home

search

ESPEJOS

  Hammya abrió los ojos en un sitio oscuro. No había luz, solo una densa e interminable negrura. Sintió el pánico arrasarla cuando recordó lo sucedido.

  Ella y Clementina estaban charlando y pasando el tiempo cuando alguien llamó a la puerta. Clementina pensó que se trataba de Candado, que habría regresado tras cumplir su misión; después de todo, había pasado una hora. Se acercó a la entrada y abrió. Pero, para su sorpresa, no era Candado: era un hombre de traje y sombrero.

  Con naturalidad, Clementina preguntó su nombre. Sin embargo, cuando logró identificar el emblema que portaban, cerró la puerta de golpe. El hombre, veloz, trabó la puerta con el pie y la abrió a la fuerza.

  —Buenos días —saludó el agente.

  —Váyanse de esta casa.

  Otros dos hombres aparecieron, acompa?ándolo.

  —No tenemos problemas con los robots —dijo uno de ellos—. Son creaciones humanas, por ende, son libres de hacer lo que quieran.

  —?Y?

  —Danos a la ni?a.

  —No.

  El agente cerró los ojos, con expresión cansada.

  En ese momento, Hammya irrumpió en la sala.

  —?Váyanse!

  Clementina transformó su mano en un machete y, en un parpadeo, atravesó la garganta de uno de ellos.

  —?HAMMYA, CORRE! —gritó.

  La ni?a titubeó, paralizada por el miedo, pero finalmente empezó a correr hacia la puerta trasera... solo para chocar de frente con otro agente.

  —No la maten —ordenó una voz—. Aprésenla.

  Clementina disparó a la cabeza del agresor, liberando a Hammya. Pero antes de que pudiera escapar, otro agente le propinó un pu?etazo en el estómago, abollando su estructura metálica, y acto seguido le arrancó el brazo izquierdo de un tirón.

  Clementina, aún da?ada, siguió luchando con fiereza. Hammya intentó ayudar, pero fue apresada por dos hombres más, que la sujetaron con fuerza.

  La androide usó sus piernas como armas letales, decapitando a un tercer enemigo. Sin embargo, cuando se lanzó contra el cabecilla, este esquivó el ataque con facilidad, la derribó contra el suelo y, pisándole la espalda, le tomó del cuello con ambas manos... y le arrancó la cabeza de un brutal tirón.

  —?NOOOOOOOOOOOOOOOOO! —gritó Hammya, desgarrada.

  El agente la miró fijamente.

  —No tienes idea de lo que has provocado.

  La tiró contra el suelo y se acercó de nuevo. En su último gesto, la cabeza caída de Clementina giró hacia Hammya.

  —Todo estará bien... —susurró con una sonrisa serena.

  Luego volvió su mirada al cabecilla.

  —Se metieron con la gente equivocada...

  El agente aplastó su cabeza con ira brutal, destrozandola.

  Hammya gritó de dolor, atrapada en la impotencia.

  —?Sáquenla de aquí! —ordenó el líder—. El resto, ayuden con nuestros compa?eros.

  Hammya lloró en la oscura habitación, abrazando el recuerdo de Clementina. No supo cuánto tiempo pasó ahí, sumida en la oscuridad, hasta que oyó una cerradura girar. La puerta se abrió y una luz enceguecedora invadió la celda.

  —?Agárrenla!

  Intentó correr, pero un adulto le dio un pu?etazo en el estómago. El golpe la dejó sin aliento y cayó pesadamente al suelo.

  —Eso fue estúpido —comentó el hombre, con desprecio.

  La arrastraron a través de un pasillo bien iluminado, lleno de puertas alineadas una tras otra. A pesar del dolor, Hammya intentó observar todo a su alrededor, buscando desesperadamente una salida, pero no vio ninguna. Los hombres que la arrastraban llevaban armaduras negras y máscaras de gas, ocultando sus rostros.

  La llevaron hasta una camilla metálica, donde la esposaron.

