La guerra había terminado.
Todo el campo de batalla se había sumido en un silencio sepulcral, como si el mismo mundo hubiese olvidado cómo respirar. Solo algunas explosiones aisladas, distantes como ecos de un recuerdo que se resiste a morir, rompían la quietud. Allá lejos, los últimos rezagados luchaban contra las tropas del reino de Claiflor, mientras aquí, en el corazón del conflicto, nadie se atrevía a emitir sonido alguno.
Los rostros de todos los presentes eran láminas rotas de desconcierto.
Acalia, con la garganta seca y un temblor invisible sacudiendo su cuerpo, fue la primera en hablar. Su voz salió rasgada, como un susurro de vidrio quebrado.
—?Qué... qué sucedió...? —balbuceó, sus ojos, grandes y desbordantes de angustia, escudri?aban el paisaje como si pudieran arrancar de la nada la figura de Biel. — ?Dónde está...? ?Dónde está Biel?
Un latido doliente cruzó el campo.
Keshia cayó de rodillas, como si el peso de la realidad la hubiese aplastado de golpe. Su vestido, ahora empapado de barro y lluvia, se pegó a su piel, pero ella no lo notó. Sollozó con la fragilidad de un corazón que se despedaza.
—?Mi querido Biel! ??Dónde estás?! ?Contéstame, por favor...! — gritó al vacío, su voz perdiéndose entre los primeros golpes de la tormenta.
Los demonios de alto rango, Calupsu, y los hermanos Nübel y Fuhrich, también parecían congelados en un retrato de incredulidad. Sus ojos, que alguna vez vieron horrores innombrables en el campo de batalla, ahora titilaban con la inseguridad de ni?os perdidos.
—?Estará muerto...? —se atrevió a susurrar Fuhrich, su voz poco más que el temblor de una hoja.
—?No digas eso! —exclamó Ylfur, sus pu?os apretados hasta que los nudillos se tornaron blancos. — Mi amo... Biel... él no está muerto. ?Lo sé! Mi corazonada me lo dice...
Pero ni siquiera su fe inquebrantable podía despejar el vacío ensordecedor que se había instalado en el corazón de todos.
Raizel, también derrotada por la incertidumbre, se encontraba de rodillas junto a Xantle y Easton, ambos inconscientes. Sus alas, otrora majestuosas, ahora yacían arrastradas en la tierra como fragmentos rotos de un sue?o perdido. Ella también buscaba, con la mirada perdida, alguna se?al que negara lo que temían.
Y el cielo lloró con ellos.
La lluvia cayó como lágrimas del propio mundo, empapando el suelo rojo de sangre, lavando heridas que ni el tiempo podría curar. Cada gota era un latido ahogado, un gemido de la tierra que parecía lamentar la pérdida de su héroe.
De repente, un destello de energía surcó el aire, y aparecieron Kircle, Gaudel, Yumi y Charlotte. Kircle, con la respiración entrecortada y el rostro empapado en sudor, había agotado toda su magia para lograr una teletransportación urgente.
Charlotte corrió hacia el grupo, su corazón golpeando con desesperación contra su pecho.
—??Qué pasó?! ??Dónde está mi hermano?! ??Por qué tienen esas caras...?!— exclamó, pero su voz murió cuando vio los rostros de sus compa?eros, tan descompuestos que parecían a punto de romperse en mil pedazos.
Una horrenda sospecha nació en su corazón.
—No... no me digan que... —murmuró, y el temblor en sus piernas la derribó. Se llevó las manos al rostro, y un grito ahogado escapó de sus labios mientras las lágrimas la cegaban.
Yumi, de pie junto a ella, también miró alrededor. Buscó, desesperadamente, esa presencia ardiente, única, la que siempre la reconfortaba como un faro en la oscuridad.
Pero no había nada.
Ni una chispa.
Ni una brizna de ese poder inconfundible que era Biel.
Su rostro, que rara vez mostraba emociones, se quebró en una expresión de pérdida absoluta. Cayó de rodillas junto a Keshia, sin emitir sonido alguno, mientras el luto se apoderaba de su alma.
La guerra había terminado.
?Pero a qué costo?
