TW: Menciónes de Abusos, descripción de un Suicidio.
Sarnai estaba perdiendo la batalla.
Lentamente, las pesadillas, cada vez más recurrente hacían brecha en su mente y cuerpo, salía menos, lloraba más, comía menos... después de a?os de estrés acumulado, se sentía como una mu?eca rota al recordar cada abuso que había sufrido durante su tiempo en aquella celda.
Se sentía sucia, incluso después de a?os, y ahora, estaba perdiendo su fuerza. Tenía un hijo por el que vivir, sin embargo, el verlo cada vez más parecido a aquel general le causaba náuseas.
Y eso no hacía más que hacerla sentir peor, pues sabía que Fulkan era inocente, además de un buen chico que siempre se preocupaba por los demás e intentaba hacer el bien.
Pero ahora, sólo quería descansar.
Fulkan era ya mayor y más que capaz de cuidarse por sí mismo. Aunque no quería dejarlo, sentía que no podría aguantar mucho más tiempo con aquella tortura psicológica.
Con las manos temblorosas, preparó una última infusión con una planta de lo más particular y lo bebió mientras él se encontraba en una misión, permitiéndose llorar en la soledad de su habitación. Sabía que estaba haciendo algo horrible, que Fulkan estaría destrozado, pero por una vez, quiso paz.
Que no hubieran pesadillas, que no hubiera dolor, que pudiera olvidar aquellas manos sobre su cuerpo y el horror de las torturas que sus amigos habían sufrido.
Una parte de ella, no quería abandonar este mundo, la otra, deseaba caer en los brazos de la amable Febe de una vez.
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Era demasiado, los recuerdos eran demasiados, tan horribles, tan desesperantes… sus sue?os eran lúcidos.
El sabor ácido del veneno hizo arder su lengua y garganta, sin embargo, siguió bebiendo.
—Lo siento tanto, Fulkan —murmuró.
Cuando terminó aquella infusión, soltó un suspiro, y con los ojos vidriosos, se recostó en la cama, sabiendo que pronto tendría su tan ansiada paz.
Los recuerdos la asaltaron entonces, recordó su propia infancia; había nacido en un peque?o pueblo fronterizo entre la República de Prixis y el Imperio de Ferania, una zona relativamente tranquila durante su juventud, pero que se volvió una pesadilla a medida que fue creciendo.
Recordó cómo su madre le ense?aba a cocinar cuando era una ni?a, y a su padre, un artesano, intentando convencerla de que aprendiera su oficio también.
Una sonrisa se formó en sus labios. Su infancia había sido buena, pero luego, esos recuerdos felices fueron reemplazados por el fuego quemando su hogar, y el fuerte agarre de aquel general Feranio, con sus ojos fríos y su cabello rojo como el fuego iluminado por las llamas púrpuras.
Esa fue la primera vez que abusaron de ella, y lamentablemente, no fue la última.
El teniente se unió apenas el general terminó con ella, y él fue mucho más agresivo.
Pero no quería irse de este mundo recordando a sus asquerosos violadores, por lo que intentó desviar sus pensamientos a lugares más brillantes.
Y volvió a sonreír débilmente cuando la imagen del peque?o Fulkan se instauró en su mente. Su hijo era lo único bueno que había salido de aquellos meses en cautiverio.
Entonces se dio cuenta, de que no quería morir. No aún, por él, debía resistir.
Intentó levantarse, pero su cuerpo adormecido se lo impidió, al igual que su mente, nublada pero sumida en desesperación por el repentino arrepentimiento.
No quería morir, no quería dejar a su hijo.
Pero fue demasiado tarde cuando se dio cuenta de que aún deseaba vivir por él, pues el gentil toque de Febe ya la había alcanzado junto el aroma a flores que acompa?aba a la muerte.