza levemente, como si hubiera descubierto algo más profundo en sus palabras.
—Interesante… Veo que el joven Biel tiene un efecto en ti.
El comentario tomó a Acalia por sorpresa. Su rostro se encendió en un sonrojo inmediato, y desvió la mirada, incapaz de encontrar una respuesta rápida. Las palabras flotaban en el aire como un eco persistente, intensificando la incomodidad que sentía en su pecho.
Gaudel se cruzó de brazos, observando la escena con una media sonrisa.
—No sabía que estábamos aquí para hablar de sentimientos —comentó con una leve burla.
Acalia le lanzó una mirada fulminante, pero el rubor seguía ardiendo en sus mejillas.
Sylas rió suavemente, disfrutando del momento.
—Tranquila, tranquila. Solo una peque?a observación. Pero bien, ahora que conocemos sus habilidades, ajustaremos su entrenamiento en consecuencia.
El viento sopló entre ellos, levantando una nube de polvo que danzaba en el aire como un presagio de los desafíos que estaban por venir. El entrenamiento estaba a punto de comenzar.
El aire en las ruinas se volvió denso, como si la misma piedra contuviera la respiración en anticipación. La brisa trajo consigo un murmullo etéreo, un eco de voces antiguas que parecían susurrar advertencias desde el otro lado del tiempo. Acalia y Gaudel sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos mientras Sylas los observaba con una mirada afilada.
—Gaudel, tu habilidad de Ojo Mágico es mucho más de lo que imaginas —dijo Sylas, su voz impregnada de un matiz enigmático—. Es especial, más de lo que has explorado hasta ahora.
Gaudel frunció el ce?o, procesando sus palabras. Sabía que su Ojo Mágico le permitía ver lo oculto, lo inalcanzable para otros, pero la manera en la que Sylas lo decía hacía que algo en su interior vibrara con una verdad aún desconocida.
Sylas entonces giró su atención hacia Acalia, su sonrisa adquiriendo un matiz de misterio.
—Y tú, se?orita Acalia, tu habilidad Herencia Divina… no es lo que crees. No se trata solo de recibir poder de la diosa de la vida. De hecho, tu verdadera habilidad no es Herencia Divina en absoluto… —hizo una pausa, permitiendo que el momento se impregnara de peso—. Tu habilidad real es Herencia Primordial.
Acalia sintió un vacío en su estómago, como si el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido por un instante.
—?Herencia Primordial? —repitió, su voz cargada de incredulidad.
Sylas asintió, con los brazos cruzados y una chispa de satisfacción en su expresión.
—Así es. Tu habilidad te permite heredar poderes de más que solo la diosa. Puedes obtener habilidades de otras personas, como el Ojo Mágico de Gaudel, por ejemplo. Tu capacidad no es solo una bendición, es una de las habilidades más fuertes de este mundo. Eres más que especial, Acalia.
La revelación dejó a Acalia en un estado de asombro. Su mente trabajaba a toda velocidad, encajando piezas de su pasado que antes no tenían sentido.
—Ahora que lo dices… podría ser por eso que soy tan buena con la espada. Tal vez obtuve esa destreza al llegar a este mundo, después de que la diosa de la vida me enviara a la Tierra… —sus palabras salieron como un susurro, pero el brillo en sus ojos reflejaba un torrente de pensamientos que comenzaban a alinearse.
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Sylas asintió con una expresión aprobatoria.
—Eso es impresionante. Y déjame decirte que tu habilidad única te puede ayudar mucho más de lo que crees. Pero no basta con saberlo… tienes que dominarlo.
Antes de que pudiera continuar, el suelo tembló bajo sus pies. Un crujido desgarrador recorrió las ruinas, como si la misma estructura se retorciera en agonía. El aire vibró con una energía oscura y espesa. Las sombras se alargaron, retorciéndose como si tuvieran voluntad propia.
Gaudel se tensó, sus ojos destellando con el poder de su Ojo Mágico.
—Algo está pasando… —murmuró, su voz cargada de alerta.
De entre los escombros, luces fantasmales comenzaron a congregarse en un torbellino de energía. Las almas de los fragmentos caídos se fusionaron, girando en espiral hasta formar una criatura retorcida, un ser deforme y amorfo con extremidades esqueléticas y un rostro sin rasgos definidos. Su mera presencia emanaba desesperación, un lamento sin voz que se filtraba en la piel como agujas de hielo.