  —Bien, pueden retirarse —ordenó una voz.

  Los enmascarados se alejaron. Un hombre de aspecto pulcro se acercó con una sonrisa helada.

  —Hola, cari?o. Espero que no te moleste —dijo con una voz casi tierna.

  Hammya temblaba. Movía las mu?ecas y los tobillos, haciendo sonar las cadenas que la inmovilizaban.

  —Mamita... intentaré que no duela demasiado, ?sí?

  Sin previo aviso, aplicó un choque eléctrico que recorrió su peque?o cuerpo, arrancándole un grito desgarrador.

  —?Ups! Perdóname —rió el hombre, burlón—. Olvidé bajar la frecuencia.

  Volvió a electrocutarla, esta vez con más intensidad.

  —?AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! ?BASTA!

  —Nunca me canso de esto... —murmuró mientras sonreía—. Sucios comunistas, asquerosas lacras peronistas... siempre suplican.

  Miró de reojo una pantalla de monitoreo.

  —Frecuencia cardiaca a trescientos... Increíble, más que un ser humano. Felicidades: no eres una peronista. Mejor, no eres roja.

  Se echó a reír.

  —Rafael —lo llamó otra voz.

  El hombre se giró, enderezándose al instante.

  —Oh, director... —dijo, haciendo una reverencia exagerada.

  —El patriarca pidió explícitamente que no lo estropees.

  Hammya, ba?ada en lágrimas, apenas podía respirar.

  El director se acercó y le puso la mano en la frente, en un gesto que pretendía ser tranquilizador.

  —Shhh... Tranquila. Ya pasó... ya pasó...

  —Rafael —dijo, esta vez en tono gélido—, lárguese. Hay más especímenes abajo que estarán impacientes por su juguetito eléctrico.

  —Odio ese lugar —gru?ó Rafael, mientras recogía sus instrumentos.

  —No tuviste ningún problema tirando adolescentes desde aviones.

  —Era por un bien mayor...

  —Vete.

  —Sí, director —respondió Rafael, marchándose.

  La puerta se cerró con un golpe seco. Hammya quedó sola, temblando, esposada a la camilla, perdida en un infierno del que no veía escape.

  Hammya empezó a temblar.

  —No te haré da?o... todavía —dijo el hombre con frialdad.

  Dejó a un lado la picana eléctrica y apagó la pantalla que monitoreaba las constantes vitales de la ni?a.

  —Mis procedimientos son menos dolorosos.

  Tomó unas tijeras y comenzó a cortar el vestido de Hammya con precisión quirúrgica.

  —Tranquila.

  Terminó de retirar el vestido, dejando expuesto su abdomen, y comenzó a untarle una sustancia fría sobre la piel. Luego, sin previo aviso, extrajo sangre con una jeringa.

  —Fascinante... ?verde? —murmuró, observando el líquido en el tubo.

  Hammya no podía dejar de temblar.

  —Terminamos por hoy. Ma?ana dolerá... creo que te mereces un descanso.

  —?Por qué me hacen esto? —preguntó Hammya con la voz quebrada.

  —Lo siento. Has tenido mala suerte... tu sacrificio ayudará a la humanidad.

  —?Voy a morir? —susurró, apenas audible.

  —Sí... lamentablemente sí.

  Love this novel? Read it on Royal Road to ensure the author gets credit.

  El hombre la arrastró en la camilla hasta una habitación peque?a y lúgubre, donde solo había una cama. La desató y la dejó caer sobre el colchón.

  —En unas horas te traerán ropa nueva —anunció antes de salir, cerrando la puerta tras de sí.

  Hammya, sola en la penumbra, comenzó a llorar desconsoladamente, repitiendo entre sollozos:

  —Candado... ayúdame, por favor...

  Mientras tanto, ya entrada la noche, Candado revisaba su reloj, viendo cómo marcaba las 00:00 horas. Estaba sentado frente a la casa de Samanta, impaciente.

