Fulkan no era ajeno a como su madre estaba empeorando.
La impotencia que sentía al verla casi no probar bocado, al verla llorar por las noches tras despertarse gritando por una pesadilla extremadamente vivída, no se la deseaba a nadie.
Sin embargo, hoy se encontraba animado, pues había conseguido algo que a su madre seguro le iba a gustar; durante su misión, había encontrado un bebé de halcón abandonado, y a su madre siempre le habían gustado las aves, por lo que, tal vez, tener un emplumado compa?ero la ayudaría a sobrellevar todo lo malo que estaba viviendo.
Los animales eran sanadores naturales, o eso había escuchado rumorear a algunos habitantes de la ciudad.
Manteniendo a la peque?a ave dentro de su chaqueta para que estuviera caliente se adentró en su casa después de un largo día, siendo recibido por una extra?a fragancia a flores silvestres.
Desconcertado, y teniendo el presentimiento de que algo estaba mal, se dirigió rápidamente a la habitación de su madre, entrando sin tocar la puerta y encontrándose con una escena que lo hizo caer de rodillas.
Flores y cristal se entrelazaban, resguardando del cuerpo de Sarnai, manteniéndola cautiva dentro del mismo como si se tratase de un ataúd transparente.
Ella se veía relajada, incluso tenía una sonrisa en su rostro.
—?Por qué? —Fue lo único que salió de sus labios antes de romper en llanto— ?MAMá!
Todos sabían como se veía una muerte pacífica, pues la dulce Febe, Idran de la Muerte, dejaba su marca cristalina tras pasar a recoger un alma.
?Ella realmente se había ido en paz? Aquella duda lo carcomía por dentro mientras las lágrimas caían por sus mejillas, manchando el suelo de madera, al cual Fulkan le dio un golpe con frustración, destrozando parte de la madera.
—?Cómo no me di cuenta? ?Cómo? Si tan sólo hubiera estado aquí, tal vez...
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Un peque?o movimiento en su bolsillo le hizo recordar que no estaba sólo, y que la peque?a criatura que había traído para su madre, aún necesitaba comer.
Tragándose su sufrimiento, se levantó del suelo con la mirada perdida. Debía informar de la muerte de Sarnai, y luego... ya vería que hacer.
Tras llevar a cabo los trámites necesarios para el entierro de su madre, se encargó de alimentar a la cría de halcón, la cuál se asentó en su hombro y se marchó nuevamente hacia el cementerio, dónde pasó horas observando la tumba de su madre.
—?Por qué no me dijiste que estabas tan mal? —murmuró— No, no es tu culpa, es mía por no haber actuado antes.
—O, tal vez, si me permites opinar... —Una voz lo hizo girar la cabeza, encontrándose con un hombre de cortos cabellos negros ondulados peinados hacia un lado y profundos ojos igual de oscuros. Su piel era blanca como la misma nieve y su porte el de un auténtico aristócrata, en su mano, portaba una moneda dorada con la que jugueteaba a lanzarla y atraparla— Es la culpa de quienes abusaron de ella hasta dejarle tantos traumas.
—?Quién diablos eres y qué es lo que sabes?
—?Yo? ?Soy un simple viajero qur ha visto demasiado! Me ofende la pregunta —haciendo una exagerada reverencia, él sonrió—. Puedes llamarme Avi.
Fulkan intentó rebuscar en su memoria si alguna vez había oído hablar de un tal Avi, sin embargo, sus pensamientos únicamente volvían hacia su madre.
Ella se había ido.
—?Un peque?o consejito? —preguntó Avi con una sonrisa sarcástica— ?Mátalos a todos, a cada uno de ellos! Esa, justamente esa, es la mejor forma de honrar a tu madre.
Fulkan cerró los ojos por unos segundos. No podía creer que estaba considerando las palabras de un completo extra?o.
—Yo... —murmuró, pero al abrir los ojos, no encontró a nadie— ?He alucinado?
Llevó una mano a su frente con cansancio. El peque?o halcón se acurrucó en el hueco de su cuello.
—Mamá... —susurró— Sé que no me críaste con odio... pero, si puedo hacer del mundo un lugar mejor matando a las escorias que te hicieron esto, entonces lo haré.
él se levantó cuidadosamente, limpiando el polvo de su ropa y depositando un ramo de flores frente a la lápida, lirios, los favoritos de su madre.
Alzando una plegaria silenciosa a Febe, pidió a la Idran que cuidara de su madre en su eterno jardín de almas, y, tras ello, se dio media vuelta abandonando el cementerio, sin notar la mariposa de cristal que se posó en la tumba de su querida madre como prueba de que la divinidad le había escuchado.