El aire estaba frío. La única forma de sentir algo de calor era estando directamente bajo los rayos del sol.
—Qué ma?ana perfecta —dijo Dan, mirando hacia el cielo—. Ojalá el invierno llegue muy pronto —murmuró, mientras desplegaba sus alas, preparándose para volar.
Pero justo antes de despegar, una voz lo detuvo.
—?Dan, espera!
Al girarse para ver de dónde venía la voz, Dan reconoció a Ceresia.
—?Qué pasó? —preguntó.
—Te olvidaste tu almuerzo. Lo preparamos entre todas —respondió Ceresia, ofreciéndole el contenedor.
—No necesitaban hacerlo. No me quedaré mucho allá, Ars me necesita en la comarca, así que no creo que tarde —explicó Dan.
Ceresia solo sonrió.
—Sí, pero a todas nos haría ilusión que lo comas. Ignis y Virella se esforzaron mucho en prepararlo.
Dan se quedó pensativo por un momento, luego tomó el contenedor.
—Está bien, lo comeré antes de volver. Pero sé lo que quieres, y no te daré un beso. Ya sabes por qué.
—Bueno, valía la pena intentarlo —confesó ella con una sonrisa.
Ceresia simplemente se dio la vuelta y volvió al interior del mausoleo.
Dan guardó el almuerzo en su subespacio y despegó.
Mientras volaba, observaba el mundo bajo sus pies: campos interminables y, de vez en cuando, alguna casa de granjeros desperdigada. Disfrutaba del aire golpeando su rostro cuando, de pronto, un recuerdo lo asaltó… una de sus primeras lecciones de vuelo.
Era apenas un ni?o, y sus alas aún estaban en desarrollo. Se encontraba de pie sobre una plataforma improvisada hecha con muebles, y debajo había una cama dispuesta para amortiguar la caída. A un lado, su padre le daba ánimos.
—Vamos, Dan, sé que puedes. Lo hemos practicado mucho, solo recuerda cómo mover tus alas —decía con una sonrisa, mientras el peque?o Dan dudaba.
—Si me lastimo, papá… está muy alto —respondió el ni?o, nervioso y algo asustado.
—Tranquilo, hijo. La cama y yo amortiguamos la caída, así que no te harás da?o.
Dan miró hacia adelante, cerró los ojos con fuerza y dio un peque?o salto, moviendo sus alas como podía. Pero, como era de esperarse, no logró volar. Cayó directamente sobre la cama, aunque sin hacerse da?o.
—Tranquilo, hijo. Tal vez tus alas aún no tienen la fuerza suficiente. Espera a que crezcan un poco más —dijo su padre mientras lo levantaba con cari?o.
—Está bien… —respondió el peque?o Dan, un poco decepcionado
Dan volvió al presente y miró sus alas: unas majestuosas alas negras, imponentes y firmes.
—Me gusta cómo crecieron —murmuró para sí mismo, antes de continuar su viaje.
Tras un largo rato volando, finalmente llegó a la ciudad. Para ahorrarse problemas, decidió aterrizar directamente en el patio del castillo. Caminó hacia la puerta principal y golpeó sin preocuparse por las formalidades.
Después de unos minutos, un anciano mayordomo le abrió.
—Se?or Dan, un gusto verlo. Pensé que entraría por la puerta principal —dijo el viejo con una leve inclinación, mientras le hacía paso.
—No quería entrar por la puerta que destruí ayer —respondió Dan, echando un vistazo a su alrededor—. ?Dónde están los humanos?
—Aún están durmiendo —respondió el mayordomo con una sonrisa mientras le servía té.
—Despiertalos. Ahora —ordenó Dan sin rodeos.
—S-sí, se?or… —contestó el mayordomo, algo nervioso, y salió apresurado a despertar a los héroes.
Dan decidió caminar por el pasillo hasta que una voz, proveniente de una puerta entreabierta, captó su atención.
—Los dragones son criaturas ya extintas, pero los guivernos aún pueden encontrarse. Sin embargo, son más instintivos y no hablan como sus ancestros —decía la voz, como si estuviera leyendo en voz alta.
Al asomarse, Dan vio a Rika, una de las heroínas, sentada con un libro de criaturas mágicas entre las manos.
—Pensé que todos serían unos flojos… pero al menos estás leyendo. Eso ya es algo —comentó Dan, sacándola de su concentración.
—B-buenos días —respondió ella, un poco asustada.
Dan se acercó y miró el libro por encima de su hombro.
—Supongo que te interesa saber todo sobre este mundo, ?no?
—Bueno… dijeron que no podían devolvernos a nuestro mundo, así que… solo me estoy acostumbrando a mi nueva vida, supongo —respondió con sinceridad.
Dan la observó un momento, en silencio.
—Supongo que no eres tan tonta como pensé —dijo, y se giró hacia la puerta.
—Gracias… supongo —murmuró Rika, volviendo a la lectura.
—Cuando los flojos de tus compa?eros despierten, iremos a entrenar. Prepárate —ordenó Dan, comenzando a irse.
Pero antes de que cruzara la puerta, Rika alzó la voz.