Acalia dio un paso adelante, con la mandíbula apretada. Sus manos temblaban, pero no de miedo, sino de anticipación.
Sylas observó la escena con una sonrisa calculadora.
—Acalia, encárgate de ese fragmento —dijo con tono despreocupado—. Ese será tu entrenamiento.
Acalia lo miró de reojo, su expresión se endureció.
—Ya lo tenías planeado, ?verdad? —dijo con un tono que oscilaba entre la certeza y el reproche.
Sylas se encogió de hombros con una sonrisa ladina.
—Jejejeje… puede ser.
La criatura lanzó un rugido sin sonido, su boca inexistente parecía abrirse en una grieta de sombra pura antes de lanzarse contra Acalia. Ella aferró su espada, sintiendo su energía recorrer la hoja como fuego líquido.
Mientras tanto, Sylas se giró hacia Gaudel y se?aló con la cabeza.
—Ahora, Gaudel, enfréntame con todo lo que tengas.
Gaudel inhaló profundamente, cerrando los ojos por un breve instante. Al abrirlos, su Ojo Mágico brilló con intensidad. Sabía que enfrentarse a Sylas no sería fácil. Sabía que la diferencia de poder entre ellos era abismal. Pero en su interior, algo le decía que este era el momento para probarse a sí mismo.
—Está bien… aunque sé que será difícil derrotarte —dijo, su voz firme, pero con la emoción palpitando en su pecho.
Sylas sonrió de lado, flexionando los dedos con expectación.
—Eso lo veremos.
El aire a su alrededor pareció estremecerse mientras ambos se preparaban para el enfrentamiento. El choque de fuerzas estaba a punto de comenzar, y las ruinas serían testigo de una batalla donde el destino de cada uno se definiría un poco más.
El cielo del dominio de Sylas se oscurecía con cada choque de espadas, como si la misma realidad temblara ante la magnitud del enfrentamiento. Acalia, con su filo resplandeciente en la mano, se deslizaba entre la bruma de energía oscura que emanaba el Fragmento Inferior. Sus ojos ardían con una determinación incandescente, reflejando el caos y la furia que se desataban a su alrededor.
—?No eres más que una sombra del verdadero poder! —exclamó Acalia, girando sobre sí misma y lanzando una estocada precisa.
El Fragmento Inferior rugió, un sonido que no provenía de su boca inexistente, sino de cada fibra de su ser corrupto. La criatura se retorció, sus garras etéreas desgarrando el aire con la intención de convertirlo en vacío. Su cuerpo palpitaba con una corrupción que devoraba la luz, un agujero negro de agonía y desesperación. De su centro, una oleada de sombras explotó en todas direcciones.
Acalia sintió la presión de la energía oscura intentando consumirla. Sus músculos se tensaron, su piel hormigueó con el roce de la entidad. Pero no se dejó intimidar. Su respiración era estable, su mente afilada como el filo de su espada.
—Eres fuerte… pero yo soy más —susurró, su voz una promesa más que una afirmación.
Con un parpadeo fugaz, desapareció de la vista del Fragmento. Se convirtió en un destello dorado, surcando el aire con una velocidad imposible. Su espada vibró, como si la misma voluntad de la diosa de la vida se manifestara en su hoja. En un solo movimiento, rompió la barrera de sombras, atravesando la entidad con un golpe certero.
Un alarido desgarrador resonó en todo el dominio. El Fragmento Inferior se convulsionó, sus extremidades espectrales luchando por mantenerse en una existencia que ya le era ajena. Luego, en un torbellino de cenizas negras, se desmoronó, esparciendo su esencia por el viento.
El suelo, marcado por cráteres y grietas ardientes, quedó en silencio. Acalia permaneció con la espada en alto, su pecho subiendo y bajando con la fuerza de su respiración. Sus dedos temblaban ligeramente, no de miedo, sino de la carga de energía que aún recorría su cuerpo.
—No volverás a hacer da?o a nadie más —murmuró, dejando que la luz de su arma se disipara.
Desde la distancia, Sylas observó la escena con una sonrisa de aprobación.
—Nada mal —susurró para sí mismo.
Mientras tanto, en otra parte del dominio, Gaudel se mantenía firme, observando el campo de entrenamiento de Sylas. La llanura se extendía sin fin, un mar de tierra indómita bajo un cielo que se cernía sobre ellos como un titán dormido. El viento soplaba con un susurro ancestral, como si guardara los secretos de incontables batallas libradas en ese mismo suelo.
