home

search

capitulo 3:Comeinza el entrenamiento parte 1

  Dan estaba en la ba?era, una amplia fuente termal inspirada en las ideas de antiguos héroes. El vapor flotaba en el aire, envolviendo todo en una neblina cálida, pero su mente no lograba encontrar descanso. Una vez más, aquel sue?o lo perseguía.

  —He tenido ese sue?o demasiadas veces… ?significará algo? —murmuró para sí, sumergiéndose un poco más en el agua caliente. Cerró los ojos, intentando disipar la inquietud que se aferraba a su pecho—. Tal vez lo estoy pensando demasiado… solo es una estúpida pesadilla.

  Con un suspiro, se pasó una mano por el cabello, dejándolo caer sobre su rostro mientras el agua corría entre sus dedos. Permaneció así unos instantes antes de levantarse con pesadez. Se lavó el cabello y salió de la ba?era, listo para vestirse, aunque la sensación de incomodidad no lo abandonaba

  Al salir del ba?o, Dan se encontró con Areskar, el dios de la guerra.

  —Hey, Dan, buenos días —saludó Areskar con su tono habitual, relajado.

  —Buenos días —respondió Dan con tranquilidad, pasándose una toalla por el cabello.

  Areskar lo observó con una media sonrisa.

  —?Qué pasa? ?Relajado después de un ba?o tranquilo?

  —Cállate, Ars —replicó Dan, llamándolo por su apodo.

  El dios de la guerra frunció el ce?o.

  —Ok, te dejo en paz… pero no me vuelvas a llamar así, no me gusta —gru?ó antes de darse la vuelta y dirigirse a otro lado.

  Antes de desaparecer por un pasillo, Areskar se detuvo y miró a Dan por encima del hombro.

  —Ah, casi lo olvido. Me crucé con tus chicas. Están esperando en la puerta, muy impacientes. No las hagas esperar, ya estaban un poco molestas porque tardabas tanto.

  Con una risa burlona, giró en la esquina y desapareció de la vista. Dan soltó un suspiro.

  —Genial… —murmuró para sí.

  Al pasar por el comedor, Dan escuchó unos gritos que rompían la calma matutina.

  —?No puedes hacer eso, enana! —se quejaba la voz de un hombre.

  —?A quién llamas enana? Para tu información, tengo 11.699 a?os y soy mayor que tú, así que me respetas como tu superior —replicó una voz más infantil, llena de indignación.

  Dan se detuvo y echó un vistazo. No le sorprendió ver a Nyxara y Thalmos discutiendo mientras desayunaban. Los dioses superiores que también estaban presentes notaron su llegada.

  —Buenos días, Thalmos. Se?orita Nyxara —saludó Dan con calma. Sin importar el lugar, siempre se les debía respeto. Eran dioses superiores, aquellos que encarnaban los aspectos más esenciales del mundo.

  —Buenos días, joven —respondió Thalmos con un leve asentimiento.

  —?Buenos días, peque?o Dan! —exclamó Nyxara, animada como siempre.

  Sin perder el ritmo, la diosa de los juegos se?aló a Thalmos con un dedo acusador.

  —?Dan, ayúdame! Esta cosa amargada de aquí me está molestando.

  Thalmos frunció el ce?o.

  —Enana, tengo nombre. ?Cómo quieres respeto si no respetas? —replicó con fastidio.

  Dan suspiró, masajeándose las sienes.

  —Se?or Thalmos, se?orita Nyxara… me están esperando. ?Podrían decirme rápido cuál es el problema? —pidió con voz serena.

  —Este amargado quiere prohibirme hacer juegos —se quejó Nyxara, cruzándose de brazos.

  Thalmos resopló.

  —Lo que pasa es que esta chiquilla quiere distorsionar todo un reino y hacer que todos sus habitantes jueguen con ella. ?Te parece normal?

  Dan se llevó una mano al rostro.

  —Se?orita Nyxara, no puede hacer eso. Y se?or Thalmos… discutir con ella no lleva a nada. Ella es así, es su naturaleza.

  El dios del conocimiento soltó un suspiro resignado.

  —Tiene razón, joven Dan.

  Nyxara, en cambio, infló las mejillas y puso cara de ni?a ofendida.