—?Espere! Tengo una pregunta.
Dan se detuvo y la miró por encima del hombro.
—Usted dijo que venía del mismo lugar que los demás… ?usted sabe de dónde vengo?
Dan la observó unos segundos, con expresión neutral.
—Sí, sé que eres de Japón. ?O acaso piensas que eres la primera japonesa invocada aquí? No seas tonta.
Y sin decir más, se fue.
Al cabo de un rato, los héroes estaban reunidos en el patio. Algunos aún con sue?o, otros medio dormidos.Dan los miró con la misma expresión de fastidio de siempre.
— Muy bien, hoy iremos a una mazmorra. Supongo que en su mundo no existen, así que escuchen bien: una mazmorra no es solo un agujero con bichos. Es un nido donde conviven distintas razas de monstruos. Kobolds, goblins, orcos, gigantes… todo tipo de criaturas compartiendo un mismo territorio.
Los héroes lo observaban con atención. Rika tomaba nota. Dan continuó:
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— Normalmente, todas esas razas obedecen a un jefe. No porque sean amigos, sino porque lo respetan como alfa supremo. Pero si ese jefe muere, no es que lo reemplaza otro... Cada raza elige a su propio líder y se gobierna sola. La mazmorra no se queda sin monstruos, solo se vuelve un caos sin orden central.
Un héroe levantó la mano, algo inseguro.
— ?Disculpe... por qué vamos a una mazmorra?
Dan lo miró como si hubiera preguntado si el fuego quema.
— Vamos a tomar el té con los monstruos. ?Nunca probaste la cocina de los kobolds? — dijo con burla, para luego cambiar a un tono seco —. Obviamente vamos a matarlos. ?Eres idiota?
El chico bajó la mano rápido, y otra chica preguntó desde el fondo:
— ?Por qué los atacamos sin razón?
Dan giró lentamente hacia ella y se acercó.
— Porque los monstruos sí tienen razones. Atacan pueblos, cazan otras especies… en especial humanos. ?Sabías que los goblins solo nacen machos? ?Y que secuestran mujeres para reproducirse? ?Te gustaría dar a luz a una camada de goblins?
La chica tragó saliva.
— N-no se?or...
— Exacto.
Dan volvió al frente y dijo:
— Irán en grupos de tres. Elijan compa?eros, armen su equipo, y ni se les ocurra separarse. Sobre todo… no mueran.
Al cabo de un rato, carruajes llegaron y el viejo mayordomo apareció.
—Se?or Dan, tengo los carruajes que me encargó. Por favor, cuídelos —dijo con respeto.
Dan lo miró.
—?Me tomás por un monstruo que destruye todo?
El viejo se inclinó.
—Esa no era mi intención. Disculpe si sonó descortés.
Dan solo resopló.
—Como sea... trataré de devolverlos enteros.
Después miró a los héroes.
—Está bien, ni?os, tomen la mano de sus compa?eros y vayan a los carruajes —dijo mientras se reía un poco.
Pero entonces vio algo que llamó su atención: uno de los héroes no tenía compa?eros. Dan se acercó y preguntó:
—?No pudiste conseguir compa?eros? ?O eres tan idiota que no escuchaste lo que tenías que hacer?
El héroe, que era Mateo, respondió con la mirada baja:
—N-no, se?or Dan. Sí escuché... es solo que no pude conseguir compa?eros.
Dan levantó una ceja.
—?Y se puede saber por qué no conseguiste?
Mateo murmuró algo apenas audible. Dan frunció el ce?o.
—No te escuché. Dilo de nuevo.
Mateo tomó aire y, esta vez, lo dijo con más claridad:
—Nadie me quiere en su grupo.
Dan se lo quedó mirando en silencio.
—?Y puedo saber la razón?
Mateo tardó en responder, pero al final dijo:
—Es que mi habilidad solo me permite ver dos segundos al futuro... y muchos consideran que no soy alguien útil para estar en equipos.
Dan miró a los demás héroes.
—Supongo que cada grupo tiene a su marginado...
Después volvió a mirar a Mateo y lo agarró del brazo.
—Tú vienes conmigo, ?entendido?
Luego se dirigió a todos:
—Escuchen. Este viene conmigo. Supongo que ninguno tiene quejas.
Nadie dijo nada.
—Como pensé. Ahora suban a los carruajes.
Y así, su primera vez en una mazmorra empezaba.
Mientras estaban en los carruajes, Mateo compartía el mismo que Dan, lo cual lo tenía algo nervioso. Dan, que no era precisamente ajeno a percibir emociones, lo notó de inmediato.
—?Qué te pasa? ?Tienes miedo? —preguntó, sin siquiera mirarlo.
—Un poco… pero no sé cómo decirlo… p-pero puedo sentir la muerte emanando de usted —respondió Mateo, con un tono algo tembloroso.
—No eres el primero en decirlo —contestó Dan, mirando por la ventana del carruaje.
El aire se volvió incómodo. El silencio pesaba, hasta que Mateo intentó romperlo.
—D-disculpe, se?or Dan… ?puedo hacer una pregunta?
Dan lo miró de reojo, sin interés.