Frente a él, Sylas se erguía con la majestuosidad de un guerrero inmortal. Su armadura relucía bajo la tenue luz, cada rasgu?o en su superficie contando una historia de lucha y triunfo.
—Tienes potencial, Gaudel —dijo Sylas, su tono firme como una sentencia—, pero el poder sin control es una maldición.
Gaudel mantuvo la mirada, su mandíbula tensa. Podía sentir la verdad en esas palabras, podía sentir el peso de lo que significaba poseer una habilidad como el Ojo Mágico.
—No quiero solo poder —respondió, su voz impregnada de convicción—. Quiero saber qué significa luchar por algo más grande que yo mismo.
Sylas inclinó levemente la cabeza, una chispa de aprobación cruzando sus ojos.
—Entonces estás en el lugar correcto.
Con un movimiento fluido, Sylas desenvainó su espada. La hoja vibró en el aire, como si respirara el aroma de la batalla. En ese instante, el cielo pareció exhalar un trueno, y el suelo bajo Gaudel se partió en fracturas incandescentes.
El joven retrocedió un paso, pero sus ojos se abrieron con asombro cuando percibió algo más: el flujo de la energía a su alrededor. Su Ojo Mágico revelaba las corrientes invisibles del poder de Sylas, la manera en la que su presencia alteraba el entorno mismo.
—Prepárate —dijo Sylas, ajustando su agarre en la espada—, porque este entrenamiento no es solo para fortalecerte. Es para renacer como un verdadero guerrero.
El viento ululó a su alrededor, alzando polvo y fragmentos de piedra en espirales caóticas. Era como si el dominio entero se despertara, preparando el escenario para un enfrentamiento que resonaría en las mismas fibras del mundo.
Gaudel cerró los ojos por un breve instante, sintiendo el pulso del universo a su alrededor. Luego los abrió, y en ellos ardía la chispa de alguien que estaba listo para desafiar su destino.
—Estoy listo —dijo, avanzando con resolución.
Las espadas se cruzaron, y con ello, el entrenamiento realmente comenzó.
El viento rugía como una tormenta desbocada, silbando entre las rocas quebradas del campo de batalla. Cada partícula de polvo danzaba al ritmo de una melodía invisible, la sinfonía de un combate que estaba a punto de comenzar. Gaudel y Sylas se mantenían firmes, a escasos metros el uno del otro, midiendo cada respiración, cada movimiento, como si el aire entre ellos estuviera cargado de electricidad pura.
Un trueno lejano marcó la primera nota de la banda sonora de su duelo. El cielo se partió en un resplandor incandescente, como si el universo mismo contuviera la respiración ante el inminente choque de titanes.
—No voy a contenerme —advirtió Gaudel, su voz firme pero contenida por la presión del momento.
Sylas esbozó una sonrisa afilada, con la seguridad de un depredador al acecho.
—Eso espero —respondió con calma—. Porque si no, esto será muy aburrido.
Gaudel no perdió más tiempo. En un destello cegador, se impulsó hacia adelante, su Ojo Mágico activándose al máximo. El tiempo pareció desacelerarse a su alrededor. Cada partícula en el aire, cada grieta en el suelo, cada latido de su propio corazón era visible para él en una claridad sobrehumana.
Su espada se alzó como un relámpago contenido en acero. Con un giro imposible, lanzó un tajo vertical que buscó partir a Sylas en dos. Pero su maestro no estaba ahí.
Un instante antes del impacto, Sylas desapareció. No se movió. No esquivó. Simplemente dejó de estar en el mismo punto en el que Gaudel lo había visto.
—??Qué…!? —Gaudel sintió un escalofrío recorrerle la columna.
—No confíes solo en lo que ves —susurró la voz de Sylas detrás de él.
Antes de que pudiera reaccionar, un golpe brutal le impactó el costado. No con una espada, sino con la parte plana de la mano de Sylas. La fuerza del impacto fue como un martillo invisible golpeando su caja torácica. Gaudel salió despedido como un proyectil, estrellándose contra una formación rocosa que estalló en mil pedazos.
El eco del impacto retumbó por todo el campo. Gaudel cayó de rodillas, con la respiración entrecortada. El dolor se extendió como fuego líquido por su cuerpo, pero no se detuvo. No podía detenerse.
—Tienes velocidad —comentó Sylas, caminando con la tranquilidad de un emperador en su dominio—. Tienes instinto. Pero aún te falta algo crucial, Gaudel.