  —?Dan se me está rebelando! —exclamó con dramatismo, al borde del llanto falso—. ?Dan se está rebelando contra su hermana mayor!

  Con una exagerada expresión de tristeza, salió corriendo del comedor. Dan negó con la cabeza.

  —Voy a retirarme. Vaya a buscarla y hable con ella… o que Lady Vida resuelva esto.

  Sin esperar respuesta, Dan se marchó, dejando atrás la usual escena caótica entre los dioses.

  Los dioses no eran tan distintos a los humanos como muchos creían. No eran omnipresentes, y algunos distaban mucho de ser sabios. Al final del día, no eran más que seres con poder descomunal, pero con debilidades y emociones tan humanas como cualquiera.

  Dan caminó por los pasillos, el eco de sus pasos resonando en la gran estructura. Al llegar a la puerta principal, vio a sus prometidas esperándolo. Al notarlo, Ignis fue la primera en alzar la voz.

  —??Ahora por qué tardaste tanto?! —protestó la diosa del fuego, cruzándose de brazos.

  —Me crucé con Nyxara y Thalmos —respondió Dan con tono indiferente.

  Nerina suspiró, adivinando la situación al instante.

  —Déjame adivinar… ?otra vez peleando?

  Dan asintió con desgano.

  —Sí. Nyxara quería que todo un reino jugara con ella.

  Virella abrió los ojos con preocupación.

  —E-eso suena peligroso…

  —Sí, pero bueno, es la diosa de los juegos —intervino Ceresia con una suave sonrisa, tratando de restarle importancia.

  Dan se encogió de hombros y decidió cambiar de tema.

  —En fin… ?Están listas? —preguntó, mirándolas con calma.

  Sus prometidas asintieron, dejando atrás la conversación mientras se preparaban para lo que estaba por venir.

  Hoy los 5 tendrán una cita y al mismo tiempo dan entrenará a los héroes

  —?Planeaste algo para el entrenamiento de los héroes hoy? —preguntó Ignis.

  —Hoy les ense?aré a fabricar pociones y a pulir sus habilidades de combate —respondió Dan con calma—. Separaré a los que tienen talento de los que aún necesitan refinarlo; esos últimos recibirán más entrenamiento.

  —Bien pensado, así se pondrá más atención en los que no son tan buenos —dijo Nerina.

  —?Cómo harás la parte del entrenamiento de combate? —preguntó Virella.

  —?Harás que peleen entre ellos? —a?adió Ceresia.

  —No, los haré pelear con monstruos —contestó Dan con calma—. También les servirá de experiencia para cuando enfrenten combates reales.

  —?Entonces les harás pelear con monstruos débiles? —preguntó Ignis.

  —Parece que alguien estuvo pensando mucho en esto, ?no, querido? —dijo Ceresia con una sonrisa.

  —Cállate. Solo no quiero que se mueran rápido, así me ahorro problemas. Después, si mueren por su propia idiotez, no será mi problema.

  —Ok, ?entonces vamos con portal o cómo? —dijo Ignis.

  —Creo que a Dan lo marean los portales —agregó Nerina.

  —Podríamos pedirle prestado un guiverno a Flora —sugirió Ceresia.

  Flora era la diosa de las criaturas y su guardiana. Si un humano lastimaba a alguna de estas criaturas por placer, Flora no dudaría en desatar su furia contra él. No tenía iglesias como tal, pero contaba con algunos seguidores dedicados al cuidado de las criaturas, conocidos como “cuidadores” o “domadores”.

  —?P-pero no atacarán al guiverno apenas nos acerquemos al reino? —preguntó Virella, algo inquieta.

  —No si solo lo usamos para acercarnos —respondió Dan. Luego, volteando hacia las chicas, preguntó—: ?Quién le irá a pedir un guiverno a Flora?

  Las chicas se miraron entre sí y luego dirigieron la mirada a Dan.

  —Yo no me llevo bien con Flora —dijo Ignis, cruzándose de brazos.

  —A mí no me agrada —siguió Nerina con expresión seria.

  —Y-yo podría ir… si quieren —sugirió Virella, aunque su voz tembló un poco.

  —No creo que debas, Virella —intervino Ceresia—. Flora no se detendría solo porque eres tímida. Si te ve vulnerable, no dudará en molestarte.