  —Día uno afuera... quedan cuatro —murmuró, guardando el reloj en su bolsillo—. Demasiado lento...

  En ese momento, su madre, Europa, y su tío Gutiérrez aparecieron.

  —Lamento la tardanza —se disculpó Europa.

  —Cuatro horas —dijo Candado en tono seco.

  —Sí, lo sé... pero era necesario —a?adió Gutiérrez.

  —Pudimos identificar el objeto —confirmó Europa.

  Guillermo, otro acompa?ante, sacó dos espejos del auto. Uno era normal y el otro...Bueno. No era un espejo común: no reflejaba a las personas, sólo los objetos a su alrededor.

  —Entremos —ordenó Europa.

  Candado tomó el espejo y se dirigió a la habitación de Inés, la hija de Samanta. Gutiérrez lo siguió, intrigado.

  —?Sabes lo que ocurre, verdad? —preguntó Gutiérrez.

  —Así es —afirmó Europa.

  —La ni?a fue aprisionada en el espejo —explicó Gutiérrez—. Sus poderes despertaron de forma anómala... a través de pesadillas.

  —Exacto —continuó Europa—. Su segalma enloqueció creyendo estar bajo ataque. Al sufrir pesadillas recurrentes, su mente identificó la amenaza proveniente de su propio cerebro, así que su segalma atacó desde dentro, causando alucinaciones.

  —El síndrome de Ref —intervino Candado—. Sí, así es, tío.

  —Entonces, ?Para qué querías el espejo? —preguntó Gutiérrez, confundido.

  Candado colocó el espejo frente al otro espejo de la habitación.

  —Para esto.

  Dentro del reflejo, emergió la imagen de un capullo, y dentro de él, una joven dormía plácidamente.

  —La ni?a puede controlar los espejos como portales —explicó Candado—. Según lo que contó su madre, ella no quería dormir aquí porque temía a su propio reflejo.

  —?Reflejo? Oh cielos...—dijo Europa.

  —Las personas que manejan espejos tienen personalidades reflejadas en ellos. En otras palabras...

  —Obedecen a la personalidad original —completó Gutiérrez.

  —Exactamente —asintió Candado—. En una de sus pesadillas, la ni?a se despertó. Al ver el espejo frente a ella, su terror se proyectó en el reflejo. Su segalma, al identificar erróneamente esa imagen como una amenaza, trató de erradicarla. Pero, como debe proteger a su original, entró en conflicto consigo misma... y la encerró.

  Golpeó suavemente el espejo con los nudillos.

  —Se encerró a sí misma —dijo Europa.

  —?Sabes cómo entrar? —preguntó Gutiérrez.

  —Sí. Por eso, mientras esperaba, llamé a alguien —dijo Candado mirando a su madre con cierta culpa.

  —?Por qué? —preguntó Europa, intrigada.

  Candado dirigió la mirada hacia la puerta abierta, donde se encontraba el espejo.

  —Zúr... ven, por favor.

  De la oscuridad emergió una figura masculina.

  —Hola, hermana —saludó.

  Europa se sintió incómoda cuando lo vio aparecer.

  Zúr: cabello hecho de diamantes puntiagudos, ojos amarillos, piel de un tono celeste claro, vestido con un traje impecable.

  Poder: mezcla de sangre violeta y tolerancia a la luz solar. Al parecer, algún mineral había endurecido su cuerpo más de lo que parecía posible.

  Habilidad: cocina y limpieza.

  —H... hola. Tanto tiempo —saludó Europa, incómoda.

  —Sí... tanto tiempo —respondió Zúr, con frialdad.

  Candado y Gutiérrez se rascaron la nuca, inconscientemente nerviosos.

  —Hola, Zeta —intentó bromear Gutiérrez.

  —Zúr —corrigió el recién llegado, con tono cortante—. Para ti, es Zúr.