—Sí, puedes. ?Qué quieres?
Mateo no tardó en hablar.
—Parece que usted odia a los humanos. Yo… quería saber el motivo.
Dan lo miró por un instante, en silencio. Luego, finalmente habló:
—?Sabes algunas historias sobre este mundo, ni?o?
—No, se?or. No tuve tiempo para leerlas.
—Bien, escucha… En la antigüedad, aproximadamente en la Segunda Era, una humana se enamoró del Dios de la Muerte. El dios también mostró interés por ella. Ambos se enamoraron. Después de unos meses, la humana quedó embarazada.
Dan hizo una pausa, su voz aún firme.
—Muchos pensarían que sería celebrada como la madre del hijo de una deidad, pero no… fue todo lo contrario. Los aldeanos la vieron como una hereje por mezclar su sangre con la de un dios. La persiguieron. La atacaron. La dejaron al borde de la muerte. Y cuando estaban por sacrificarla, el dios apareció. Impuso su autoridad, aplastó a quienes se opusieron y se llevó a su amada. Pero sus heridas eran graves. Moriría.
Dan desvió la mirada por un momento.
—Negándose a perderla, y a su hijo, el dios rompió una regla. Usó todo su poder para convertirla en diosa. La llevó al Reino de los Dioses. Cuando sus compa?eros se opusieron, él aún así completó el ritual. La mujer pasó de humana a diosa. él perdió parte de su poder original y fue castigado. A ella se le permitió quedarse en ese reino, siempre y cuando no volviera jamás al mundo humano.
Mateo escuchaba atentamente, sin interrumpir. Luego preguntó, algo confundido:
—D-disculpe, pero… no entendí qué tiene que ver esa historia con su odio hacia los humanos.
Dan lo miró. Se inclinó hacia él, su voz más baja pero igual de intensa.
—?Quién crees que era el bebé que esa humana llevaba en su vientre?
Mateo abrió los ojos al comprender.
—Entonces… ese bebé era usted.
Dan volvió a reclinarse en su asiento y miró otra vez por la ventana.
—Así es. Los humanos no son más que unos salvajes arrogantes y corruptos. Casi mataron a mi madre. Los únicos que se salvan de mi odio… supongo que son los ni?os.
—Entiendo… —respondió Mateo, intentando no alargar más la conversación.Pero mateo no pudo ignorar que mientras dan hablaba de su pasado y el de su madre apretaba su pu?o reprimiendo su furia.
El viaje siguió en silencio, y esta vez fue Dan quien rompió el hielo:
—?Y tú qué? ?No eres popular en la escuela, o eres un rarito?
Mateo parpadeó, desconcertado.
—?Qué quiere decir?
Dan dejó de mirar por la ventana y lo observó con desinterés:
—A pesar de que tu habilidad no es de combate, tampoco te vi hablando con los demás. ?Te llevas mal con ellos? ?O simplemente no eres popular?
Mateo pensó un momento antes de responder:
—No... no soy popular. Soy alguien simple, creo. El popular es mi hermano. él es más sociable. Yo prefiero leer y mantenerme al margen.
Dan lo escuchó sin decir nada, hasta que preguntó:
—?Así que tienes un hermano?
—Sí, se llama Santiago. Es mi hermano mayor.
Dan frunció ligeramente el ce?o.
—?Entonces por qué él no hizo equipo contigo?
Mateo bajó la mirada al suelo.
—Lo invitaron a otros equipos y no tuve la oportunidad de invitarlo… aunque, siendo sincero, creo que si lo hubiese hecho, nadie más se hubiera unido al equipo por mi culpa.
Dan lo observó un momento.
—Qué patético.
Mateo solo suspiró, sin defenderse.
—Sí, ?verdad? Soy patético.
Dan cambió de tema sin previo aviso:
—En fin. ?De dónde vienes? Eres... ?latino? Creo que así se llamaban.
Mateo volvió a mirar al frente.
—Sí. Soy argentino.
—?Y qué hace un latino con personas de otros países?
—Bueno, todos somos alumnos de una academia para jóvenes promesas. Van chicos de cualquier parte del mundo.
Dan lo miró de reojo, luego volvió a mirar por la ventana.
—Ya nos acercamos a la mazmorra —dijo, y luego giró levemente la cabeza hacia Mateo—. Tal vez pienses que tu poder no sirve, pero tranquilo. Te ayudaré a llevarlo al límite.
Los ojos de Mateo se abrieron, llenos de sorpresa.
—?E-en serio? ?Cómo lo hará?
Dan le dio un golpe seco en la cabeza.
—Tranquilízate, idiota. Entrenarás conmigo dentro de la mazmorra. ?Entendido?
Mateo, con renovadas esperanzas, asintió enérgicamente.
—?Sí, se?or!
Dan metió la mano en su subespacio y sacó un libro viejo.
—Toma. Tiene información sobre monstruos. Si eres una joven promesa, memoriza todos los que estén ahí.
Mateo tomó el libro con ambas manos, mientras el carruaje seguía avanzando.
La entrada a la mazmorra ya se vislumbraba en el horizonte.