  —?Entonces tú? —dijo Dan, mirando a Ceresia.

  —Bueno… a mí tampoco me agrada Flora. Sus monstruos atacan a los granjeros y arruinan los cultivos… —intentó excusarse, dejando claro que prefería que Dan fuera.

  —Vamos, yo podría ir volando, pero ustedes no pueden —dijo Dan, buscando una excusa.

  —Y nosotras podemos usar portales, pero tú te mareas —replicó Ceresia con una sonrisa traviesa.

  —Pero… agh… Está bien, voy yo —cedió Dan, dándose cuenta de que no tenía salida. Se dio la vuelta, murmurando con fastidio—: Cómo odio cuando las cuatro se ponen de acuerdo…

  Cuando Dan se alejó, Virella habló con timidez:

  —?No podríamos haber ido cada uno por nuestra cuenta?

  —Sí, podríamos —respondió Nerina con tranquilidad—, pero nosotras llegaríamos primero y tendríamos que esperar.

  Virella bajó un poco la mirada y pensó en voz alta:

  —Me gustaría que pudiéramos viajar juntos…

  Las otras tres se miraron y sonrieron.

  —A nosotras también —respondieron al unísono.

  Mientras Dan recorría los pasillos rumbo al jardín donde Flora pasaba todas las ma?anas, reflexionaba para sí mismo:

  —Esas cuatro se llevan mucho mejor que cuando se conocieron… Parece que Ceresia asumió el rol de líder entre ellas.

  Una leve sonrisa se formó en sus labios.

  —Bueno, me alegro de que se lleven bien ahora. Así no tengo que soportar sus peleas.

  No pudo evitar recordar el primer día en que ellas se presentaron como sus prometidas. A Dan no le había importado demasiado en ese momento, y a ellas no les había agradado él. Después de todo, Dan tenía fama de ser violento y sádico,pero sus padres las querían casar a fuerza con el y ellas tenían que intentar conquistarlo Una a una, se fueron presentando:

  —Me llamo Ignis, soy hija del dios del fuego —dijo Ignis en aquel entonces, sin mucha energía.

  —Nerina. Hija de la diosa del agua —agregó la segunda, sin siquiera mirarlo, dejando claro que no le agradaba.

  —M-m-me llamo Virella… hija del dios de la tierra —susurró la Virella del pasado, aún más tímida al no conocer a nadie.

  —Un placer. Me llamo Ceresia, hija del dios de la cosecha —saludó la última con una evidente sonrisa forzada.

  Dan las observó en silencio y suspiró.

  —No tienen que forzarse a esto. Solo digan que no les agrado y ya… No me gustan las mentiras.

  De pronto, Dan volvió al presente. Estaba frente a la puerta que llevaba al jardín y, sin pensarlo demasiado, la abrió y comenzó a caminar. Mientras recorría el lugar, sus ojos finalmente encontraron a quien buscaba: una joven rodeada de criaturas. Era Flora, la diosa y guardiana de todas ellas.

  — Se?orita Flora, buenos días. ?Podría prestarme un guiverno? —preguntó sin rodeos.

  Flora apartó la vista del libro que estaba leyendo y sonrió levemente.

  — Ara ara, al menos me diste los buenos días, eso es un avance. —Cerró el libro con calma y lo dejó a un lado—. ?Puedo saber por qué necesitas a uno de mis peque?os?

  — Mis prometidas no pueden volar y yo no puedo usar portales porque me mareo. Necesitamos un medio de transporte para todos. —respondió Dan de manera directa.

  Flora lo observó fijamente y asintió con satisfacción.

  This story has been unlawfully obtained without the author's consent. Report any appearances on Amazon.

  — Me gusta eso de ti, Dan. Siempre vas directo al grano, sin rodeos. Por supuesto, te prestaré uno. —dijo poniéndose de pie.

  Dan frunció el ce?o.

  — Un momento… esto fue demasiado fácil. ?Dónde está el truco?

  La diosa soltó una risa divertida.

  — Jejeje, siempre tan atento. —respondió con una sonrisa traviesa—. Verás… mis chicos necesitan hacer ejercicio, y si te llevas a uno, me ahorras trabajo. Ese es el truco.

  Dan suspiró.

  — En pocas palabras, solo quieres quitarte trabajo de encima.