Biel, el héroe que desafío a los cielos y al abismo, había desaparecido sin dejar rastros. Como si el mismo destino se hubiera negado a conservar su memoria, borrándolo del tejido de la existencia.
La lluvia se hizo más intensa, azotando la tierra con furia contenida, como si el cielo gritara por aquellos que ya no podían.
Calupsu dio un paso adelante, sus alas negras arrastrándose tras él como capas de duelo.
—No puede ser... —murmuró, su voz apenas un suspiro entre la tormenta.
Gaudel apretó los dientes, sus ojos clavados en el vacío donde Biel había estado.
—él... él no desaparecería así... No sin decir nada...
Charlotte golpeó el suelo con sus manos, una y otra vez, como si con cada golpe pudiera traerlo de vuelta.
—?Hermanito idiota! ?Tú prometiste volver! ?Tú dijiste que nunca nos abandonarías! — gritó, mientras la lluvia se mezclaba con sus lágrimas.
Keshia, con los ojos perdidos y la boca temblorosa, murmuraba una y otra vez:
—Mi querido Biel... mi querido Biel...
Cada palabra era una punzada en el corazón de todos.
Raizel, abrazando a los inconscientes Xantle y Easton, cerró los ojos con fuerza.
—él no se fue...— dijo, con una fe desesperada—. él está en algún lugar... Tiene que estar...
Pero ni siquiera la esperanza podía llenar el vacío inmenso que Biel había dejado.
Y así, bajo la lluvia inmisericorde, los héroes que una vez caminaron junto a Biel se quedaron en silencio, congelados en un instante de dolor eterno. El mundo parecía detenerse, respirando apenas, ante la ausencia de aquel que se había convertido en la última luz en medio de la oscuridad.
Una luz que ahora... parecía haber desaparecido para siempre.
En un espacio nulo, más allá de toda comprensión, flotaban dos presencias.
La oscuridad era total, infinita, como un abismo donde el tiempo mismo se había suicidado. Allí, suspendidos en ese vacío eterno, se encontraban Biel y Belcebú, sus auras titilando como dos soles rebeldes que se negaban a ser devorados por la nada.
Belcebú miró alrededor, su rostro endurecido por la confusión.
—?Dónde me has traído, Biel? —preguntó con voz grave, que resonó en la nada como un trueno ahogado—. ?Qué es este lugar? No hay... nada aquí.
Biel, cuyo semblante se mantenía sereno a pesar del caos reciente, abrió los labios con calma.
—Este lugar es la Dimensión Cero —respondió, su voz cargada de un poder silencioso—. La creé yo mismo, usando el poder de Rey Demonio.
Belcebú frunció el ce?o, sus alas negras vibrando en la penumbra.
—?Dimensión Cero...? ?Tú la creaste? —repitió, como si el concepto mismo fuera una blasfemia contra el orden universal.
Biel asintió lentamente.
—Sí. Y aquí, todo obedece a mi voluntad. Cada grano de realidad, cada latido de este espacio, existe porque yo lo permito.
Con un simple parpadeo, el entorno cambió.
La oscuridad se rasgó como un manto roto, y de sus grietas emergió un campo ba?ado en luz dorada. Una inmensa cascada caía en medio de la pradera, sus aguas resplandeciendo como cristales líquidos bajo un sol perpetuo. El aroma de la tierra mojada y la frescura de la brisa llenaban el aire.
Biel extendió una mano hacia el paisaje, su mirada cargada de nostalgia.
—Este lugar... es una representación de mi sitio favorito en mi mundo natal.
Belcebú, con los brazos cruzados, observó en silencio.
—?Tu mundo? Entonces... ?no perteneces a este mundo?
Biel negó con suavidad, su mirada perdida en las aguas que danzaban ante ellos.
—No. En mi verdadero mundo, un día, toqué un cristal. Y ese cristal me arrastró hasta aquí.
Belcebú entrecerró los ojos.
—Un viajero forzado...
Biel sonrió con una tristeza vieja como los oto?os olvidados.