  —Sí, claro... —murmuró Gutiérrez, bajando la vista.

  —Solo quiero que sepan que he venido hasta aquí para ayudar a mi sobrino. No por ti, ni por ti —a?adió, se?alando primero a Europa y luego a Gutiérrez.

  —Sí...

  —Claro...

  —Es...

  —Sí...

  —?Cállense! —cortó Zúr, levantando dos dedos para enfatizar su fastidio—. Ustedes son las últimas personas de las que quiero oír algo. Pero de no ser por tu hijo —miró a Europa—, mi hija aún estaría triste. Eso no cambia en nada nuestra relación.

  Candado, con un gesto solemne, posó una mano en su propia espalda, como si se disculpara.

  —Lo siento. Pero, de verdad, necesito tu ayuda.

  Zúr bajó la mirada, suspirando.

  —No. Yo lo siento... Y te ayudaré.

  —Gracias —dijo Candado, aliviado.

  —Dime, ?Qué necesitas?

  —Quiero entrar al espejo —se?aló la habitación donde Inés dormía atrapada—. A ese espejo.

  Zúr se acercó y deslizó un dedo sobre su superficie. Para sorpresa de todos, en lugar de sentirse sólido, el espejo parecía líquido, vibrando suavemente.

  —Debe de haber algo muy importante para que quieras meterte en un espejo tan inestable —comentó, sin apartar la vista del objeto.

  —Iré con él —intervino Europa, decidido.

  —Es peligroso —advirtió Zúr, frunciendo el ce?o.

  —Lo sé. Pero es algo que solo nosotros dos podemos hacer —aseguró Candado.

  —?Y yo qué? —preguntó Gutiérrez, molesto.

  —Tío Guti, tú también eres importante... pero no en este momento. Tu papel será fundamental más adelante.

  —?Cuál?

  —Ya lo sabrás —respondió Candado, esbozando una sonrisa enigmática.

  Luego miró a Zúr con determinación.

  —Hazlo.

  Zúr asintió, tocó el espejo, y la superficie empezó a brillar de un color fosforescente, palpitando como si respirara.

  —Ya está listo —anunció.

  Europa tomó la mano de Candado.

  —No te sueltes de mí.

  —Qué gracioso. Yo estaba por decir lo mismo —respondió Candado, devolviéndole una sonrisa cómplice.

  Ambos se miraron un instante y, sin dudar, atravesaron el espejo, desapareciendo de la habitación en un destello.

  —Suerte —susurró Zúr, quedándose solo frente al portal.

  Candado y Europa entraron a un mundo donde todo estaba hecho de espejos: la tierra, el cielo, y hasta el horizonte infinito. A la izquierda, a la derecha, arriba o abajo… todo era reflejo.

  —Qué horror —dijeron ambos al unísono.

  Europa sonrió con ligereza, mientras Candado se sonrojaba, incómodo. Pero de pronto volvió a ser el mismo, después de todo había cosas de extrema importancia que se debía atender.

  —Ejem... sigamos —murmuró, adelantándose.

  Caminaron durante varios minutos sin encontrar nada. Solo su propio reflejo infinito les respondía en cada dirección.

  —Se supone que debería estar aquí —dijo Candado, con un leve temblor en la voz.

  —Tranquilo, seguro que aparecerá —intentó animarlo Europa.

  —Sí... debe estar —repitió Candado.

  Siguieron caminando, pero el paisaje de espejos inmutables parecía no cambiar nunca. Generalmente, Candado se mantenía sereno en situaciones así; sin embargo, esta vez no era el mismo. La desesperación empezaba a filtrarse en su voz, en su paso, en sus gestos. Si no encontraba lo que buscaba... Hammya estaría perdida para siempre.

  —Hijo —llamó Europa, preocupado.

  —Estoy bien —respondió Candado con brusquedad—. Procura mirar alrededor, ?Sí?

  —Está bien...

  —Solo tengo que pensar —murmuró para sí mismo.