  — Exacto — respondió la diosa —. Ahora, veamos… — Flora recorrió con la mirada a los guivernos, hasta que se?aló a uno en particular —. Este. Aún es joven, así que será fácil de manejar. Eso sí, devuélvelo antes del anochecer, o su madre se pondrá violenta — advirtió con una sonrisa tranquila, pero sus ojos dejaron claro que no era una broma.

  — Entiendo. Lo traeré de vuelta antes de que caiga la noche — afirmó Dan, sin inmutarse.

  — Perfecto. Ve a la entrada, yo lo enviaré hacia allí — dijo Flora, bajando hacia donde estaban las criaturas.

  — Bien. Nos vemos, Flora — se despidió Dan, alzando una mano mientras se dirigía a la salida del jardín.

  Después de un rato, Dan volvió a la entrada, donde las chicas conversaban entre ellas hasta que notaron su regreso.

  — ?Y cómo te fue? — preguntó Ignis, siendo la primera en hablar.

  — Bien, supongo. Nos prestará uno — respondió Dan sin mucha emoción.

  — ?Así de fácil? ?Y el truco cuál es? — cuestionó Nerina, arqueando una ceja.

  — Dijo que los guivernos necesitan hacer ejercicio, pero manejar a muchos a la vez es mucho trabajo. Así que nos presta uno y se ahorra esfuerzo… ese es el truco — explicó Dan.

  — Mmm, supongo que no sería gratis… pero es mejor que pagarle — a?adió Ceresia, encogiéndose de hombros.

  — ?Entonces tenemos que ir a buscarlo? — preguntó Virella.

  — No, ella lo mandará aquí — aclaró Dan, sentándose en el suelo a esperar.

  Ceresia notó que Dan parecía perdido en sus pensamientos. Sin decir nada, se sentó a su lado.

  — ?Sucede algo? — preguntó suavemente.

  Dan la miró por un momento antes de sonreír con nostalgia.

  — No, nada… solo recordé cuando nos conocimos y ustedes se presentaron. Me perdí un poco en esos días — admitió, mirando al horizonte.

  Las chicas se miraron entre sí y sonrieron, recordando también aquellos días.

  — Esos días… jajaja, eran muy raros — comentó Ignis con una risita.

  — Sí, convivir con alguien que no conocíamos fue algo nuevo — a?adió Nerina.

  — Recuerdo que en esos días no podía hablar con ninguno de ustedes… qué vergüenza — dijo Virella, riendo nerviosamente.

  — Pero ahora estamos aquí, los cinco juntos — concluyó Ceresia, con una sonrisa cálida.

  Dan solo sonrió y desvió la vista. —No se pongan cursis —murmuró, mirando al frente sin hacer contacto visual. Las chicas solo sonrieron, compartiendo el momento en silencio, hasta que un rugido rompió la tranquilidad.

  El guiverno había llegado. Era una criatura imponente, de tama?o considerable, aunque, según Flora, aún era joven.

  —Llegó el transporte —anunció Dan, y de un salto se subió a la espalda de la bestia, que apenas se inmutó ante su presencia. Observó al guiverno con curiosidad y a?adió—: Parece que sabe lo que tiene que hacer.

  Luego, una a una, ayudó a las chicas a subir a la criatura, mostrando una delicadeza que no solía verse en él. Una vez todos estuvieron en su lugar, Dan le dio una ligera palmada al cuello.

  —Bien, muchacho, llévanos al reino de Solmaria.

  El guiverno respondió con un gru?ido profundo antes de desplegar sus alas y elevarse en el aire. El viento azotó sus rostros mientras ascendían, y así comenzó el viaje.

  Después de unas horas, Dan ordenó al guiverno aterrizar cerca del reino. Sin decir una palabra, saltó al suelo y ayudó a las chicas a bajar. Desde allí, continuaron a pie hasta las puertas del reino, donde los guardias, al verlos llegar montados en un guiverno, no tardaron en interceptarlos.

  —?Alto! Identifíquense —ordenó uno de los guardias, con la mano en la empu?adura de su espada.

  Dan resopló, visiblemente molesto.

  —Como odio esto... —murmuró antes de hablar más fuerte—. Tenemos asuntos en el castillo. Abran la puerta.