—Al principio, sólo quería encontrar el camino de regreso. Pero ahora...— su voz se volvió un susurro, más débil que la brisa—. Pero ahora ya esa idea quedó en el vacío pues en este lugar tengo amigos y los quiero proteger, fue por eso que te traje a este lugar pues aquí ellos no saldrían lastimados. Personas a las que quiero proteger. Mi pasado quedó atrás, perdido en el vacío de lo que ya no me pertenece.
Mientras hablaba, su mente viajó sin permiso a recuerdos amargos: guerras entre naciones codiciosas, ni?os llorando en calles olvidadas, el hambre consumiendo esperanzas como una plaga invisible. Veía el cruel desfile de la codicia, la corrupción enquistada en los corazones de los poderosos. Biel en ese mundo ya no quiere vivir, si es posible haría que todos vivieran en su dimensión que había creado.
Un paisaje en ruinas, donde la vida era apenas una broma cruel.
—?Ese mundo ya no es mi hogar! — pensó con dolor. —No quiero volver...
La cascada frente a ellos pareció susurrar su pesar, las gotas cayendo como perlas de tristeza.
—En mi corazón— continuó Biel, mirando fijamente a Belcebú—, sólo queda la determinación de proteger a quienes amo. Mi hermana, mis amigos...Quería volver por mi hermana, pero ahora que ella está aquí entonces ya no, perdí a mis padres cuando tenía 10 a?os y desde ese día decidí que cuidaría a mi hermana, por eso quería volver a mi mundo, pero ella también llegó a este mundo entonces la idea de volver la dije en el olvido, ahora lo más importante es cuidar de mi hermana.
Belcebú guardó silencio por un momento. Sus ojos, antes llenos de un abismo interminable, se suavizaron.
—Eres un gran ser humano, Biel —dijo finalmente, con una honestidad inesperada—. Eres el primer humano al que se lo digo. Yo, que soy la calamidad de la desesperación.
Biel lo miró, intrigado.
Belcebú se alzó en toda su estatura, su aura negra vibrando como un huracán contenido.
—Mi poder se alimenta de la desesperación de los seres vivos. Cuanta más lágrimas, más dolor, más órdenes quebradas... más crezco.
Bajó la cabeza, y por un instante, pareció un soldado cansado de su propia guerra eterna.
—Pero tú...— musitó—. Tú eres el primero en quien mi calamidad no puede aferrarse. No hay desesperación en ti, solo una voluntad pura de proteger.
El viento jugó con los cabellos de Biel, como si la Dimensión Cero misma celebrara su espíritu indomable.
Belcebú continuó:
—Aquí... donde la vida no ha brotado aún, donde no existe la desesperación... yo ya no puedo crecer. Has creado tu propio santuario. Un mundo donde mi poder se vuelve insignificante.
La cascada rugió como si aplaudiera las palabras de Belcebú.
Biel cerró los ojos, su corazón latiendo firme.
—Los humanos— dijo— somos frágiles... pero también somos capaces de romper nuestros propios límites. De elevarnos, de desafiar a dioses y demonios.
Belcebú sonrió.
—Lo has demostrado, joven humano. Ahora, ?luchemos una última vez! Démosle a este mundo un combate digno de ser recordado.
Biel abrió los ojos, que ahora ardían como estrellas nacientes.
—Nunca imaginé que una calamidad me diría tales palabras... Pero, aunque respeto tu fuerza, no olvidaré lo que hiciste. ?Tocaste a mis amigos! ?Causaste dolor!
La imagen de aquel demonio, amigo de Ylfur, partido en dos, cruzó su mente como una herida reabierta.
—Su alma… —murmuró Biel.
Belcebú inclinó la cabeza, sombrío.
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—Su alma fue consumida por mi esencia. Tal vez, solo tal vez... si yo muero, su alma será liberada. Pero no lo sé. Nunca he muerto.
Biel tensó los pu?os, la determinación endureciendo su espíritu como acero recién forjado.
—Entonces tendré que derrotarte... y averiguarlo.
Belcebú soltó una carcajada, una risa cargada de antiguas batallas y desafíos eternos.
—Eso... ?lo veremos!
Ambos elevaron sus auras. El cielo de la Dimensión Cero rugió, rasgándose en tormentas de energía pura. El agua de la cascada se elevó, suspendida en el aire como perlas flotantes, atrapada en la gravedad de su inminente choque.