  —Hijo...

  —Fascinante.

  Europa se quedó petrificado, como si el tiempo se hubiera congelado a su alrededor.

  —Saludos, Candado —dijo una voz, surgida de todas partes y de ninguna.

  Los espejos comenzaron a reflejar una figura conocida: Odadnac.

  —Hola, hermano —saludó Odadnac, con una sonrisa torcida.

  Podía moverse libremente entre los reflejos, desafiando toda lógica.

  —Tu seguridad es una basura —se burló—. No importa cuántas celdas uses; jamás podrás retenerme.

  —No tengo tiempo para esto —gru?ó Candado.

  —Claro que sí. Aquí tienes todo el tiempo del mundo.

  —?Qué mierda quieres?

  —Un trato.

  —Me niego. Olvídalo.

  —?Ni siquiera vas a escucharme?

  —No.

  —Muy bien, que así sea.

  Con un chasquido invisible, todo volvió a la normalidad. Europa parpadeó, recobrando el movimiento.

  —Hijo... sé que es una situación desesperante, pero mantente sereno... —Se detuvo al ver el rostro de Candado—. ?Qué pasa?

  —Nada —dijo Candado, forzando una sonrisa—. Gracias por tus palabras. En verdad las necesitaba.

  Pasaron muchas horas más, pero al fin, algo rompió la monotonía del mundo de espejos.

  —Ahí está —anunció Candado, se?alando hacia adelante.

  —Bien, hay que darnos pri...

  Candado se interrumpió, comenzando a toser sangre.

  —?Qué...? —exclamó Europa—. ??Candado?!

  Candado cayó de rodillas.

  —Aún no estoy curado, ?eh? —bromeó con amargura.

  —?Te estás sobreesforzando!

  —No... no hay tiempo.

  A pesar del dolor, Candado no se detuvo. Sabía lo que quería, sabía lo que necesitaba hacer. No podía retroceder.

  Avanzó hasta el objetivo: un capullo envuelto en una tela fina, que reposaba suspendido en el aire.

  —Mamá, necesito tu ayuda.

  —Dime qué debo hacer —respondió Europa, acercándose.

  —Cuando tomes a la ni?a, debes salir de aquí a través de este espejo —explicó Candado, activando un portal cercano—. Ella todavía no controla su poder; si entramos en contacto directo mucho tiempo, seremos una amenaza para ella.

  —Está bien.

  Candado reunió lo poco de su energía que quedaba para activar el espejo. Luego miró a su madre.

  —?AHORA!

  Europa tomó a la ni?a en brazos y se apresuró hacia el portal. Pero el peligro era inminente: uno de los espejos tomó forma de cuchilla y perforó el brazo de Candado. El hueso astillado crujió con un sonido espeluznante, lo bastante fuerte como para que Europa se girara alarmado.

  —?CANDADO!

  —?Vete ahora! —le gritó Candado, sin siquiera inmutarse por el dolor.

  Europa dudó... pero en ese instante, Candado supo lo que debía hacer.

  —Asinóh... —susurró.

  Del suelo brotaron perros flameantes, que invistieron a Europa junto a la ni?a y llevándolo fuera del mundo de espejos.

  —?NO! —gritó Europa, estirando su brazo mientras desaparecía.

  Candado se arrodilló, exhausto. Frente a él, comenzaron a formarse cuerpos incompletos, grotescas imitaciones humanas que avanzaban con intenciones asesinas.

  No planeaba rendirse... pero tampoco tenía la fuerza para salir de allí por sí mismo. Por primera vez en su vida, tendría que recurrir al plan "B".

  —Isidro... —susurró.

  Cerró los ojos. En apenas unos segundos, todas las criaturas se detuvieron, congeladas como estatuas.

  Una figura emergió de los espejos: Odadnac.

  —Veo que ya has tomado una decisión —dijo, sonriendo con una mezcla de burla y triunfo.