  El guardia frunció el ce?o, negándose a ceder.

  —No tan rápido. Se ven sospechosos… en especial esas chicas. Quizás debamos revisarlas para asegurarnos de que no lleven nada extra?o.

  El ambiente se tensó de inmediato. Dan cerró el pu?o con fuerza, sus ojos brillaron con furia, y su voz se volvió gélida.

  —A mis prometidas no las tocas con tus sucias manos, basura.

  Antes de que el guardia pudiera reaccionar, Dan le asestó un golpe demoledor a la puerta, enviándola volando por los aires junto con los guardias, que cayeron al suelo retorciéndose de dolor. Los ciudadanos, testigos de la escena, miraban aterrados mientras Dan avanzaba hacia el castillo sin mirar atrás.

  Las prometidas, en cambio, se detuvieron a presentarse y saludar a los ciudadanos, tratando de suavizar un poco el impacto del arrebato de Dan.

  —Lo siento mucho —dijo Ceresia con una sonrisa nerviosa—. él es… un poco temperamental.

  Virella solo asintió tímidamente, mientras Ignis y Nerina suspiraban, acostumbradas ya a la actitud protectora y brutal de Dan.

  Mientras Dan avanzaba con la vista fija en el castillo, sus prometidas se quedaban rezagadas, distraídas con los escaparates de las tiendas.

  —Oigan, no quiero que se me pierdan. No se queden atrás —dijo Dan, girando apenas la cabeza para mirarlas con una ceja arqueada.

  —Lo sentimos, hay vestidos muy lindos —respondió Ceresia con una sonrisa de disculpa.

  —?Mira, mira! ?Un collar con diamantes! —exclamó Ignis, con el entusiasmo de una ni?a descubriendo un nuevo juguete.

  Dan resopló y se cruzó de brazos.

  —Ignis, no te quedes atrás. Vamos.

  —Ugh, qué aguafiestas —refunfu?ó Ignis, pero terminó siguiéndolo de mala gana.

  Entre miradas curiosas y risas contenidas, el grupo retomó el camino hacia el castillo, mientras Dan se aseguraba de que no se distrajeran demasiado.

  Al llegar al castillo, uno de los guardias reconoció a Dan de la vez que fue invocado, y no dudó en dejarlo pasar de inmediato. Al cruzar las puertas principales, el rey estaba sentado frente a un gran mapa, concentrado, hasta que notó su presencia.

  —Se?or Dan, es un gusto verlo bien—saludó el monarca, esbozando una sonrisa cordial.

  Pero antes de que pudiera seguir, Dan alzó una mano para interrumpirlo.

  —Sí, sí, ya me la sé. Nos vimos ayer, no exageres. En fin, ?dónde están los idiotas? —preguntó, yendo directo al grano como siempre.

  El rey parpadeó, acostumbrado a la actitud de Dan, y se?aló hacia afuera.

  —Están en el patio.

  Sin embargo, antes de que Dan pudiera moverse, el rey desvió la mirada hacia las chicas que lo acompa?aban, intrigado.

  —Se?or Dan, si no es mucha molestia… ?podría decirme quiénes son las se?oritas que le acompa?an?

  Antes de que Dan pudiera responder, las chicas tomaron la iniciativa de presentarse una por una:

  —Soy Ignis, diosa del fuego. Un gusto —dijo Ignis con su energía habitual, inclinando levemente la cabeza.

  —Nerina, diosa del agua. Un placer —a?adió Nerina con tono educado, pero distante.

  —V-virella, diosa de la tierra. T-también es un gusto —murmuró Virella, escondiéndose levemente detrás de Dan, como si su presencia le diera seguridad.

  —Ceresia, diosa de la cosecha. Un honor conocerlo, majestad —dijo Ceresia con tranquilidad, haciendo una leve reverencia.

  El rey, impresionado, se puso de pie de inmediato.

  —Al contrario, el honor es mío. Tener a cuatro diosas en mi reino es algo digno de celebrarse. Por favor, siéntanse libres de pasear por donde deseen.

  —Sí, sí, qué conmovedor —interrumpió Dan, visiblemente impaciente—. Dijiste que están en el patio, ?verdad?