En ese instante, no había palabras. Solo existía la voluntad de dos titanes a punto de colisionar.
Y así comenzó la ronda final.
Una danza de vida y muerte en un mundo donde solo la voluntad era ley.
Donde el último golpe decidiría no solo el destino de ambos...
Sino el eco eterno de sus almas.
La batalla era un espectáculo imposible de describir con palabras mortales.
Dos auras colosales chocaban entre sí como titanes olvidados por el tiempo. Cada impacto entre Biel y Belcebú sacudía la Dimensión Cero hasta sus cimientos invisibles, como si el universo mismo gimiera ante la magnitud de su duelo. Era como ver a un semi dios desafiando a los mismísimos arquitectos de la existencia.
Biel, empu?ando su espada envuelta en energía oscura, arremetía con una furia controlada. Cada tajo distorsionaba la materia, como si el aire llorara ante el filo que rasgaba la realidad misma. Su silueta era un cometa viviente, surcando el campo con trazos de energía incandescente.
Belcebú no se quedaba atrás. Blandiendo la espada de oscuridad de Domia, sus movimientos eran como danzas macabras, un ballet de muerte pura. Cada corte de su espada liberaba chispas negras que chisporroteaban como fragmentos de una estrella moribunda.
Los dos guerreros se movían a velocidades tan absurdas que los pliegues de la realidad comenzaban a fracturarse. Grietas de luz y oscuridad cruzaban el espacio, como si el mismísimo tejido de la Dimensión estuviera siendo desgarrado.
Belcebú, debilitado por la falta de desesperación en esta dimensión vacía, había visto disminuir su poder. Antes, era diez veces más fuerte que Biel. Ahora, era apenas cinco veces superior. Y el poder de Rey Demonio de Biel, la llama viva de su voluntad, no hacía sino crecer.
En un impulso, Biel se elevó hasta los confines de aquel cielo artificial. Extendiendo su mano al vacío, conjuró mil espadas flotantes, cada una vibrando con una esencia de furia contenida.
—??rbitar Tempestatis! —gritó, y las mil espadas descendieron como una lluvia divina.
Belcebú rugió, invocando una cúpula negra a su alrededor, un escudo de pura energía pragmática. Cada espada chocó contra el escudo, haciendo temblar la tierra bajo sus pies, como un millar de meteoritos impactando al mismo tiempo.
Dentro de la cúpula, Belcebú no perdió ni un segundo. Concentró su energía de desesperación, moldeándola en una esfera crepitante que parecía contener dentro de sí el lamento de millones de almas perdidas.
—?Consummatio Desperationis! —rugó con voz atronadora, lanzando la esfera hacia Biel como un juicio final.
Biel, con los dientes apretados y la determinación ardiendo en su pecho, fusionó las mil espadas en una sola. Una espada titánica, brillante como el mismo amanecer, surgió en sus manos. Era un arma digna de dioses, una hoja capaz de partir el mismísimo concepto de la existencia.
—?Clades Caelorum! —gritó Biel, lanzándose hacia el ataque de Belcebú.
Los dos poderes colisionaron.
La Dimensión Cero se encogió sobre sí misma. Una supernova de energía pura estalló en el epicentro de su choque, generando una onda expansiva que barrió con todo, doblando el cielo, fracturando la tierra y transformando la pradera idílica en un paisaje devastado.
El humo lo cubrió todo.
Durante un instante eterno, no hubo nada salvo la oscuridad...
Cuando el polvo se disipó, Biel y Belcebú emergieron, tambaleándose, cubiertos de heridas profundas.
Biel jadeaba pesadamente, su ropa rasgada como si hubiera pasado por el crisol de la misma creación. Su cuerpo estaba cubierto de cortes sangrantes, y su brazo derecho temblaba al sostener su espada.
Belcebú, por su parte, también había sufrido. Grandes grietas recorrían su torso, de las que emanaba una niebla oscura. Una de sus alas había quedado desgarrada, colgando como un estandarte roto.
Belcebú soltó una carcajada ronca, más viva que nunca.
—?Esta es la primera vez... que un humano me hiere de gravedad! —dijo, admiración y asombro tintineando en su voz como campanas en un cementerio.
