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Un Enfoque Diferente

  El despacho estaba silencioso, interrumpido solo por el leve crujir del papel al ser manipulado. Aleksandrov hojeaba informes con meticulosidad, el ce?o fruncido por la concentración. Su escritorio era un caos ordenado: carpetas apiladas, documentos clasificados, sellos de seguridad en rojo y azul. Finalmente, alzó la mirada y dirigió sus ojos a Nikola, quien se encontraba sentado con una comodidad insultante, recostado en un sillón con una taza de café humeante entre las manos.

  —?De verdad no harás nada más? —preguntó Aleksandrov, con un tono tranquilo pero cargado de intención.

  Nikola esbozó una sonrisa sutil y dio un sorbo antes de responder, como si la pregunta le divirtiera.

  —Por supuesto que no me rendiré con esa chica.

  Aleksandrov dejó los documentos sobre la mesa con un suspiro, un gesto que denotaba más resignación que sorpresa.

  —Entonces, ?cuál es tu plan esta vez?

  Nikola colocó la taza en el platillo con la misma calma con la que uno acomoda una pieza clave en el tablero. Sus ojos brillaron con un fulgor casi infantil, aunque en su voz se colaba algo inquietante.

  —Ella es... fascinante. No reacciona al dolor. No importa cuánto la lastimes... no odia.

  Aleksandrov lo observó con detenimiento, como si tratara de leer entre líneas. Había en su rostro una mezcla de curiosidad científica y un dejo de preocupación.

  —Eso suena problemático —murmuró.

  Nikola apoyó el codo en la mesa, contemplativo.

  —Tiene un apego emocional profundo hacia esos... monstruos. Esa lealtad podría ser su debilidad. Tal vez —a?adió, casi para sí—, su instinto despierte si le hago da?o a uno de ellos.

  Aleksandrov exhaló lentamente, cruzando los brazos.

  Nikola siempre tenía un plan.

  En una de las cocinas laterales del castillo, el ambiente era muy distinto. Allí, bajo la cálida luz de las lámparas de cobre, el aroma a pan recién horneado y sopa llenaba el aire. Sentada a la mesa, Rishia comía con entusiasmo, con el rostro encendido por una mezcla de hambre y alivio.

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  —?Tenía muchísima hambre! —exclamó, como si fuera una confesión alegre.

  Melty la observaba con dulzura, los brazos apoyados sobre la mesa mientras mantenía una expresión serena.

  —Es normal. Estuviste casi un día entero sin probar bocado.

  Al otro lado, Gara permanecía en silencio. Sus ojos no se apartaban de la ni?a, aunque no por ternura como siempre. Su mirada era aguda, vigilante. Cada bocado que daba Rishia, cada gesto, cada palabra, era observado con atención. Su instinto de protección, tan agudo como sus sentidos, le gritaba que debía preguntar, que debía saber qué le habían hecho.

  Pero no lo hizo.

  No quería obligarla a revivir nada. No si podía evitarlo.

  No si podía dejar que al menos, por ahora, creyera que todo estaba bien.

  Rishia levantó la mirada hacia Melty, con cierta timidez.

  —?Ya no tendré que volver a ese lugar?

  Melty estaba a punto de responder, pero fue Gara quien se adelantó.

  —No.

  Su voz fue firme. Inquebrantable.

  —Jamás volverás allí.

  Sus serpientes se movieron inquietas en su cabello, reflejando la tensión contenida.

  No era una promesa. Era un juramento.

  —No lo permitiré —a?adió.

  Rishia sonrió con alivio, como si ese momento sellara una esperanza largamente anhelada.

  —Eso está bien... porque el reino humano no me gusta.

  La frase, simple pero honesta, le cayó a Melty como una piedra suave en el pecho.

  Con ternura, le acarició el cabello, y su voz bajó aún más:

  —Yo tampoco dejaré que te alejen de nosotras.

  Del otro lado de la mesa, Ching permanecía aparentemente serena, bebiendo con lentitud de una taza de té. Pero algo había llamado su atención. Sus ojos se habían fijado en un peque?o brillo alrededor del cuello de Rishia. Un objeto que no recordaba haber visto antes.

  Un collar.

  Frunció ligeramente el ce?o.

  —Rishia… ?de dónde sacaste ese collar?

  La ni?a bajó la mirada y tocó el colgante con suavidad, como si acariciara un recuerdo.

  —Me lo dio una amiga que conocí allá.

  Gara se tensó al instante, su cuerpo entero se enderezó con alerta.

  —?Quién? —preguntó, sin disimular la urgencia en su voz.

  —Se llama Sonohara. Tenía más o menos mi edad. Era amable. Nunca me hizo da?o.

  Melty y Gara intercambiaron una mirada cargada de sospecha. Ching también.

  El nombre no les sonaba. Pero había algo en esa historia que no encajaba.

  Ching dejó la taza con cuidado y extendió la mano.

  —?Puedo verlo más de cerca?

  —Claro.

  Rishia se quitó el collar y se lo entregó. Ching lo sostuvo con delicadeza, y tras un breve vistazo, sacó sus lentes y comenzó a examinarlo a fondo.

  No tardó mucho.

  Después de unos segundos, se puso de pie.

  —Voy a revisarlo antes de devolvértelo.

  Y sin a?adir más, abandonó la cocina.

  Melty la siguió con la mirada, una punzada de inquietud creciendo dentro de ella.

  Porque a pesar de las palabras del comandante…

  A pesar del aparente “permiso” de Nikola…

  A pesar de tener a Rishia nuevamente a su lado…

  Había algo que no encajaba.

  Y en el fondo de su alma, lo sabía:

  Los humanos no la dejarían ir tan fácilmente.

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