  Sin esperar respuesta, se encaminó hacia la salida, y las chicas lo siguieron. Sin embargo, justo antes de cruzar la puerta, Ceresia se detuvo un instante y se giró hacia el rey.

  —Majestad… tal vez debería hablar con las mujeres del reino respecto a los guardias de la puerta —sugirió con un tono calmado pero firme, haciendo referencia al incidente en la entrada.

  Sin esperar respuesta, siguió a Dan y a las demás, dejando al rey pensativo y con el ce?o fruncido.

  Ya en el patio, los estudiantes, ahora vestidos con trajes y armaduras, conversaban entre susurros. La tensión era palpable, como si quisieran convencerse de que estaban listos.

  Entonces, Dan apareció.

  El silencio cayó de golpe.

  —A ver… ?están todos? —dijo Dan, echando una mirada rápida al grupo, con el desinterés de quien cuenta piedras en un río—. Supongo que sí. La verdad, no me tomé la molestia de contarlos.

  Sin más, se dejó caer en una roca cercana, como si aquello fuera la cosa más aburrida del mundo.

  —Bueno, acérquense. —Su voz sonó tranquila, casi perezosa, pero nadie se movió. Algunos héroes se miraron entre sí, dudando.

  Dan suspiró.

  —No me gusta repetir las cosas. Se acercan… o los acerco. —Su tono se volvió helado mientras un aura espeluznante se filtraba en el aire, pesada y sofocante. Los estudiantes tragaron saliva y, aunque sus piernas temblaban, se apresuraron a acercarse sin atreverse a levantar la vista.

  — Está bien, supongo que en el castillo les dijeron que los entrenaría. Y también escucharon el trato que el rey hizo conmigo… Así que, los que quieran presentarse, háganlo. Aunque, sinceramente, no me importa. —Dan se sentó en una roca cercana, apoyando el codo en la rodilla y la cara en la mano, con evidente desinterés.

  Los héroes se miraron entre sí, nerviosos, hasta que un chico dio un paso al frente. Aunque parecía algo tímido, respiró hondo y habló:

  —S-Soy Mateo… Un gusto. Los guardias dijeron que desde hoy entrenaremos contigo. Es un placer. —Hizo una peque?a reverencia, intentando sonar respetuoso.

  Dan lo observó de arriba abajo, apenas interesado.

  —Sí, sí… A ver, ?cuál es tu habilidad? —preguntó con tono aburrido.

  Mateo frunció el ce?o, tratando de recordar.

  —Creo que era… premonición… o percepción… N-no recuerdo bien.

  Dan parpadeó lentamente, quedándose en silencio por un momento. Luego, dejó escapar un suspiro pesado y se llevó la mano al rostro.

  —Genial… Ni siquiera sabes el nombre de tu habilidad. Qué suerte la mía. —Dijo con un tono de fastidio, antes de enderezarse levemente y clavar la mirada en Mateo—. Bien, ya que no tienes idea del nombre, explícame qué puedes hacer — dijo mirándolo directo a los ojos

  —Bueno… puedo ver un poco el futuro —respondió Mateo.

  —Entonces tienes premonición —dijo Dan de inmediato, como si fuera obvio—. Que no se te vuelva a olvidar. —Le dio un golpecito en la frente.

  —Sí, graci… —Mateo no alcanzó a terminar cuando fue empujado a un lado por otro chico, que se adelantó con aire engreído. Dan apenas lo vio y ya lo consideraba un idiota.

  —Soy Adrian. Mi padre es un empresario importante, y mi habilidad es Tiro Certero —dijo con orgullo.

  Dan lo apartó de su vista con un gesto desinteresado.

  —Un tipo bueno con el arco. ?Qué más? —bostezó, claramente aburrido.

  Una chica se adelantó con más educación.

  —Mi nombre es Rika Fujimura. Estaré bajo su cuidado.

  Dan la miró de arriba abajo.

  —Así que tú vienes del mismo lugar que los demás. —Su comentario dejó a Rika algo confundida, pero antes de que pudiera preguntar a qué se refería, Dan ya estaba dando otro vistazo al grupo.

  —?Nadie más? Genial. —Chasqueó la lengua y le hizo un gesto a Rika—. Tú, vuelve con los demás.

  Rika asintió y regresó con sus compa?eros mientras Dan se ponía de pie, listo para empezar el entrenamiento.