Alzó la vista hacia el cielo destrozado de la Dimensión Cero.
—?Así que... ?así se siente sangrar! —musitó, una sonrisa extra?amente pacífica curvando sus labios.
Biel, también sonriendo a pesar del dolor que lo atravesaba como cuchillos de hielo, respondió con voz áspera:
—Tú también... eres impresionante, Belcebú. ?Pero si no fuera por esta dimensión que creé, ya habría muerto hace rato!
Belcebú soltó una risa cálida.
—No importa, joven héroe. Has demostrado que incluso frente a la desesperación encarnada, la voluntad humana puede brillar. Te has ganado mi respeto.
Biel respiró hondo, sabiendo que aún quedaba mucho por pelear.
—Tú y yo sabemos que esta victoria aún no está decidida.
Belcebú asintió lentamente.
—Tal vez nos volvamos a encontrar, Biel. Este mundo... este universo... nunca estará libre de desesperación. Algún día... podría regresar.
Biel entrecerró los ojos, el dolor haciendo eco en cada latido de su corazón.
—Lo sé. Acabar contigo no será tan fácil. —Sus palabras eran pesadas como plomo, pero su determinación era el faro que no se apagaría.
Belcebú sonrió.
—Eres un gran ser humano, Biel. No solo por tu fuerza... sino por tu corazón.
Y por primera vez en eras incontables, la Calamidad de la Desesperación sintió algo parecido al respeto genuino.
Dos figuras solitarias, heridos pero invictos, se mantenían en pie en medio de la ruina.
Y en ese instante congelado, la Dimensión Cero fue testigo de algo que ni el tiempo ni el olvido podrían borrar:
Un humano, desafiando a un abismo viviente...
?Y haciendo que éste le sonriera!
El campo destrozado de la Dimensión Cero se cubría de un silencio espectral.
Belcebú comenzaba a desvanecerse.
Su figura, anta?o imponente como una monta?a de sombras vivientes, ahora parpadeaba como una llama golpeada por el viento. Su aura de desesperación, aquella que alguna vez había ennegrecido los corazones de ejércitos enteros, se dispersaba en la nada, fragmento a fragmento.
Biel, a pesar de su extenuación, se percató de inmediato.
—?Te estás desvaneciendo...! —dijo, sus palabras temblando entre incredulidad y respeto.
Belcebú asintió lentamente, su forma tambaleándose como el reflejo roto en un lago.
—Así es... —admitió, su voz resonando hueca en la vastedad de la Dimensión—. Mi tiempo en este cuerpo está llegando a su fin. El poder que una vez le fue otorgado a la mujer llamada Domia... también está muriendo.
Biel frunció el ce?o.
—?Entonces Domia volverá?
Belcebú soltó una risa amarga, como el crujido de un árbol viejo partido por un rayo.
—Sí. Pero ya no será la emperatriz cruel que conociste. Volverá como una humana ordinaria. El poder que habitó en ella se extinguirá junto conmigo.
Biel apretó los pu?os, un torbellino de pensamientos girando en su mente.
Belcebú bajó la mirada, sus ojos oscureciéndose con un peso inmemorial.
—Viví muchos a?os dentro de ella, joven héroe. Vi su verdadera faceta... su crueldad sin límites, su odio hacia quienes le dieron la vida. Eso era lo que creía. Pero... —levantó la mirada, sus ojos brillando con una melancolía infinita— la realidad era otra.
Biel parpadeó, incrédulo.
—?Qué...? ?Explícate!
Belcebú suspiró, y el sonido fue como un susurro que arrastraba siglos de arrepentimiento.
—Domia... solo buscaba la aprobación de sus padres. —Se encogió de hombros, como si confesara un secreto demasiado absurdo para ser real—. Eso la destruyó. No fueron motivos nobles, ni justificados... pero en sus sue?os, en lo más profundo de su alma, ella quería cambiar. Sin embargo, el poder que yo le otorgué la encadenó a la crueldad.
Las palabras de Belcebú flotaron en el aire, pesadas como plomo.
—Tuvo dieciocho a?os para cambiar. Pero nunca pudo. Sus acciones... sus masacres... alimentaron mi esencia hasta convertirme en lo que soy ahora.