  Candado apretó los dientes. Aunque había pedido ayuda, aunque sabía que lo necesitaba... el odio hacia su "hermano" seguía intacto.

  —Aceptaré tu ayuda.

  —?Y...?

  Candado levantó la mano.

  —Eso incluye tus demandas.

  —?Lo juras?

  —Yo nunca miento.

  —Bien. —Odadnac extendió la mano—. ?La tomarás ahora? —se burló de él.

  Candado la miró fijamente, primero a la mano extendida, luego a los ojos de Odadnac.

  —Te odio.

  —Lo sé.

  Con un suspiro, Candado tomó su mano.

  Del otro lado del espejo, Europa había logrado salir, cargando a la ni?a, que estaba inconsciente.

  —Euro, ?Dónde está Candado?

  —Aún no ha salido. —Recostó a la ni?a en el sofá y se acercó al espejo—. Zúr, ábrelo de nuevo.

  —No será necesario. —Una voz sonó a sus espaldas. Europa giró rápidamente, sorprendida al ver el segundo espejo que se había traído.

  —?...!

  El espejo brilló y Candado emergió de él, con una expresión de seguridad.

  —Siempre tengo un plan de escape, gracias tío por traer otro espejo.

  —Ah, ?Por eso era relevante?

  —Podría decirse.

  Se dirigió sin perder tiempo hacia el gran espejo de la habitación y, con un solo pu?etazo, lo destruyó.

  —Solo había que hacer esto. —Miró a Zúr—. Gracias, tío, por la ayuda.

  —De nada.

  Candado se acercó a la ni?a, que seguía inmóvil. Colocó su cabeza sobre su pecho y sus manos en su frente.

  —Su corazón aún late. —Pausó—. Su cerebro está bien, no hay da?os graves. Perfecto.

  —Canda...

  —Mamá.

  —?Sí?

  —A partir de ahora lo haré solo.

  —No, no lo harás. Estás enfermo y luchando contra una peligrosa organización.

  —Sé lo que hago, así que tranquila.

  —Iré contigo.

  Candado se quedó en silencio. Sabía que si seguía insistiendo, su madre se negaría y perdería el tiempo tratando de convencerla con argumentos lógicos.

  —Bien, bien.

  —Me gusta eso.

  —Zúr, por favor, haz desaparecer este marco. El vidrio desaparecerá ma?ana, pero el espejo debe ser destruido.

  —Eso haré. Pero, ?no necesitas ayuda?

  —Para nada. No quiero que te involucres más allá de esto.

  —Entiendo.

  —Saluda a ío de mi parte.

  —Así lo haré. —Sonrió Zúr.

  —A mí también —agregó Europa.

  —Así lo haré. —Zúr hizo una mueca de disgusto.

  —Tío Gutiérrez, regresa los espejos más tarde, ?sí?

  —Claro, campeón.

  —Mamá, quiero que...

  —??QUIéN ANDA ALLí?! —gritó Europa, sorprendida.

  Candado y los presentes se pusieron automáticamente en guardia.

  De pronto. Una figura se materializó ante ellos.

  —Lamento haberla asustado, se?orita.

  —Alejandro... ?Qué haces aquí? Espera... ?Lo conseguiste? —preguntó Candado.

  Zúr se acercó, observando al joven con detenimiento.

  —?Eres hijo de Marina?

  —Así es... ?se?or?

  —Zúr.

  —?Zúr qué?

  —Ejem. —Candado aclaró la garganta, incómodo ante la situación.

  —Oh, sí, lo tengo, se?or. —Alejandro le tendió una carpeta—. Toda la información.

  Candado tomó la carpeta y la abrió.

  —?Qué es? —preguntó Europa, mirando a Candado con ansiedad.

  —Información personal de la prisionera —respondió Alejandro, un tono grave en su voz.

  —Lo sabía —dijo Candado, mirando la carpeta con un brillo de certeza en los ojos—. Ella era cómplice.

Recommended Popular Novels