  —?Alguien sabe qué es una poción? ?Les ense?aron algo ayer? —preguntó Dan, recorriendo a los estudiantes con la mirada. El silencio se hizo presente—. ?Nadie? ?En serio?

  Justo cuando Dan iba a soltar otro comentario sarcástico, una mano se levantó tímidamente.

  —Es una mezcla de ingredientes especiales, con propiedades mágicas o alquímicas, que al beberla, aplicarla o lanzarla, genera distintos efectos. Puede curarte, hacerte más fuerte, volverte invisible… o freírte el cerebro si la tomas mal —respondió una chica.

  Dan arqueó una ceja, sorprendido.

  —Vaya, al menos alguien tiene cerebro —dijo, poniéndose de pie—. Genial. ?Sabes cómo elaborarla o al menos los ingredientes?

  La chica negó con la cabeza.

  —No sé hacerlas, pero conozco los ingredientes de algunas. Ayer fui a la biblioteca y leí un libro de pociones.

  Dan la miró con curiosidad hasta que una voz lo sacó de sus pensamientos.

  —Querido, ?no desayunaste, verdad? Ven a comer —dijo Ceresia, con una sonrisa dulce.

  —Está bien, ya voy… De todos modos, esto no tomará mucho. —Dan volvió a mirar a la chica—. ?Cuál es tu nombre, ni?a?

  La joven dudó por un momento antes de responder.

  —Valeria.

  Dan esbozó una sonrisa maliciosa.

  —Muy bien, Valeria. Tú guiarás a tus compa?eros para que preparen una poción de curación de veneno.

  Valeria frunció el ce?o, confundida.

  —?Eh? ?Veneno?

  Antes de que pudiera procesarlo, Dan chasqueó los dedos y un aura oscura envolvió a los estudiantes. Uno a uno, cayeron al suelo, débiles y adoloridos.

  —Este entrenamiento es simple. Van a elaborar una poción… bajo presión. —Dan cruzó los brazos y se?aló a Valeria—. Si tienen dudas, pregúntenle a la que sabe.

  Valeria, con el cuerpo ardiendo de dolor y la respiración pesada, entendió lo que debía hacer. Se puso de pie y, tambaleándose, empezó a buscar hierbas en el patio del castillo. Los demás la observaron, y uno a uno, arrastrándose de dolor, la siguieron.

  Dan se acercó a sus prometidas y, mirando a Ceresia, le dio una orden:

  —Haz crecer todo tipo de hierbas en este patio.

  Ceresia sonrió dulcemente y, con un simple movimiento de manos, el suelo comenzó a temblar levemente. Varias hierbas brotaron al instante, esparciéndose por el patio como un mar verde.

  Mientras los héroes buscaban desesperadamente las plantas necesarias para preparar las pociones, Dan se sentó en una roca cercana, observándolos con expresión aburrida. Sus prometidas se reunieron a su alrededor, acompa?ándolo en su descanso.

  —Dan, di "aaa" —dijo Ceresia, acercándole un trozo de carne con una sonrisa tierna.

  Dan la miró de reojo, suspiró y, con algo de resignación, abrió la boca para aceptar el bocado.

  Las demás observaron la escena, e Ignis fue la primera en reaccionar.

  —Oye, no aproveches nuestra distracción —protestó, cruzándose de brazos. Sin perder tiempo, tomó un trozo de carne y se lo acercó a Dan—. Di "aaa".

  Dan apenas tuvo tiempo de fruncir el ce?o antes de que Nerina y Virella se unieran a la competencia.

  —Tomen, esto está muy fría, genial para acompa?ar una comida —dijo Nerina, ofreciéndole un vaso de agua helada.

  —T-ten, si quieres puedes comer un poco de pollo… o cerdo… —murmuró Virella, sosteniendo dos brochetas con las respectivas carnes, su timidez evidente incluso mientras intentaba participar.

  —Vamos, este lo cociné especialmente para ti —dijo Ceresia con una sonrisa dulce, volviendo a acercarle su bocado.

  En un abrir y cerrar de ojos, Dan se encontró rodeado por sus cuatro prometidas, cada una ofreciéndole algo de comer o beber, con expresiones que iban desde la picardía hasta la timidez.