Biel sintió un nudo en la garganta. No era compasión. Era el peso brutal de la tragedia humana.
Belcebú lo miró, grave.
—Cuando todo esto termine, Biel... deberás tomar una decisión. Tendrás que acabar con ella.
La declaración cayó como una sentencia de muerte.
Biel apretó los dientes, su alma debatida entre justicia y misericordia.
—?Lo haré! —dijo finalmente, su voz cortando el aire como una cuchilla de determinación pura.
Belcebú asintió, satisfecho.
Entonces, de la nada, materializó una peque?a esfera de luz, palpitante y frágil.
—Toma esto —dijo, extendiendo la esfera hacia Biel—. Es el alma del demonio que asesiné.
Biel, con manos temblorosas pero firmes, recibió el alma y la guardó dentro de su aura. Era cálida. Viva.
Belcebú sonrió con tristeza.
—Sé que con tu poder de Rey Demonio podrás devolverle la vida.
Belcebú bajó ligeramente la mirada, su expresión cargada de un inusual respeto.
—Aunque no me perdones, yo no te odio ni nada por el estilo, pues tú peleas por defender a tus seres queridos. Al ser un humano tan fuerte, me has hecho cambiar un poco mi mentalidad hacia los humanos; los veía solo como receptores que me ofrecían su desesperación, pero tú lo cambiaste. No me tienes miedo en estos momentos, ni desesperación.
Biel respiró hondo.
—Cuando apareciste, sí sentí desesperación, porque tu poder era demasiado grande. Pero con el tiempo que pasó en esta batalla, pude perder la desesperación hacia ti y, con ello, luchar a la par contigo.
Belcebú sonrió levemente.
—Por eso te respeto y te admiro. Me gustaría ser tu amigo, aunque sé que es imposible, pues he causado muerte y desesperación.
Biel, con la mirada firme, respondió:
—Ahora que te conozco bien, sé por qué buscas la desesperación de la gente: es tu fuente de poder. Aun así, te dije que no te perdonaría antes.
Belcebú bajó la cabeza, sabiendo que Biel tenía motivos para odiarlo.
Pero Biel continuó:
—Sin embargo, me entregaste el alma de aquel ser que mataste. Es por eso que te perdono y acepto ser tu amigo.
Belcebú alzó la vista, una expresión sincera iluminando su rostro.
—Gracias, amigo Biel... —susurró con una sonrisa genuina—. Muy pronto nos volveremos a ver. Quizá esa vez sea más fuerte y pueda luchar un poco más contigo, pero ya no a muerte, sino para comprobar cuánto has crecido.
—Así será —afirmó Biel, levantando su espada.
—Bueno, ?acabemos con esto de una vez! —exclamó Belcebú, su voz llena de una última chispa de gloria.
—?Hagámoslo! —gritó Biel con determinación.
Con un rugido que sacudió las estrellas mismas, ambos se lanzaron en un último choque, un último acto de un drama eterno.
Ambos guerreros, al borde de sus límites, cargaron sus últimos y más grandiosos ataques. La Dimensión Cero tembló como un tambor roto bajo sus pies, anunciando la inminencia de un desenlace apoteósico.
Con rugidos que desgarraron el silencio, Biel y Belcebú lanzaron sus poderes a la vez. Dos torrentes de energía incontenible, colisionando con la fuerza de dioses en guerra.
El choque fue catastrófico.
La Dimensión entera se estremeció con un terremoto monumental, grietas invisibles surcando el tejido de la existencia. El aire mismo se partió como cristal bajo la presión de sus energías enfrentadas. Cada fragmento de poder era un relámpago de caos puro, capaz de hacer estallar planetas, de desintegrar soles.
Y entonces, una luz cegadora engulló todo.
Una blancura absoluta, en la que el universo parecía haberse detenido.
Cuando finalmente la luz se disipó, la Dimensión Cero quedó en silencio.
Y la batalla... había terminado.
Biel, exhausto y tambaleante, seguía en pie.
Belcebú, en cambio, se desvanecía poco a poco, como cenizas arrastradas por un viento sin nombre. Sonrió con serenidad.