Gaudel levantó la vista, sus ojos ardiendo con la furia de un guerrero que se negaba a caer.
—?Qué me falta? —gru?ó, poniéndose de pie con esfuerzo.
Sylas levantó un dedo al aire.
—Control.
Gaudel no esperó a escuchar más. Reuniendo su poder, desató una explosión de energía dorada a su alrededor. Su Ojo Mágico se iluminó con intensidad, capturando cada posible trayectoria, cada variable del espacio-tiempo que le permitiera adelantarse a Sylas.
Se lanzó de nuevo, pero esta vez no en línea recta. Su figura se desvaneció y reapareció en diferentes ángulos, atacando con golpes certeros desde posiciones imposibles de predecir. Su espada se convirtió en un diluvio de acero, cada tajo acompa?ado por una ráfaga de viento cortante.
El sonido del metal chocando contra metal resonó como una sinfonía de destrucción. Chispas estallaban con cada bloqueo, iluminando sus rostros con destellos fugaces. Gaudel atacaba con todo lo que tenía, descargando una tormenta imparable de cortes y estocadas.
Pero Sylas no se movía. No retrocedía. No cedía terreno. Con un movimiento mínimo de mu?eca, bloqueaba cada uno de los ataques de Gaudel con una precisión insultante.
El sudor comenzó a perlaba la frente de Gaudel. Su energía disminuía, su respiración se volvía pesada. Y entonces, en un instante, lo entendió.
Sylas ni siquiera estaba esforzándose.
—No… puede… ser… —jadeó Gaudel, deteniéndose un instante.
Sylas bajó su espada lentamente y sonrió.
—Te lo dije —dijo con tranquilidad—. El poder sin control es una maldición.
Antes de que Gaudel pudiera moverse, Sylas atacó por primera vez.
Gaudel sintió su visión fragmentarse en mil imágenes a la vez. Su Ojo Mágico vio cada ataque antes de que ocurriera, pero su cuerpo no pudo seguir el ritmo. Sylas se movió como un relámpago, su espada una sombra imparable.
Un corte en la pierna. Otro en el brazo. Un tercer impacto directo en el pecho. Ninguna herida era letal, pero cada golpe lo empujaba más y más hasta que su espada fue arrancada de sus manos.
Gaudel cayó de rodillas, jadeando. Su cuerpo temblaba, su mente todavía tratando de comprender lo que acababa de suceder.
Sylas giró su espada y la clavó en el suelo, sin rastro de fatiga en su expresión.
—Usé solo el quince por ciento de mi poder —declaró, su voz resonando con una mezcla de orgullo y compasión.
Gaudel sintió que el peso de esas palabras lo aplastaba más que la misma derrota. Pero en el fondo, algo dentro de él ardía. No con frustración. No con ira. Sino con determinación.
Esto… esto era solo el principio.
Gaudel apretó los pu?os, sintiendo la frustración arder en su pecho. Pero antes de que pudiera decir algo, Sylas habló con una calma absoluta.
—Gaudel, tienes mucho potencial. Así que no te preocupes por perder —dijo, su tono libre de burla o reproche—. Una derrota solo será una fortaleza para volverte más fuerte.
Gaudel respiró hondo, asimilando esas palabras. Sabía que eran ciertas, pero aceptarlas era otra historia.
En ese momento, una figura apareció a lo lejos, avanzando con pasos tranquilos. Acalia se cruzó de brazos y observó la escena con una sonrisa ladeada.
—Eso fue demasiado fácil —comentó con una nota de diversión en su voz.
Sylas soltó una leve risa antes de responder.
—Felicidades, pudiste derrotar a un Fragmento Inferior corrupto. Eso ya es un gran logro.
Gaudel frunció el ce?o, sorprendido.
—?Un Fragmento Inferior...?
Sylas asintió.
—Sí. No era un enemigo común, pero tampoco el verdadero desafío que te espera. Aún tienes mucho que aprender.
Acalia miró a Gaudel y luego a Sylas.
—Bueno, ?Qué sigue?
Sylas estiró los brazos y dejó escapar un suspiro.
—En fin, vamos a descansar. Es todo por hoy.
Gaudel asintió, aun sintiendo el peso de la batalla en su cuerpo.
—?Y ma?ana?
Sylas le dedicó una mirada intensa antes de responder.
—Ma?ana continuamos con su entrenamiento.
Gaudel tragó saliva. Si hoy había sido solo el principio, no podía imaginar lo que vendría después.