  —Chicas… —suspiró, masajeándose las sienes—. No es el lugar para esto, puedo comer por mí mismo.

  Pero sus palabras cayeron en oídos sordos.

  —Te prometo que esto sabrá bien, lo calenté un poco más —insistió Ignis, casi metiéndole el bocado en la boca.

  Dan miró a sus prometidas, que lo rodeaban con sonrisas expectantes, y soltó un largo suspiro. A veces, incluso el híbrido del dios de la muerte no podía ganar una pelea… especialmente cuando sus oponentes eran sus propias prometidas.

  Dan tomó lo que cada una de sus prometidas le ofrecía y lo comió en silencio, mientras poco a poco, los héroes lograron preparar algunas pociones, aliviando los efectos del veneno que Dan les había lanzado.

  —Este tipo está loco… —susurró uno de los héroes, mirando de reojo a Dan, quien seguía comiendo tranquilamente.

  —?En serio tendremos que entrenar con él? Casi nos mata —protestó otro, aún adolorido.

  —?Oigan, ustedes dos! Si ya no están envenenados, vengan a ayudar con las pociones —gritó una compa?era, molesta por la falta de compromiso.

  Poco a poco, todos fueron recuperándose, pero el miedo y la frustración crecían entre el grupo. Algunos ya no querían continuar.

  —Esto es una locura… Me niego a seguir entrenando con este tipo —soltó uno de los héroes, su voz temblorosa.

  —Sí, yo también. ?Casi nos mata! —se sumó otro.

  La protesta empezó a crecer, con varios apoyando la idea de abandonar el entrenamiento. Dan, que hasta ese momento había permanecido indiferente, se levantó con una sonrisa torcida.

  —Muy bien… —dijo, su voz grave acallando los murmullos—. El que no quiera entrenar, que pelee conmigo. Si me derrota, dejaré de entrenarlos.

  El silencio se apoderó del lugar mientras los estudiantes intercambiaban miradas nerviosas. Justo cuando parecía que nadie se atrevería a moverse, una voz rompió la tensión.

  —Yo pelearé.

  Un chico dio un paso al frente, su postura firme y mirada decidida. Dan lo observó con una ceja arqueada.

  —Está bien —aceptó, aburrido—. Elige tu arma y avísame cuando estés listo.

  El chico sacó una espada sin dudar y cargó contra Dan con la clara intención de atravesarlo. Sin embargo, antes de que nadie pudiera reaccionar, la espada se partió en pedazos y el chico cayó al suelo, ahogándose, incapaz de respirar. Dan se mantenía de pie a su lado, con una expresión fría y desinteresada.

  —Un buen golpe en el estómago puede dejarte sin aire… y también fuera de combate —explicó con calma, como si diera una lección. Luego, alzó la vista hacia los demás.

  —?Alguien más quiere intentarlo? —preguntó, con burla evidente en su voz.

  Nadie se atrevió a responder. El silencio que siguió fue más pesado que cualquier veneno.

  —Eso pensé. Muy bien, sigamos con el entrenamiento —anunció Dan, con una sonrisa maliciosa—. Y por ser tan idiotas, voy a aumentar el dolor que produce el veneno.

  Antes de que pudieran protestar, Dan volvió a lanzar el hechizo. Los gritos de dolor resonaron una vez más en el patio, mientras los estudiantes se apresuraban a preparar más pociones para contrarrestar el nuevo veneno. La lección era clara: sobrevivir o morir intentando.

  Al terminar el día, los héroes yacían en el suelo, jadeantes y agotados, con los cuerpos adoloridos por el veneno y el esfuerzo. Dan se puso de pie, estirándose con pereza.

  —Muy bien… Ya casi oscurece. El entrenamiento ha terminado por hoy.

  Algunos quisieron celebrar, pero no les quedaba fuerza ni para levantar los brazos. Dan comenzó a retirarse, y justo antes de desaparecer, se detuvo y miró por encima del hombro.

  —Ah, casi lo olvido… Ma?ana iremos a una mazmorra. Les recomiendo que no sean tan idiotas como hoy… o morirán.

  Sin más, se alejó, dejando atrás un grupo de héroes que apenas podía mantenerse en pie. Así concluyó su primer día de entrenamiento… y para muchos, quizás el último.

Recommended Popular Novels