—Gracias... amigo Biel... —murmuró, su voz diluyéndose en el vacío—. Más adelante... nos volveremos a ver.
Biel, a pesar del cansancio que pesaba como monta?as sobre sus hombros, respondió con una fuerza nueva en su corazón.
—Te esperaré. Entrenaré hasta poder luchar contigo a la par... ?al cien por ciento!
Belcebú soltó una risa suave y sincera antes de desvanecerse completamente, como una estrella fugaz cruzando el abismo del olvido.
La Dimensión Cero quedó en silencio absoluto.
Cuando la energía de Belcebú desapareció por completo, una silueta quedó tendida en el suelo: la de una mujer.
Domia.
Su cuerpo, vulnerable y humano, yacía inconsciente.
Biel, jadeando, se acercó lentamente, cada paso un eco del combate recién vivido. Su mirada firme no se apartó de ella.
Domia comenzó a moverse, aún débil, sus párpados temblando mientras regresaba a la consciencia. Al abrir los ojos, vio la figura imponente de Biel, su aura resonando como un latido silencioso en el aire.
Recordó.
Recordó su derrota. Su suplica por poder. Y después... nada.
Confusa, se dio cuenta de inmediato: su poder había desaparecido.
—?Qué sucedió?! —gimió, desesperada—. ?Mi fuerza... ?mi poder! ??Dónde está?!
Biel, sereno, respondió:
—Tu poder se desvaneció. Aquel ente que vivía en ti ya no está.
Domia parpadeó, confusa.
—?Ente...? ?De qué hablas?
Con una calma grave, Biel explicó:
—Un ente vivía en ti... la Calamidad de la Desesperación, Belcebú. él fue quien te ofreció ese poder. Pero ahora, Belcebú se ha desvanecido, y con él, todo el poder que poseías.
Domia bajó la cabeza, procesando la realidad que la aplastaba como una avalancha de plomo.
—Así que fue eso... —susurró—. Nunca fue mi poder propio el que conquistó todo...
Sus ojos se nublaron, la culpa quebrándola desde dentro.
—He causado tantas muertes... por un estúpido ideal... Soy lo peor. No merezco perdón.
Alzó su rostro, ba?ado en lágrimas, hacia Biel.
—?Por favor, termina con mi vida de una vez!
Biel cerró los ojos unos instantes, atrapado entre su deber y su corazón.
—Sé que tu maldad supera la de cualquier humano —dijo, su voz tan firme como el acero—. Eres lo peor. Acabaste con la vida de tus padres, encerraste a tu hermana en un calabozo, destruiste reinos enteros que suplicaban piedad... y arrasaste a tu propia gente.
Domia asintió, cada palabra clavándose como una daga en su alma.
—Aun así —continuó Biel—, sé que lo hiciste buscando algo que nunca obtuviste. La aprobación que tus padres alguna vez prometieron. Pero esta no era la manera.
Sus ojos brillaron con una tristeza insondable.
—Mucha gente inocente murió. Y eso... eso nunca te lo perdonaré.
Domia cayó de rodillas, sus pu?os golpeando la tierra.
—Soy peor que cualquier monstruo... —sollozó—. No merezco ningún perdón. Aceptaré ir al infierno... donde deberé pagar por todo lo que hice.
Biel suspiró, el peso del mundo sobre sus hombros.
—Entonces... terminaré con esto.
Extendiendo su brazo derecho, comenzó a concentrar una energía luminosa y pura, una esencia de redención y juicio.
Domia cerró los ojos, aceptando su destino.
—Gracias, joven Biel... por permitirme aquel destino...
Pero antes de que Biel liberara su poder, interrumpió:
—Haré que reencarnes.
Domia abrió los ojos, impactada.
—?Qué...?
Biel continuó, su voz mansa pero firme.
—Tendrás otra oportunidad. Conservarás fragmentos de tus recuerdos. Eso te ayudará a cambiar tu propio destino.
Domia rompió a llorar.
—?No merezco tal regalo! Después de todo lo que he hecho...
Biel sonrió con amabilidad.
—Aun así, creo que puedes cambiar. Acepta este regalo.
Entre lágrimas, Domia asintió.
—Gracias, joven Biel... Cuando reencarne, te buscaré... para darte las gracias.
—Te estaré esperando.
Con un grito de liberación, Biel lanzó su ataque final.
Una columna de luz envolvió a Domia, y mientras su cuerpo se desintegraba, sonrió una última vez, pero esta vez no de arrogancia ni de maldad...
Sino de paz.
Biel, agotado, cayó de rodillas.
—Por fin... se acabó... —susurró antes de desplomarse, su consciencia sumiéndose en la oscuridad.
Su cuerpo, sin embargo, empezó a brillar suavemente, curándose poco a poco.
Tres horas más tarde, sus ojos se abrieron.
Miró sus manos, sus heridas cerradas, su energía restaurada.
—Domia...—murmuró—. Sé que reencarnarás... y cambiarás todo.
Con determinación renovada, Biel extendió sus manos hacia los escombros de la Dimensión Cero. En un acto de voluntad pura, reconstruyó el paisaje destruido, restaurando su santuario.
Finalmente, sonrió y dijo:
—Bueno... es hora de volver con mis amigos.
Y con paso firme, comenzó su viaje de regreso, dejando atrás un capítulo cerrado de redención, sacrificio y esperanza.
El aire vibró suavemente, como un corazón que volvía a latir despacio tras un largo letargo.
Frente a la salida invisible de la Dimensión Cero, Biel dio un paso adelante. Su figura, rodeada por un leve resplandor plateado, emanaba una calma poderosa, como la superficie de un lago que ha soportado mil tormentas.
El portal entre dimensiones se abrió ante él, una espiral de luz trémula que danzaba en silencio.
Biel respiró hondo.
—Es hora de volver...—murmuró para sí mismo.
Con paso firme, cruzó el umbral.
La luz lo envolvió, elevándolo en una corriente de energía suave y vibrante. Y entonces, con un destello final, Biel regresó al mundo que había dejado atrás.
El campo de batalla, aunque ahora silencioso, estaba impregnado de un aire de espera. Los amigos de Biel, aun cubiertos de heridas y barro, mantenían la mirada fija en el cielo, como si esperaran una se?al, un milagro.
Y entonces, como respuesta a su fe, una brecha de luz se abrió en el firmamento.
De la brecha, descendiendo como un cometa sereno, surgió Biel.
Su figura, imponente y llena de una paz renovada, cayó suavemente al suelo, como una pluma que regresa a su hogar tras un largo viaje.
El primero en reaccionar fue Kircle, quien abrió los ojos de par en par, sus labios temblando de emoción.
—?Es él! ?Es Biel!
Keshia cayó de rodillas, sollozando de alegría.
Charlotte, incapaz de contenerse, corrió hacia él, sus pasos desordenados por la emoción.
—?Hermanito...! —gritó, con la voz quebrada.
Biel, con una sonrisa dulce y luminosa, abrió los brazos justo a tiempo para recibirla.
Charlotte se lanzó a él, abrazándolo con toda la fuerza que su peque?o cuerpo podía reunir. Los demás se acercaron también, rodeándolos en un círculo de calidez y esperanza.
Ylfur, con los ojos brillosos, golpeó su pecho con el pu?o cerrado.
—?Sabía que regresarías, mi amo!
Yumi, más serena, pero con una sonrisa genuina en el rostro, asintió.
—Siempre supimos que podías hacerlo.
Biel miró a todos y cada uno de ellos, sus amigos, sus hermanos de corazón. Una ola de emoción lo recorrió, llenándolo de una energía que ningún poder demoníaco podría igualar.
—He vuelto...—dijo, su voz cargada de una fuerza tranquila—. Y he vuelto para quedarme.
Los rostros de todos se iluminaron.
La brisa sopló, agitando suavemente los cabellos de los presentes, como si el mismo mundo celebrara el regreso del héroe.
Biel cerró los ojos por un momento, sintiendo el calor de sus amigos, el latido vivo de la esperanza.
—?Este no es el fin, —pensó—. ?Es solo el principio!
Y con una renovada determinación, alzó su mirada hacia el horizonte.
Allí, donde nuevos desafíos los esperaban.
Donde nuevas historias aún debían ser escritas.